Ahora que nos encontramos en el colofón del 120 aniversario de la muerte de Giuseppe Verdi (1813-1901), el gran compositor del romanticismo y uno de los creadores que más me emocionan, me gustaría, por un día, dejar a un lado la polémica y acabar el año compartiendo con los lectores de Noudiari una de mis grandes pasiones, a la que he dedicado mucho tiempo de mi vida y que me ha empujado a viajar por todo el mundo: la ópera. Más concretamente, el clasicismo, que es su etapa más fructífera, a través de un recorrido por las grandes composiciones y artistas, con parada final en Ibiza. El objetivo no es otro que compartir esta pasión con otros devotos y, tal vez, despertar el gusanillo en algún profano.
El clasicismo irrumpe a mediados del siglo XVIII, después de que la ópera seria hubiese empezado a perder su preponderancia ante el empuje de la ópera bufa. Sectores influyentes de la sociedad europea consideraban que esta última ¡ tendencia había introducido demasiados elementos extravagantes en el espectáculo, surgiendo una nueva corriente que consistía en despojar la función de todo aquello que fuera secundario y no se ciñera a lo esencial del argumento.
Gluck y Calzabigi, que con su reforma fueron los auténticos precursores del clasicismo, resumían sus cambios en una premisa fundamental: desterrar lo artificial, inútil y superfluo en el canto. Los músicos debían limitarse a componer ajustándose a los textos, eliminándose la literatura innecesaria y redundante, que invitaba al tedio entre los espectadores.
El alemán Christoph Willibald Gluck (1714-1787) revolucionó la ópera en Francia. La primera representación de su obra tuvo lugar en la corte de Francisco I de Austria, el 5 de octubre de 1762, con ‘Orfeo ed Euridice’. El choque entre estas dos visiones provocó que los seguidores de Gluck incluso se enfrentaran a los defensores de la ópera italiana.
Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791) cultivó prácticamente todos los géneros musicales de su época. Sin dudar jamás de su genialidad, resulta muy llamativo que sus óperas no alcanzarán en vida el mismo éxito que lograrían a partir del siglo XX y hasta el presente, con ejemplos como ‘Las bodas de Fígaro’ y ‘Cossi fan tutte’. Bajo los auspicios del emperador José II, compuso por encargo ‘El rapto en el serrallo’, con una inspirada música que reflejaba las cuitas del protagonista, un español conocido como Belmonte, quien, con ayuda de un criado, logra sacar de un harén turco a la bella Constance, de quien se había enamorado. La más popular de su carrera, sin embargo, sería ‘Don Giovanni’ (1787), por la universalidad del protagonista, pero también por los efectos orquestales que Mozart aplicó a la obra, que está clasificada como drama jocoso, una leve variante de la ópera bufa.
El romanticismo y realismo se instalan en el siglo XVIII, en los años de la revolución francesa y la posterior caída de las tropas napoleónicas. Se despedazaba al antiguo régimen e irrumpía una nueva sociedad europea, definida por el idealismo de los héroes que surgen tras los años revolucionarios, caracterizados por la ética y el culto al individuo que lucha contra el poder del absolutismo. Las óperas de entonces iban a reflejar en sus textos no pocas de aquellas acciones heroicas.
La ópera romántica alemana tuvo su origen en los esquemas musicales de Haydn y Mozart. Ludwig van Beethoven, 1770-1827, continuó aquellas pautas, reforzando el papel de las orquestas y con ‘Fidelio’ (1805) elevó hasta la cumbre este periodo que nos ocupa.
En Italia el romanticismo renacería con Giaochino Rossini (1792-1868), su gran nombre de oro. En solo un quinquenio, desde su debut con 19 años, se convirtió en un genio mundial. Más de 40 óperas dan testimonio de su talento, en toda clase de estilos: seria, barroca, cómica, actualizando la bufa napolitana… Todas ellas vibrantes, con muchos pasajes para el lucimiento de los cantantes. La más aclamada de todas, ‘Il Barbiere de Siviglia’, se estrenó en 1816 y, ya superado su bicentenario, seguirá representándose y gozando de admiración universal. El mismo año compuso otra de sus obras serias, ‘Otello’, dedicada a los celos, y al año siguiente ‘La Cenicienta’ y, como colofón, ‘Guillermo Tell’.
Entre el clasicismo y el romanticismo hay que clasificar la obra de Vicenzo Bellini (1801-1835), otro de los relevantes compositores italianos, que escribió para las mejores voces femeninas. En la segunda mitad de los felices años 20, estrenó ‘Il Pirata’, que le encumbró, pero serían ‘La sonámbula’ y ‘Norma’, en 1831, las que convirtieron a este autor en otro de los grandes maestros. A pesar del pateo en La Scala el día del estreno de ‘Norma’, todo cambió en las siguientes representaciones, en las que el público quedó conmovido por esta tragedia personificada en su heroína, una sacerdotisa dubitativa entre sus deberes y la llamada del corazón.
Verdi y Wagner
Quedan por analizar los dos hombres más universales de esta corriente clásica: Verdi, que dio forma al realismo romántico en pleno siglo XIX, y Wagner, que vino a representar el drama musical por excelencia.
Giuseppe Verdi (1813-1901), nacido en Le Roncole, era hijo de un tabernero y siempre se consideró un campesino. Estudió música en Milán y hoy tiene su museo en Busseto, junto al de Renata Tebaldi. Influido al principio de su carrera por la música de Bellini y Donizetti, terminó por imponer su personalidad creadora. En medio de las luchas políticas que protagonizaban la Italia del “Resurgimiento”, el apellido del músico incluso era utilizado por sus siglas para reivindicar la llegada al trono de un esperado monarca. Así, en las calles se exhibían letreros proclamando vivas a Vittorio Emanuele Re D’Italia (VERDI), coincidiendo las iniciales de cada vocablo con el apellido del compositor.
Verdi elegía cuidadosamente los personajes heroicos para los tenores, mientras que los barítonos representaban a los villanos y los bajos los que tenían menos relevancia. ‘Nabucco’ le abrió triunfalmente las puertas de La Scala, en 1842, destacando el coro de los israelitas “Va Pensiero”. Su estreno se retrasó por cuestiones de censura. En 1851, en La Fenice veneciana, sería aclamado sin cesar al término de ‘Rigoletto’, inspirada en la obra de Víctor Hugo ‘Le roi s’amuse’. En 1853, ‘La Traviata’ fue pitada por los espectadores tras el estreno, hecho que Verdi achacó a la mala calidad de sus intérpretes. Meses más tarde, se representó de nuevo en otro escenario veneciano, el teatro de San Benedetto, y el triunfo fue incontestable. Tras escribir ‘Don Carlo’, le llegó un inspirado encargo con motivo de la inauguración del Canal de Suez, en 1869. Esta ópera se llamaría ‘Aida’ y quedaría para siempre inscrita en las páginas de oro del género. En 1871 se representó con todos los honores en La Scala de Milán. ‘Otello’, en 1887, cerraría el ciclo de óperas memorables de Verdi, que falleció en 1901.
Otra época gloriosa
Con Richard Wagner (1813-1883) la poesía dramática y la música, en admirable amalgama, tendrían otra época gloriosa. Un viaje marítimo, marcado por la zozobra de una pavorosa tempestad, inspiró la música de ‘El holandés errante’. Wagner se servía de arias tradicionales y los dúos para ir alcanzando en sucesivas obras el más alto nivel de intensidad, inspirándose en leyendas medievales.
En Tannhäuser conjuga un fondo religioso con la ensoñación dual del amor de un caballero y el simbolismo de Venus, mientras que ‘Lohengrin’ conjuga el misterio y la búsqueda en tiempos inmemoriales del Santo Grial, combinándose en ambas óperas lo romántico y lo dramático. Wagner glorificaba la grandeza de un pasado legendario. ‘El joven Sigfrido’, ‘La Walkiria’, ‘El oro del Rhin’ son también grandiosas, como ‘Tristan e Isolda’ (1859), que un amor fervoroso le empujó a componer. ‘Parsifal’ fue la última ópera wagneriana, en 1882.
En la ópera francesa, el romanticismo da paso al realismo a través de Georges Bizet (1838-1875), su principal adalid, sobre todo con su título más universal, ‘Carmen’, donde además se produce el tránsito del realismo al naturalismo o verismo. Lo cómico y lo trágico, lo lírico y lo dramático aparecen, asimismo, en la obra musical de otro compositor francés, Jules Massenet (1842-1912), que ocuparía un lugar de honor de esa corriente del verismo. ‘Manon’ y ‘Werther’ son sus óperas más cualificadas.
Pero en la segunda mitad del siglo XIX el que conquistó plenamente con su música fue Giacomo Puccini (1858-1924), quien gozó de una bien merecida popularidad hasta los primeros años del nuevo siglo. Quedó deslumbrado al asistir a una representación de ‘Aida’, fijó su residencia en Milán y mezclando conceptos verdianos y wagnerianos, combinando el drama y la armonía, creó grandes obras: ‘La Boheme’ en 1896, ‘Tosca’ en 1900 y ‘Madama Butterfly’ en 1904, componen el trío de sus óperas más famosas, que por supuesto siguen conquistando los públicos. También su obra póstuma, ‘Turandot’, que finalizó en 1924, poco antes de morir.
No se puede realizar este viaje por el clasicismo en la ópera sin aludir a los grandes escenarios de nuestro país. El Teatro Real de Madrid, sin ir más lejos, acaba de recibir el International Opera Award 2021 al mejor teatro de ópera del mundo, por la calidad de su programación artística, siguiendo la tradición de los más emblemáticos teatros actuales, y también cabe tener muy presente al Liceo de Barcelona, cuna de la cultura europea.
El Teatro Real de Madrid se inauguró el 19 de noviembre de 1850 con la ópera de Donizetti ‘La favorita’. Emilio Arrieta (1921-1894) estrenó en 1971 ‘Marina’, que antes de ser ópera fue zarzuela. Miguel Fleta también obtuvo en él muchos éxitos. En 1925 el teatro cerró sus puertas, siendo el Teatro de la Zarzuela el que, en época contemporánea, diera respuesta a la cultura y la música, con zarzuela cantada y bailada, hasta que, en 1997, tras un proceso de remodelación, el coliseo de la plaza de Oriente pudo retomar su gloriosa historia.
Charles Aznavour
En Barcelona, el Gran Teatro del Liceo abrió sus puertas en 1847, diez años después de que se inaugurara el Liceo de Isabel II. En la ciudad condal, además, existía un primitivo teatro, el de la Santa Cruz. La primera ópera del Liceo fue ‘Anna Bolena’. Sufrió graves incendios en 1861 y en 1994, llegando incluso a temerse por su desaparición. Con el esfuerzo de toda la comunidad pudo ser reconstruido y alzó de nuevo el telón en 1999, con ‘Turandot’. Un servidor tuvo el privilegio de asistir allí al último acto de despedida de Charles Aznavour, recientemente fallecido.
Con la llegada del siglo XX, la ópera entraría en un profundo periodo de crisis creadora. Claude Debussy y Maurice Ravel triunfaron con sus creaciones, pero no tanto en sus devaneos operísticos. El teatro musical ha seguido representándose hasta las calendas del siglo XXI, aunque la I Guerra Mundial abrió un paréntesis de creatividad y oportunidades. En paralelo al mantenimiento del clasicismo tradicional, ha irrumpido una ópera juvenil emparentada con el rock y el pop, que proviene más de la opereta, el mundo del cabaret, el music-hall, el show y la comedia musical. Sin duda, el autor más apreciado de estos últimos tiempos es Andrew Lloyd Webber (1948), que debutó dentro del género en los años 70 con su triunfal ‘Jesucrist Superstar’, éxito refrendado más tarde con ‘Evita’. Luego llegaron ‘Cats’, con 18 años en cartelera en Broadway, y ‘El Fantasma de la ópera’, entre muchas otras.
También el mundo del rock se acercó a la ópera, creando un híbrido que se denominó ópera-rock. Buen ejemplo es ‘Hair’, un musical sobre el mundo hippie de finales de los 60. El grupo británico The Who, asimismo, creó dos grandes óperas rock, ambas llevadas al escenario y a la pantalla: ‘Tommy’ y ‘Quadrophenia’. Más reciente y con enorme éxito, inspirado en la música de Abba, tenemos el musical ‘Mamma Mia’, y en España el espectáculo con partituras de Mecano ‘Hoy no me puedo levantar’, que también ha desembocado en la gran música lírica.
Volviendo a la ópera clásica, hay que destacar la presencia de dos grandes voces emergidas estos últimos años, renovando el ciclo natural del teatro. Uno es el tenor alemán Jonas Kaufmann (1969) y la otra, la soprano lírica rusa Anna Netrebko (1971).
Tiziana Fabbricini , en Can Ventosa
Ibiza no es ajena al teatro, la ópera, la música y cuanto con la modernidad y el turismo acontece. En 2004 tuvimos el inmenso placer de disfrutar en Can Ventosa de la voz de la soprano italiana Tiziana Fabbricini, triunfadora con ‘La Traviata’ de Verdi en La Scala, dirigida por el gran Riccardo Muti. Durante una huelga del personal de la Scala, en 1995, los dos artistas y demás cantantes principales interpretaron la famosa ‘Traviata al piano’, con Muti al teclado, por falta de músicos. Fue un acontecimiento extraordinario, que durante los primeros compases del confinamiento por el Covid-19 la RAI volvió a emitir para toda Italia, devolviendo a Fabbricini el éxito y esplendor que, sin duda, esta gran amiga merece. En Can Ventosa interpretó pasajes de óperas Verdi, Bellini, Puccini, Rossini y Vivaldi, entre otros compositores, en un concierto memorable. Para Space fue un gran privilegio poder patrocinar este acontecimiento.
La isla, además, produjo unos años antes otro hecho memorable e histórico para la música: el encuentro de dos estilos que hasta entonces se confrontaban y rechazaban. Con motivo de la Olimpiada de Barcelona, en Ibiza, donde la música lleva décadas desempeñando un papel extraordinario, se produjo el gran abrazo de dos intérpretes geniales que representaban la ópera y el rock: Montserrat Caballé y Freddie Mercury, en la discoteca Ku, de la mano de Pino Sagliocco, un verdadero hito.
La ópera, en definitiva, constituye un universo tan complejo como apasionante y adictivo. Por eso, para este año que está a punto de empezar, además de salud y prosperidad, les deseo a todos los ibicencos que sigan disfrutando de esta maravilla que es la ópera y que, aquellos que aún no la conozcan, lleguen a descubrirla y enamorarse de ella. ¡Feliz 2022!
Pepe Roselló
Como es posible que una persona con tantos conocimientos y cultura, haya podido hacer parte de la MAFIA del ocio de Ibiza, y a la vez tener compinches como Abel Matutes, Martín Ferrer, Ricardo Urgell y José María Echániz, entre otros. Serais eternamente recordados como los principales agentes de destrucción ambiental, cultural y turística de nuestro territorio.
Ahora dilo sin llorar cuñao