Febrero, Madrid. Aunque ya tenía escrita esta columna hace unos días y solo faltaba añadir un par de frases y cerrarla, me he decidido a escribirla de nuevo por completo. Ya que esta será la presentación de mi nueva aventura literaria, EL IMAGINISTA, (ya comprenderán el título algo más tarde) necesitaba que fuese lo más honesta posible con mis sensaciones y ya que algo ha triste ha ocurrido hoy, mi intento anterior de inaugurarme ha quedado sepultado por estas nuevas letras.
Esta mañana en la que os escribo ha fallecido Roberto Pérez Toledo. Tenía la misma edad que yo aproximadamente, él era también de una isla, y compartíamos el amor por el cine y el deseo de que fuese nuestra profesión. Era cortometrajista brillante (“Los gritones”, “Sí a todo”, “Taras” o “Amor de autor”) con tres películas escritas y dirigidas. Algo de teatro, de hecho, en estos días tenía en cartel “Manual básico de lengua de signos para romper corazones” y en breve estrenaría su último largometraje “Lugares a los que nunca hemos ido”. Nunca conocí a Roberto ni trabajamos juntos, pero leer su historia hoy en la prensa me ha llevado de nuevo a uno de esos frenazos en seco, donde uno abandona el escaparate y se plantea revisar el almacén del alma.
Desde los catorce años Roberto tenía que moverse en una silla de ruedas debido a una enfermedad. «Nunca me he sentido un ejemplo de superación y rehúyo ese tipo de enfoques en los que pretenden mostrarme como un ‘superhéroe’ o un espécimen extraordinario. Solo soy yo, Roberto, luchando por hacer lo que quiero hacer: dirigir cine», eso escribía él mismo hace algún tiempo. Qué duda cabe que tuvo que luchar por desarrollar su profesión, pero no quiero hablarles de su superación, que naturalmente merece todos los elogios, sino de cómo tengo la certeza de que la imaginación es una tabla de salvación del naufragio tantas y tantas veces. Él quería contar historias.
Ahora hace 23 años que vine a Madrid desde Ibiza no sabiendo muy bien que quería ser, pero sí que quería hacer. Echo la vista atrás en lo vivido, y aquel chaval que ya casi peina canas, sigue no sabiendo muy qué quiere hacer cuando sea mayor, pero sí tiene claro que, en el arte, en la creación está su consuelo. Permítanme recordar junto a ustedes. Hace más de veintidós años que desde el otro lado del teléfono me dictaban mis notas en selectividad: todo aprobado. Raro en mí, que alargué mi paso por el instituto Santa María un par de años más como repetidor. Alzarme con algunos premios de poesía me hizo sentir absurdamente el nuevo Whitman y escribía versos más que estudiaba.
Aquella buena noticia supuso el paso final para tomar la decisión de irme a la capital a, de momento, estudiar historia del arte. En casa se esperaba que fuera policía, como mi padre. Con todo el amor del mundo él prefería para mí un sueldo fijo. Mi madre me animó a que decidiese lo que yo quisiera. Los dos en el fondo sabían que a aquel adolescente de melena era difícil atarlo. Ser el segundo hijo, me dejaba no con muchos medios para costearme una carrera, pero nada detiene al que todo sueña, así que….
[…] Diez libros después, teatro, algunas giras, películas, proyectos fracasados, premios y desventuras, puedo afirmar que vivo de lo que me apasiona y que sigue intacta mi ilusión.
Rubén Tejerina
Ahora hace 23 años que vivo en Madrid, ya conozco casi todas sus calles, y ellas me conocen a mí. No terminé la carrera, pero diez libros después, teatro, algunas giras, películas, proyectos fracasados, premios y desventuras, puedo afirmar que vivo de lo que me apasiona y que sigue intacta mi ilusión. Sigue reluciente y entero el deseo de seguir imaginando, porque ella me ha salvado tantas y tantas veces de morirme ahogado en lo gris de esta vida, que no entiendo otra forma de colorear mi tiempo. El vértigo a llenar la página en blanco o poner a hablar un personaje, me recuerda que sigo vivo, que no todo está hecho y que hay algo que yo invento que nadie más puede hacerlo.
“Para dominar el miedo, tienes que aislarlo. Y para ello tienes que definir su objeto con precisión”, escribía Kenzaburo Oe. Yo ya he bautizado algunos de ellos, ya sé su pelaje y están al otro lado de una jaula que ha fabricado mi inventiva. Yo como Roberto, descansa en paz, solo soy alguien que quiere imaginar y contar historias.
Me llamo Rubén y nos vemos por aquí, en EL IMAGINISTA.