Marzo, Madrid. Hay un tipo sobre las tablas de un teatro en Madrid que te hará transitar por los siete pecados capitales como si fueran los escalones de un viacrucis creado para tu disfrute.
Juan Dávila, al estilo de aquel psicópata que se hacía llamar John Doe, el personaje que interpretaba Kevin Spacey en Seven, también se sirve de los pecados capitales para su propósito. En el caso de nuestro protagonista es hacerte reír y pensar a partes iguales. En LA CAPITAL DEL PECADO (teatro Arlequín de Madrid), su espectáculo, uno sabe pronto que está desarmado ante la dialéctica rápida e improvisada de Dávila. Su tono varía desde el de monologuista al del predicador, del de confesor al de vendedor ambulante, siendo precisa y exquisita la atmósfera que crea en cada momento.
Gula, avaricia, pereza, lujuria, soberbia… Cada uno de los pecados se convierten en estaciones donde Juan nos apea para introducirnos en su ingenioso mundo. Allí nos atrapa y nos vapulea con su humor, ácido por momentos y amable en muchos otros, el tiempo exacto para que alguna experiencia personal nos muerda el pensamiento.
Este show es un recorrido divertidísimo por un itinerario de paisajes personales, que no te dejan bajar la guardia ni un segundo. Juan se ríe de sí mismo y te invita a que hagas lo mismo contigo. Desarticula la realidad, cuestiona las referencias morales, desplaza la ética hasta una frontera nueva donde tal vez debió estar siempre. De verbo fácil y prodigioso, hilvana su texto con comentarios del público con el que participa muy activamente durante todo el espectáculo.
El patio de butacas va variando con el clima que intencionadamente Juan crea a su antojo. Incluso en algunos instantes crees estar en una hilarante terapia de grupo, o en la barra de un bar con amigos. Hay momentos de poesía y tranquilidad, y pareciese que estás en un salón de té, pero realmente es una emboscada, a la que nuestro maestro de ceremonias nos lleva para toparnos con una reflexión que sienta como un pellizco inesperado.
Este reverendo irreverente, de traje y con botas rojas, nos propone una de esas experiencias que no hay que perderse. Se necesita que alguien te invite a pecar de vez en cuando, que le baje unos grados al hierro incandescente con el que nos castigamos y que le ponga unos globos de helio a la culpa para que salga volando. En este particular limbo al que nos lleva Dávila no hay sitio para los tabúes, la vergüenza ni el reparo. Si alguna vez soñaste con ir al cielo, tal vez el infierno que él propone te parezca más apetecible.
Hay que reírse, es necesario, imprescindible… Hay que tirar con fuerza de la flecha de la rutina que llevamos clavada en el pecho y eso es imposible hacerlo sin la morfina del humor. No sé si hay algo más sanador para el alma que la risa, pero desde luego que uno sale de LA CAPITAL DEL PECADO entusiasmado, con la sensación de haberse llevado un par de calambrazos que te han hecho reflexionar y haber mudado un poco la piel.
Juan Dávila, como John Doe, el asesino en serie de Seven, es otro psicópata, pero este busca descolocarte, pero a sacudidas de carcajada, y al salir del show, también como en la mítica escena de la película, si miras dentro de la caja de cartón, verás dentro una cabeza, pero esta vez es la tuya sonriendo.