“Tú nos importas. Y una de las cosas que más nos gusta es poder compartir no sólo momentos llenos de felicidad contigo, sino que también construir recuerdos para toda una vida”
Qué bonitas palabras. ¿Verdad? Sintácticamente dejan un poco que desear, de acuerdo, pero no nos quedemos con eso. Quedémonos con el mensaje. Tú nos importas. ¿De verdad? Me parece que no. Yo le importo un rábano al local del puerto deportivo Marina Ibiza al que fui este sábado y que tiene este lindo mensaje en su web.
Construir recuerdos. Eso sí lo acepto. Me ha dejado un recuerdo y sobre todo una experiencia. Es esta:
A algunos residentes, ya seamos nativos, aborígenes o adoptivos de esta isla nos gusta, de vez en cuando, adentrarnos en los dominios de esa especie llamada ‘rico’ para curiosear un poco en su hábitat, del mismo modo que ellos se ponen a criar gallinas para relajarse o viajan unos días a ver pobres a India para regresar cambiados por completo. Nosotros, por supuesto, no perseguimos ideales tan elevados como los suyos. Cuando nos metemos en sus dominios suele ser para darnos un homenaje con nuestra pareja en un restaurante cabaret, para comer un pescado a precio de sirena extinta en un restaurante de beach club o incluso dejarnos el presupuesto de ocio nocturno de todo el mes en un par de mojitos en una terraza-ático sobre Platja d’en Bossa.
Algo así era lo que buscaba este sábado con una amiga, que, por cierto, forma parte del personal sanitario de esta isla al que tanto hemos aplaudido en la pandemia.
Así que una periodista y su amiga sanitaria se adentran en este lugar distópico donde hay guardias de seguridad en la puerta de tiendas de lujo, casi siempre vacías, y habilitadas en algo así como barracones y donde hay personal lustrando constantemente barcos que ya parecen limpios. Ambas mujeres se disponen a tomar un café carísimo y probablemente mediocre en ese local que dice “tú nos importas” en su web. El aliciente es variar un poco, cambiar la ruta de siempre, y disfrutar de las impresionantes vistas del puerto y Dalt Vila.
Así que entran y enseguida la periodista se da cuenta de que un miembro del personal la está escaneando de arriba abajo: zapatillas Puma un poco ajadas por el uso, pantalones de rebajas de Benetton, cazadora de Pimkie y camiseta de Lágrimas de Cocodrilo (ya les gustaría a muchas marcas ser tan sostenibles y honestas como esta), cero joyas, bolso barato. Inmediatamente la periodista detecta el mohín en su rostro.
La amiga de la periodista es mucho más elegante, pero, vaya por dios, hoy no lleva nada de Gucci, Dolce, Armani o Louis Vuitton a la vista.
Con una cierta incomodidad por ese recibimiento frío, se sientan en una bonita mesa junto al mar. La periodista se muestra algo alarmada al ver que toda la gente que las rodea parece haber salido de un capítulo de ‘Succession’ de HBO.
La enfermera, por su parte, trata de concentrarse en la conversación pero le cuesta hacerlo porque es evidente que ninguno de los cuatro o cinco camareros que rondan el local, vestidos como si aquello fuera Lhardy de Madrid, se está acercando a la mesa. Uno de ellos vacía el contenido de una cubitera en el mar. Seguro que los camareros de Lhardy no vacían el agua y los hielos de las cubiteras en una jardinera de la Carrera de San Jerónimo, piensa la periodista.
Llevan un buen rato y nadie las atiende, pero están dispuestas a esperar un poquito más. Venga.
En ese momento entran en el local unos hombres bastante horteras, vestidos para que se sepa que tienen dinero, acompañados de unas chicas enfundadas en vestidos minis y luciendo bolsos de marca. Uno de los miembros del grupo es simplemente gilipollas y lo deja ver al resto de clientes con su actitud de machirulo.
Pues bien, la periodista y la enfermera observan cómo dos camareros se lanzan en picado a atender a estas personas recién llegadas como dos urracas a la caza de objetos brillantes.
Las dos mujeres, que tal vez son pobres para estos estándares pero que desde luego no son tontas, se miran, se levantan y se van a otro lugar.
Así que, sí, señoras y señores, ya ha empezado oficialmente la temporada Prepandemia Style. Los residentes ya volvemos a ser una molestia. Ya solo servimos para poner copas, hacer camas y conducir taxis. Cada uno en su lugar. Los ricos han venido a esta isla para ver a gente rica y guapa, no a modestos trabajadores y trabajadoras en la mesa de al lado afeándoles la vista con su ropa barata y sus cuerpos y rostros imperfectos.
Cojamos aire, esto acaba de empezar. Nuestros restaurantes y cafeterías de siempre, nuestros amigos y familia, nuestros rincones escondidos, nuestros horarios extraños para evitar las multitudes serán nuestra salvación y refugio hasta que acabe todo de nuevo. Qué pena ver que, no, no hemos aprendido nada de nada, ni humanidad ni respeto en esta pandemia y que Ibiza sigue rindiendo pleitesía al estúpido de siempre disfrazado de nuevo rico.
Excelente e impecable. Este es exactamente el concepto de lujo que tanto se ansía en esta isla. Macarras, garrulos y exhibicionistas compitiendo por la medalla en cada categoría correspondiente o en varias al mismo tiempo. Un modelo turístico envidiable. Garantía de futuro, sin duda.
En los dos años anteriores se demostró que podíamos vivir perfectamente, y mucho mejor, sin esa bazofia discotequera que nos invade de nuevo.
Que nadie se le ocurra argumentar lo de los puestos de trabajo. La práctica totalidad de esos trabajadores son foráneos y se llevan todo lo que ganan cuando acaba el verano. Como sus jefes empresarios. Aquí se quedan las migajas y la porquería que generan.
No nos hacen falta ni el ocio nocturno, ni todo lo que le rodea.
Totalmente de acuerdo con tu comentario. Es más, había florecido un turismo más tranquilo y familiar, respetuoso con la Isla y sus residentes.
Pues para ser periodista, este artículo de opinión deja bastante que desear. La escritora no tiene un solo motivo para estar taaan asqueada solo porque la hayan hecho esperar y ni se haya molestado en avisar a los camareros. Eso sí es ir de estrella.
Estoy harto de ir a ese local del que habla, que evidentemente es el Cappuchino de marina Ibiza, ya sea en temporada o fuera de ella, y generalmente voy hecho un pordiosero, antes de irme al gimnasio o en algún rato libre, vistiendo da gracias si poco más de un chándal o una camiseta de tirantes desgastada. Y creerme que si tengo dinero o no, ellos no lo saben.
Nunca jamás me han mirado mal ni he tenido más mínima queja por el servicio.
A veces están tan saturados que simplemente pueden no reparar en una mesa, y si viene otra haciendo show, pues evidentemente les ven.
Esto es como el que te dice, que estúpido eres, ayer te vi y no me saludaste.. saluda tu, que igual yo si no te he visto.
Disculpa, si el camarero no te ve, no puedes avisarle de que estás esperando?
A todos nos han hecho esperar alguna vez, por favor parece mentira que este artículo lo haya escrito una periodista.
Parece que la opinión te ha picado, ilustre Sanchez Suarez. Pues eso, rasca.
Bravo Laura
Quisiera tomarme tu comentario en serio, Pablo Sánchez Suárez, pero eres tan premio Nobel que has puesto sobre la palestra el nombre del local al que supuestamente has venido a defender, siendo que la redactora del artículo no lo ha mencionado. Encima, tu talento no te ha dado para escribirlo correctamente: Cappuccino, es sencillo, anótalo para la próxima.
No te sorprendas si los camareros del local de tus amigos no te dan las gracias por tu heroicidad y tampoco te pongas triste: siempre te quedará el gimnasio.
Ja en tens de moral, mira que seguir fent aquestes coses…
Laura me parece genial lo que as escrito es la p_ _ a realidad ánimo!!!
¿Sabes lo que me tiene intrigado? Si esa actitud es motu proprio de los camareros en busca de propinas suculentas o si están instruidos así por los responsables del local.