Tras leer con sorpresa en Noudiari que la multinacional Zara tiene previsto abrir otra tienda en la calle Bartomeu Roselló, a menos de cien metros del comercio que ya posee en Bartomeu Vicent Ramon, cabe preguntarse: ¿Estamos ante una buena noticia o una mala? ¿A qué porcentaje de isleños le parece bien que desembarque una franquicia tras otra? Y con ello me refiero a los auténticos residentes, dejando al margen el tropel de buscavidas que va y viene durante la temporada, y que opina de lo divino y lo humano, haciendo más ruido que nadie y sistemáticamente en contra de cualquier argumento conservacionista.
Tal vez a una mayoría le parezca positivo, lo desconozco, pero a mi cada nuevo aterrizaje de una multinacional me produce sarpullidos. Me acuerdo del centro de la ciudad, prácticamente antes de ayer, cuando íbamos a comprar libros y periódicos a la librería Vara de Rey y el personal que te atendía en los comercios y bares cercanos era gente normal. Ahora, en su mayoría, parecen marcianos que te miran como si los marcianos fuésemos nosotros. El nativo, esa rara avis.
Es cierto que en la isla los precios están disparados y que los ibicencos tenemos derecho a disfrutar del recurso más competitivo que ofrecen estas grandes cadenas. De vez en cuando, necesitamos poder recurrir a McDonalds, Mercadona, Lidl, Decathlon, Bershka, Springfield, Intimissimi, Calzedonia, Pull & Bear, Woman’s Secret, etcétera. Y que conste que no tengo nada en contra de Zara ni de su propietario.
Sin embargo, ya hace tiempo que la isla ha sobrepasado ese mínimo exigible, dando paso a una situación de globalización que nos resta personalidad a un ritmo tan elevado que cada vez nos resulta más irreconocible. Es un fenómeno que no solo afecta al comercio, sino a otros muchos sectores. El de la restauración constituye otro ejemplo especialmente sangrante. Este verano desembarca Mauro Colagreco y otros chef con estrella, que, por cierto, corren el serio riesgo de acabar estrellados, como ya ha sucedido reiteradamente en veranos anteriores. En Ibiza tienen o han tenido restaurante Ángel León, Sergi Arola, Albert y Ferran Adrià, Ángel León, Dani García, Martín Berasategui, Omar Malpartida, Paco Roncero, Nobu Matsuhisa, Mario Sandoval y algunos más.
Buena parte de estos talentosos cocineros, merecidamente reconocidos por el trabajo que realizan en sus ciudades de origen, viajan a Ibiza al principio de temporada, se hacen unas fotos, convocan una rueda de prensa, confeccionan una carta de platos que en sus verdaderos restaurantes ya sirvieron hace una década, se marchan a casa con los bolsillos llenos y si te he visto no me acuerdo. ¿Alguien se acuerda, por ejemplo, del Cavalli Ibiza Restaurant & Lounge, local de celebridades, hoy ruina en plena milla de oro? Cuando estos negocios sin alma se instalan en un hotel, los efectos colaterales son menores. Sin embargo, si ocupan un chiringuito de toda la vida, provocando que eche el cierre un restaurante de cocina ibicenca para sustituirlo por un producto de lujo, tan manido como sobado, sin el menor vínculo gastronómico y cultural con la isla, la sensación de empobrecimiento es terrible.
Conozco casos de propietarios de restaurantes costeros muy importantes y afamados, que han rechazado ofertas que casi eran un cheque en blanco, a cambio de traspasar sus negocios a empresas foráneas. Podrían haberlos vendido, como otros, y dejar que dichos establecimientos se convirtiesen en otro beach club con tumbonas patrocinadas por una marca de champagne y donde se sirve una comida absolutamente mediocre a precios astronómicos.
La actual generación de empresarios de restauración aún resiste pero ya vemos lo que está pasando con los hoteleros, que en un gran porcentaje se han ido deshaciendo de sus establecimientos, traspasándolos a grandes multinacionales a las que la identidad de Ibiza les parece un asunto de provincianos. Si la isla continúa sumida en este pozo de especulación exacerbada en los próximos años, los negocios que representan nuestra auténtica esencia, la Ibiza que fuimos y que aún somos, aunque cada vez menos, quedará reducida a la mínima expresión o se extinguirá.
El mercado establece su dictado de forma implacable y el tsunami que arrasa esa parte de la economía que aún permanece vinculada a nuestra cultura, personalidad e idiosincrasia resulta inevitable. La isla padece innumerables problemas de extrema gravedad, como la falta de vivienda para residentes o trabajadores, la obsolescencia de las infraestructuras, que provoca agresiones constantes al medio natural o la mala calidad de los servicios públicos por falta de medios. Sin embargo, esta progresiva despersonalización de la isla parece un asunto tan imparable como irresoluble.
Bajo mi punto de vista, todos los ibicencos que aún conservan un hotel donde se invita a sus huéspedes a disfrutar de la Ibiza auténtica, un negocio en el que se ofrecen las recetas de los marineros o se vende sobrasada, pescado, productos del campo, ropa Adlib o cualquier otro producto que nos vincula con nuestro pasado, son héroes y como tales hay que tratarles. Las instituciones deberían esforzarse mucho más en reconocérselo y desarrollar nuevas acciones que eviten o al menos desaceleren esta pérdida de identidad. A este paso, acabaremos como Venecia, donde hay miles y miles de turistas y tan solo un puñado de venecianos.
No puedo estar más de acuerdo con Xescu Prats…. siento en mi piel que los ibicencos somos tratados como «nada, nadie»….no puedo ir a Cala Jondal, Salinas,…y muchos antiguos pequeños y familiares restaurantes, etc…. QUIERO VOLVER A SENTIRME PROPIETARIA DE MI TIERRA…..mi hija, con buen trabajo fuera de la Isla, no puede volver a casa porque comprarse una pequeña casita aquí es imposible. Con 400.000 doláres, en San Antonio, texas, tiene una casa maravillosa. Aquí, le han ofrecido en cala vadella 465.000 euros por 45m2. A reformar¡¡¡¡
pregunta a los que venden cuanta pasta hacen o los que alquilan estas tiendas en vara del rey que piden 20mil euro al mes por 50 mq, ibiza esta en venta porque los duenos hacen mucha pasta ya sta!
Ibiza se vendió hace tiempo y el espíritu de la isla emigró hacia otras latitudes, lo que nos queda es un decorado de cartón piedra que se ira cayendo poco a poco. La isla perdió valores que solo unos cuantos se interesan en descubrir en lo libros de historia.