Confieso que soy un pesimista recalcitrante en materia de cambio climático. Creo que la situación es tan grave, tan dramática y tan irreversible; que llegamos tan tarde para tomar medidas que atenúen la colosal crisis climática a la que irremediablemente hemos abocado a la humanidad y al planeta Tierra, que por muchos puntos de recarga de coches eléctricos y por muchas pajitas de plástico que eliminemos de bares y restaurantes, el mal ya está hecho y es de imposible reversión.
El calentamiento global es un hecho evidente. Sus consecuencias están aquí y son perceptibles a simple vista. Bañarse en cualquier playa o cala de las Pitiusas o de las Baleares es sumergirse en un caldo templado que hace recordar a las langostas cuando son cocidas vivas. Y esto es solo el principio de lo que se nos viene encima.
Vivimos el periodo más cálido en 2.000 años y pese a las advertencias de organismos internacionales, entidades ecologistas y sociedad científica nacional y extranjera, hemos sido incapaces de reducir drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero, especialmente el dióxido de carbono (CO2). Ya llegamos tarde y nada podrá evitar que los veranos sean más calurosos, las sequías más intensas y extensas, los desastres naturales más destructivos y, a consecuencia de todo ello, migraciones climáticas forzosas.
¿Suena catastrófico? Un poco sí, lo reconozco. Pero estoy convencido de que será así. Por eso, me resultan inútiles los esfuerzos que en el ámbito local o autonómico, e incluso nacional, se están haciendo porque de nada sirven. Por más que en Baleares no quememos ni un kilo de carbón en nuestras centrales térmicas, por más que sólo quememos gasoil, por más que fuésemos capaces mañana mismo de reducir hasta un 50 % (algo impensable) nuestras emisiones de CO2 a la atmósfera, eso no cambiará nada las consecuencias catastróficas y dramáticas del cambio climático. Y como la comunidad internacional no parece dispuesta a actuar colectivamente, e incluso haciéndolo, ya llegamos tarde, pues todos nuestros esfuerzos son inútiles.
Además, ante el previsible corte del suministro de gas por parte de Rusia a Europa, los países más dependientes del gas de Putin tienen que reactivar a marchas forzadas sus centrales térmicas de carbón, más contaminantes que las de gas. De modo que en Europa vamos a retroceder en lugar de avanzar en materia de emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera. Y todo esto sin hablar de los países en vías de desarrollo o subdesarrollados, donde la lucha contra el cambio climático es inexistente por razones obvias.
Pero todo esto, ¿a quién le interesa? Sigamos con nuestra fiesta, que ya pagarán los que vengan detrás. Nosotros a lo nuestro, a disfrutar hoy que igual mañana no podremos. Siempre ha sido así y más en Ibiza, donde la gente viene a lo que viene y no tiene ganas de que nadie le amargue su estancia. ¿Dónde es la próxima fiesta?