Trato por un instante de ponerme en la piel de los sesenta turistas que pasaban sus vacaciones en ese hotel ilegal llamado Casa Lola y me imagino su cara de estupefacción cuando las fuerzas del orden irrumpieron en el complejo y amenazaron con acceder a sus estancias mediante el método expeditivo de la patada en la puerta, si no se avenían a abandonarlas de forma voluntaria. Los afectados no eran hampones huidos de la justicia pertrechados en un zulo, sino turistas del alto standing, que habían abonado una barbaridad de dinero para disfrutar unos días de asueto en el suntuoso palacio de Francisca Sánchez, más conocida como Paquita Marsan.
Los afectados desconocían la orden de derribo que pesaba sobre el inmueble, hoy ya convertido en escombros por el Ayuntamiento de Sant Josep, y de la noche a la mañana descubrieron que su estatus de huésped del sector lujo había derivado al de turista en modo clochard. En Ibiza, por mucho dinero que se tenga, quedarse sin habitación un 9 de agosto, con una ocupación en villas y hoteles rozando el 100%, viene a ser lo mismo que verse de patitas en la calle. Menudo panorama.
Las crónicas publicadas por la prensa local al día siguiente del desalojo venían aderezadas con los relatos de estos pobres visitantes, que en algunos casos habían pasado la noche de farra y, nada más cerrar los ojos, fueron despertados a golpetazos en la puerta por los hombres de Harrelson. Uno de ellos incluso fue detenido por resistencia a la autoridad. Luego supimos que pertenece a un clan multimillonario de México, nación donde se practica el secuestro con la misma cotidianidad que aquí se comercia con gas de la risa. Cuando este atemorizado joven vio que los agentes a los que no quiso abrir irrumpían en su alcoba sin contemplaciones, pensó que iban a por él con intención de raptarlo y extorsionar a su familia.
Esta última artimaña de Paquita Marsan para evitar que las autoridades municipales derribaran su hotel ilegal, tras un rosario judicial de doce años, supera todas sus tretas precedentes y subraya la sinvergonzonería y falta de escrúpulos de la susodicha. En la guerra se utiliza a la población civil como escudo humano para que el enemigo no avance. Paquita Marsan usó como barrera a unos turistas indefensos. Debió concluir que el Ayuntamiento dudaría al verse en la situación de dejar en la calle a docenas de turistas del más selecto pijerío internacional, que además no tenían culpa de nada. Sin embargo, el consistorio, hastiado de artimañas, puso el ariete en funcionamiento y ahora la mal llamada empresaria afronta un montón de denuncias por estafa por parte de estos pobres incautos, que se suman a todas las demandas y querellas que ya pesan sobre su cabeza. Cabe suponer que cuando se vive en un estado de ilegalidad permanente, no viene de un par de líos más.
Lo peor incluso vino después, cuando algunos de estos huéspedes, al verse en la calle, reclamaron ante la hotelera impostora y le exigieron un techo. Paquita les cedió a regañadientes unas habitaciones en otra casa de su propiedad. Sin embargo, seis días después del desalojo, la instigadora de esta colección de desmanes se presentó en la vivienda acompañada por tres matones para amedrentar a los clientes y echarles de allí. Tal vez debía destinarla a otros huéspedes más importantes o a saber. El caso es que dos de los gorilas accedieron por la fuerza al interior de la villa profiriendo toda clase de amenazas y conminando a los clientes a marcharse. En definitiva, idéntica experiencia que la vivida en Casa Lola, por duplicado. Las víctimas pudieron refugiarse en un dormitorio y llamar a la Guardia Civil. Cuando los agentes llegaron, Paquita y sus matones habían huido. Sin embargo, pudieron localizarla y detenerla junto a sus tres hampones. Luego la condujeron a los juzgados, donde quedó en libertad con cargos por un presunto delito de extorsión.
Según ha publicado la prensa pitiusa, en el momento del primer desalojo había en Casa Lola tres grupos de inquilinos, que abonaron unos 300.000 euros por la estancia. Esta cifra proporciona una idea bastante clara de los pingües beneficios que ha obtenido con Casa Lola a lo largo de los doce años que ha durado el proceso. Si en unos días ha facturado semejante importe, a lo largo de todo el tiempo que ha funcionado el hotel puede haber acumulado un montón de millones. Los 1,4 que se le reclaman por haber cometido una infracción urbanística grave, más los 300.000 que también le exigirá el Ayuntamiento por el coste del derribo y los gastos de construcción parecen irrisorios en comparación con el beneficio obtenido.
Hay que recordar, además, que en plena pandemia de covid, la Policía Local, ante las continuas quejas de los vecinos, destapó allí una discoteca ilegal. En su interior se celebraban fiestas cuando en el resto de la isla estaba prohibido. En definitiva, todo apunta a que el negocio le ha salido redondo, aunque al final la casa haya sido demolida.
Lo que hasta ahora no se ha tenido en cuenta es el coste en imagen que tiene para Ibiza el hecho de que docenas de afectados regresen a sus hogares proclamando a los cuatro vientos que en Ibiza las actitudes mafiosas se practican con el mismo descaro que en el pueblo de Corleone. ¿En qué otro lugar del mundo pueden echarte dos veces de un alojamiento por el que has pagado un dineral, incluso con amenazas y matones?
A Paquita Marsan, además de por sus continuas ilegalidades y desfachatez, se la conoce por sus artimañas legales, jugando continuamente con los vacíos de la legislación para retrasar al máximo la acción de la Justicia. Recordemos, por ejemplo, cómo dilató la demolición de Casa Lola porque la orden de derribo dictada por el juzgado estaba en catalán. Sus abogados adujeron desconocer esta lengua y exigieron una traducción al castellano. La jugada representó otro año y pico de retraso y, por tanto, otro montón de millones de euros en facturación.
Como en Ibiza nos sobra esta clase de maleantes, ya que su presencia nos perjudica a todos, propongo a las administraciones pitiusas que le den a probar un poco de su propia medicina. Si estas se coordinan y empeñan en utilizar todos los resortes legales que tienen para amargarle la vida (inspecciones de Sanidad, Trabajo y Hacienda, revisiones urbanísticas, ralentización de licencias…), una y otra vez, sin descanso, en los muchos negocios que aún tiene en pie, tal vez consigamos que se marche de la isla y regrese a la guarida de la que nunca debió salir. Hay que dar la batalla y hacer todo lo necesario para tratar de quitarnos de encima esta clase clase de rémoras. Como mínimo, ponérselo muy difícil.
Yo tengo mis dudas que los turistas que había en Casa Lola pagaran a Paquita Marsans por alojarse, parece mas bien que la susodicha pagara a estos turistas para intentar evitar lo inevitable el desalojo y derribo de Casa Lola.
a sa presó ha d’anar aquesta pocavergonya