Primero nos enseñan que las partes de la oración son el sujeto y el predicado y, cuando ya nos lo sabemos, zas, nos cuentan que hay frases que no tienen sujeto. Llueve. ¿Quién llueve? Nadie lo sabe. ¿De quién nos habla la lluvia? Ni idea. Es escalofriante cómo la gramática se parece a la vida. En mi casa, por ejemplo, tengo una colección de niños de cerámica que se rompen a razón de uno cada par de semanas. De los siete que compré esta primavera, me quedan solo tres. ¿Quién los ha roto? Nadie confiesa, así que vete a saber. Me quedo sin sujeto al que cantarle las cuarenta. Peor aún es cuando la gramática se ensaña con los niños de verdad. Si preguntas en un aula escolar quién ha sufrido acoso, se alzarán un puñado de manitas en los últimos cursos de primaria, y muchas más hacia el final de secundaria. Pero pregunta quién ha acosado, y a ver cómo te explicas que no levante la mano nadie. El sujeto acosador no se manifiesta, no reconoce, no declara, nadie lo nombra. No existe. Si el predicado es aquello que se afirma del sujeto, ¿podemos afirmar algo sobre un sujeto que no existe? No lo sé. Pero lo cierto es que llueve.
Hay niños y adolescentes que asisten a su centro educativo entre la angustia y el terror cada mañana. Hay insultos, hay vacío, hay rincones peligrosos, burlas, empujones, puertas sin pestillo, bofetadas, humillación, risas. Hay llanto y soledad. Hay protocolos de actuación para poner remedio cuando todo estalla. Hay padres que se mueven entre la aflicción y la furia contenida porque ven en su hijo las ojeras, la desgana, el insomnio, el dolor de estómago. Hay adultos que recuerdan, que se despiertan entre pesadillas, que reviven aquellos días horribles, supervivientes que arrastrarán durante décadas el trauma del bullying.
Sin embargo, no hay quien reconozca ser un bully, no hay siquiera quien admita haber acosado a sus compañeros en un pasado lejano, diez, veinte o treinta años atrás. No lo comentan ni aquellos que saben que obraron mal y que se han arrepentido. Muchísimo menos hay padres que acepten que su hijo ha hecho “eso”. “El crío no se ha portado bien pero tampoco te pases, eso no es bullying”, dicen.
A falta de un sujeto que ejerza el acoso, cualquiera diría que las víctimas sufren porque quieren, que exageran o fingen, que sus padecimientos y miedos están solo en sus cabezas.
Con sujeto o sin él, el acoso es real. Tan real y palpable como que este curso también lloverá, aunque nadie llueva.