Insólito personaje aquel que, habiendo disfrutado mejor que la mayoría de las personas de su trabajo, escuchando y archivando los diversos sonidos de las aves, se encontraba ahora, al finalizar su vida laboral, implicado en una dinámica que para él era absurda.
Sabiéndose rodeado de sonidos que se alejaban poco de un mismo significado y que nunca le depararían el placer de cuando estuvo relacionado con la ornitología, creó su propia estructura tonal para interactuar con sus vecinos.
No es que se transformase de la nada en un zorzal, que entendía bien su voz, sino que llevó tal cometido para comprender el lenguaje que le ceñía. El diálogo con sus vecinos era cuando menos extraño, como se puede leer.
A unos jugadores de petanca les preguntó si vieron huir a una estrella que perseguía desde hacía días y, a unos pescadores que ya zarpaban, si olían las flores después del amanecer. Pero de lo que más se habló fue de cuando sondeó a una pareja de policías sobre un poema sinfónico de Listz.
Quienes lo observaron durante la corta estancia y que no lo entendieron, llegaron a decir que no conocieron a nadie más como aquel hombre que vivió entre nosotros en las contadas calles y pocas tascas que albergaba la comunidad.
Aunque los niños del barrio disfrutaban más en el patio de la escuela que en todo el edificio, preferían dejar sus juegos y formar una torre para que tan sólo uno de ellos lo viera pasar con su bastón de avellano, previo sorteo, cerca de la valla que cercaba el recinto. Bastón, decirlo también, que no ayudaba, sino que lo vestía más.
Progresivamente, el recién llegado se apartó de sus vecinos y quizás se refugiara en los juegos de los niños que lo acogieron con gran ternura, después de vanos intentos de comunicarse y querer entregar la experiencia que adquirió en su vida de ornitólogo.
Supo luego que ocurrieron varias revueltas infantiles en torno a la merienda y que más de una madre tuvo que acudir con los enseres culinarios hasta donde, al parecer, nuestro visitante enseñaba las distintas voces de los pájaros que por allí ni se oían ni se sabían.
Fue memorable el día en que conocimos a nuestro visitante desde una perspectiva distinta hasta ahora y que hizo que alguno de nuestros vecinos se cuestionara la vida eterna. Lo que más nos chocó fue cuando observamos desde un poco lejos a los niños sentados en un círculo escuchando con atención al visitante que parecía volar y moverse como un pájaro. Extendía los brazos como alas, imitaba aleteos, planeos y hasta reproducía llamativos bailes y sonidos que no llegamos a escuchar.
Durante unos días llovió intensamente. La tierra que rodeaba nuestras casas quedó fangosa y nadie se aventuró a salir, sin embargo permanecieron por unos días en el barro las huellas de un enorme zapato que indicaban que nuestro visitante había abandonado con prisas nuestra comunidad y que para nosotros llegaba, también, nuestra conocida y esperada calma de siempre.