José Manuel Piña Vives / La celebración de la festividad de Sant Bartomeu, patrón estival de Sant Antoni, consiguió unir en los actos centrales del día más importante de la localidad, no sólo a los distintos pueblos de las Pitiüses, sino también a dos de las islas más distantes y distintas de Balears, Eivissa y Menorca.
La plana política más representativa de la isla anfitriona casi al completo se sumó a la conmemoración de esta fiesta en un acto de unidad insular al que sólo faltaron los alcaldes de Santa Eulària, Vicent Marí, y el de Sant Joan, Antoni Marí. Los titulares del resto de municipios, Pilar Marí (Eivissa) y Neus Berris (Sant Josep), sí acudieron a la convocatoria para respaldar a la máxima responsable de Portmany, Pepita Gutiérrez, en la gran fiesta del municipio que dirige.
Todos ellos junto al senador por las Pitiüses, José Sala, el presidente del Consell ibicenco, Vicent Serra, y el delegado insular del Gobierno, Rafael García Vila, siguieron con atención y respeto las palabras de Vicente Juan Segura, titular de la diócesis pitiusa, que ofició la misa concelebrada con que se iniciaron los actos festivos de la jornada grande de Sant Antoni en una conmemoración a medias entre la historia y la leyenda. Él mismo presidió la procesión que siguió a la misa solemne y que recorrió el núcleo central de la localidad y a la que siguió una multitud de fieles.
Cuentan los más viejos del lugar que una embarcación naufragó siglos ha frente las costa de Portmany y que los supervivientes prometieron erigir un templo en honor del santo del día. Aquella iglesia es hoy la parroquia del pueblo en el que se evoca aquella gesta con mayor énfasis que la del propio patrón del pueblo, Sant Antoni, que se celebra modestamente en enero, temporada baja turística.
La alegre música y los bailes menorquines se alternaron durante la fiesta con los ibicencos gracias al intercambio cultural entre Sa Colla de Can Bonet y la agrupación folclórica de Ciutadella, Los fandangos, las jotas y los boleros de la poco conocida hermana balear levantaron grandes aplausos y vítores entre los numerosos asistentes al festival, que se celebró en el Passeig de ses Fonts. El festivo sonido del folclore menorquín se elevó espontáneamente sobre la música reggae y trance que surgía de los altavoces de las multitudinariamente repletas terrazas de las cafeterías colindantes.
Sucesivamente aparecieron en el escenario los balladors y sonadors de Sa Colla de Can Bonet. Con gran alegría y entrega, los anfitriones folclóricos de la velada ofrecieron una exhaustiva y vistosa exhibición de danzas tradicionales de las Pitiüses, que levantaron nuevas oleadas de aplausos entre la nutrida concurrencia, en la que además del público local, muy fiel, se encontraban multitud de turistas de todas las edades, para quienes esta celebración suponía toda una novedad, muy celebrada. Sa Colla jugaba en casa.
El programa de la velada estaba previsto que concluyese con un no menos tradicional espectáculo pirotécnico que inundó de colores artificiales la increíble bahía de Sant Antoni, que esa noche lucía sus mejores galas, como los asistentes a las celebraciones, luchando contra el sofocante calor de la jornada.