Cuando era niña me fascinaban los espejos. Mi atracción favorita en las ferias eran los laberintos de espejos y, en casa, podría pasar horas ante los espejos de las puertas de doble hoja del armario de mi madre para crear infinitas niñas, infinitas Lauras con infinitas piernas que bailaban cancán en calcetines blancos, con infinitos brazos que me convertían en la diosa Shiva.
¿Por qué aquel objeto fascinante que me devolvía mi imagen infinitas veces se convirtió, de un día para otro y casi sin darme cuenta, en un objeto de tortura? ¿En qué momento esas niñas que éramos comenzamos a odiar los espejos?
En mayor o menor medida todas las mujeres sufrimos lo que he querido llamar la violencia del espejo. Escrutamos las arrugas, las canas, las manchas, los pellejos, las mollas, las cicatrices, la celulitis y casi siempre es para desaprobar lo que vemos y a veces con palabras muy duras. Nos castigamos por no entrar en el canon de belleza impuesto. El sistema nos ha programado para ejercer diariamente una forma de violencia psíquica contra nosotras mismas. Y eso es algo terrible.
La violencia del espejo se ha trasladado ahora a la violencia del selfie (la pantalla y el espejo están en nuestras manos las 24 horas del día), a esas fotos o vídeos pasados por mil filtros y a esas consultas de estética llenas de mujeres que piden parecerse un poco menos a ellas y más al velo irreal de las redes sociales: mujeres con piel robótica, con glúteos entrenados u operados hasta lo grotesco, con cinturillas inhumanas y pechos neumáticos. ¿Cómo no odiar esa imagen que rebota nuestro espejo después del atracón de reels, tiktoks y stories cargados de imágenes de lo que el sistema actual considera bello, digno de triunfo, admiración y followers?
Conozco a mujeres que viven en casas sin espejos, a mujeres que viven en casas forradas de espejos para analizarse cada segundo, a mujeres que solo tienen un pequeño espejo al que miran de soslayo. Ninguna de ellas convive alegremente con sus espejos. La imagen que les devuelve no es la que el sistema desea, de modo que la violencia rebota contra la mujer convertida en objeto. Hablamos no con el espejo sino ‘contra’ el espejo con una frustración terrible y violenta. Una violencia diaria, cotidiana, desde el primer reflejo del día al último de la noche.
Reconciliarse con el espejo nos remite a esa imagen final de la película de Emma Thompson Buena suerte, Leo Grande, de Sophie Hyde, en la que la actriz se mira, desnuda, en un espejo de cuerpo entero y con luz natural, sin velos ni engaños. Parece que el personaje mira con amor el reflejo de su cuerpo por primera vez en su vida. La película, que ha generado mucha controversia, abrió al menos durante unos meses un debate interesante y Thompson se hizo viral con unas declaraciones en una rueda de prensa en las que decía: “A las mujeres nos han lavado el cerebro para que odiemos nuestros cuerpos”. Verdad indiscutible.
Qué imposible nos parece dejar de canalizar a través de nosotras mismas una de las peores violencias, la que nosotras mismas nos infligimos cada día intoxicadas desde niñas por los mecanismos de control de esta sociedad patriarcal.
Esto es una opinión y puedes estar o no de acuerdo con ella pero los datos son irrefutables. Los trastornos dismórficos corporales, esos que hacen que una persona se obsesione hasta el extremo por un defecto en su apariencia que no es tal, se han disparado, al mismo tiempo que las consultas y operaciones estéticas alcanzan máximos a edades cada vez más tempranas. ¿De qué sirve todo esto? De nada. El ideal es tan falso como inalcanzable. La cotizadísima Bella Hadid, una de las modelos mejor pagadas del momento con más de 56 millones de seguidores en Instagram y varias operaciones de estética a sus espaldas, decía en una entrevista: «a día de hoy apenas puedo mirarme al espejo”. Una de las mujeres más admiradas por su belleza y delgadez apenas puede mirarse al espejo. No hay nada más que alegar, sus señorías.
En este 25N, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, trabajemos también por eliminar estas formas de violencia contra nosotras mismas al dictado del patriarcado. Nos merecemos amar la imagen que el espejo nos ofrece. Sea cual sea.