Pablo Sierra del Sol / Antonio Palma camina con las manos metidas en los bolsillos de su cazadora cuando faltan pocos minutos para que empiece el partido. Pocas horas antes Amadeo Salvo ha puesto en duda públicamente su capacidad como gestor deportivo: “No es un hombre de fútbol y dirige un club de cuarta división”. Porque al presidente del CD Ibiza no le han contado lo que ha dicho –de su club y de él mismo– el presidente de la UD Ibiza en una rueda telemática que se pudo seguir en directo a través de YouTube.
Aunque tuviera que atender a la expedición del Betis y ultimar los últimos preparativos del partido de Copa del Rey, Palma ha sacado tiempo para ver “en diferido veinte minutos” de la larguísima intervención de Salvo: casi una hora de exposición, media respondiendo preguntas de los periodistas. Y con ese trocito ha tenido bastante para lanzar una respuesta. No se extiende, la réplica está afilada: “Cuando alguien recurre a faltar de manera personal es que se ha quedado sin argumentos. Pero lo que me duele no es lo que ha dicho de mí [“toma pastillas para mentir”, entre otras alusiones] sino lo que ha dicho sobre el club que presido”.
¿Volverá a hacer declaraciones sobre el tema?, le pregunto, y el tema no es otro que la falta de entendimiento entre los dos clubes, sin que el Ayuntamiento de Vila haya hecho prácticamente ningún esfuerzo en busca de un acuerdo, para recibir al Betis en el estadio municipal de Can Misses. “Quién sabe…”, contesta Palma, “esto es un partido de tenis y la pelota está en movimiento”. Y, enigmático, pone un pie en las escaleras que conducen al palco de Can Misses III, el nombre que recibe la instalación municipal donde se juega definitivamente la Copa del Rey desde que se utiliza también como campo de fútbol sin dejar de ser lo que fue cuando se construyó en la década de los noventa: una pista de atletismo, la única con cuerda de 400 metros, medida olímpica, que hay en la isla.
En el palco se encontrará Palma con Rafael Gordillo, que capitanea la expedición visitante y al que muchos todavía recuerdan trotando por la banda izquierda con las medias –béticas, madridistas o de la selección– a medio subir aunque hayan pasado casi treinta años de su retirada siendo casi un cuarentón. También dará la mano Palma al presidente de la Federació Futbol de les Illes Balears (Pep Sansó), a cargos públicos del Consell d’Eivissa (como Salvador Losa o Javi Bonet, conseller y director general d’Esports) o al comisario de Policía Nacional (Manuel Hernández), y podrá saludar también a algunos alcaldes, que han respondido a la invitación del CD Ibiza (el de Sant Antoni, Marcos Serra, y la de Santa Eulària, Carmen Ferrer).
Sin noticias del equipo de Gobierno del Ayuntamiento de Ibiza
Con quien no habrá ni siquiera un levantamiento de cejas para salir del paso será con Rafa Ruiz. El alcalde de la ciudad donde el actual campeón de Copa del Rey se viste de corto (en unos módulos prefabricados) para empezar a defender su título ya anunció de antemano que no iría al partido. Por el palco no comparece nadie de su equipo de gobierno ni, tampoco, ningún otro cargo público –o futuro– candidato del PSOE insular. Y eso que, en cierta manera, los socialistas jugaban en casa. Los 1.500 asientos que, al final, pudo ofrecer el CD Ibiza los ocupan en su mayoría aficionados del Betis, que no han recorrido media España para ver en acción a los futbolistas de Manuel Pellegrini.
Se han puesto su camiseta –algunas muy vintage, de cuando Ruiz de Lopera movía millones de pesetas con una llamada telefónica para, según él, salvar al club de sus amores– han agarrado la bufanda y han tirado para Can Misses. Con subir andando desde el centro de Vila o conducir menos de media hora han tenido suficiente. No se tarda más desde sus casas de Sant Antoni o Cala de Bou. En los colegios electorales de esas zonas, que se urbanizaron durante el boom turístico para construir hoteles y dotar de viviendas a sus trabajadores, se vota socialista, especialmente en las Generales, no tanto en las Municipales. Entre otras cosas, por tradición familiar porque allí lo normal es ser ibicenco hijo o nieto de aquellos inmigrantes, andaluces, que llegaron para trabajar en el turismo, sobre todo, desde pueblos sevillanos.
Por eso, en cuestiones futbolísticas, son el Sevilla (cuando los sevillistas jugaron contra el Formentera hace unos años una expedición parecida, pero vestida de blanco y rojo, cruzó es Freus y llenó el campo) o el Betis los clubes que más hacen sufrir o disfrutar a muchos vecinos de Portmany o de su bahía. La felicidad va por épocas y barrios; mientras en la otra acera se teme al descenso más que a un nublao, desde hace un tiempo, son los verdiblancos quienes se lo pasan en grande con los éxitos –y el buen juego– de su equipo.
Como Juan, un chaval de once años que muestra orgulloso una pancarta que cobró todavía más sentido cuando el capitán de su equipo metió el gol definitivo en la tanda de penaltis que le dio la Copa a los andaluces frente al Valencia la primavera pasada: “Joaquín, vales más que mi abuela”. El chico disfruta un rato largo de su ídolo, que no se va al banquillo hasta que el Betis le da la vuelta a la tortilla con dos goles en tres minutos. Hasta el tanto local tiene, en cierta manera, trampa. En todos los sentidos. Porque lo mete Pepe Bernal, tan bético o más como cualquiera de los mil que habrá en el campo. Y porque este ibicenco de raíces andaluzas lo celebra con ganas, abrazado por sus compañeros: currantes del fútbol que saben el lujo que supone, y lo mucho que cuesta, marcarle a un rival de Primera División.
«Los miércoles hay cocido»
El partido acabará plácido para el Betis –con varios goles a favor en posición dudosa y en contra que no sube al marcador aunque claramente no era fuera de juego– y su epílogo, la rueda de prensa, se vivirá en un sitio paranormal. La Real Federación Española ha utilizado el bar de Can Misses II, el campo de césped artificial y estrechas dimensiones donde se entrena casi a diario el CD Ibiza, para disponer todos los elementos que no deben faltar en una comparecencia: mesa, sillas, plafones, carteles, equipo de sonido.
En la pista de atletismo no hay ningún espacio donde meter a diez periodistas, otros tantos cámaras, el personal federativo y los protagonistas que deben colocarse ante los micrófonos sin que la sala parezca el camarote de los Hermanos Marx. Pero el lugar escogido tiene miga. No viene mal acordarse de Berlanga porque en Berlanga estaba, casi, todo: una pizarra anuncia que los miércoles hay cocido, con su sopa y sus dos vuelcos, y como hay camarera atendiendo la barra un compañero de la prensa aprovecha para pedirse un cortado mientras esperamos que aparezca Manuel Pellegrini. El chileno entra con paso elegante, muy erguido desde su metro ochenta y pico pese a estar rozando ya los setenta años, y no tira un regate cuando se le pregunta por lo atípico del escenario. Responde con el savoir faire que le ha acompañado desde que aparcó la ingeniería para dedicarse a los banquillos de fútbol: “Desconozco qué ha pasado pero es una pena que el partido no haya podido jugarse en el estadio que tenemos aquí al lado. Sabía que el Betis tiene mucha afición en Ibiza y hubiera podido venir más gente”.
Después de felicitar a los trabajadores del club por las horas extra que han echado durante unos días frenéticos, Manu Calleja es más contundente cuando tiene que responder una pregunta incómoda. Si su equipo tuviera una masa social considerable, hoy eran unos pocos cientos y estaban en franca minoría pese a actuar de locales, ¿el Ayuntamiento de Vila habría mediado con la UD Ibiza para que se abrieran las puertas del Palladium Can Misses?
–Hubiera venido el Real Madrid y habríamos jugado en el mismo campo. El club está creciendo y tiene cuatrocientos niños [en su cantera]. El otro día vinimos a entrenar aquí [Can Misses II] y no había luz. No es nuestro problema.
Calleja se levanta de la silla y, sin que un micro recoja la respuesta, subraya lo dicho: “Ni siquiera teniendo cinco mil socios podríamos haber jugado allí. No había voluntad por parte de quien debía gestionar este tema”.