Pablo Sierra del Sol / “Nací en un barco que iba de Alicante a Mallorca: delante de sa Conillera. Mis padres tenían una compañía de teatro y recorrían todo el país de actuación en actuación. Fue una sorpresa para todos porque me adelanté: mi madre estaba de ocho meses y tuvo que dar a luz a bordo”. Aunque vino al mundo a pocos quilómetros de la costa ibicenca, Saigo Dicenta pasó sus primeros dos años en Madrid. Luego su familia se mudó a la isla. Influyeron su peculiar nacimiento y un viaje que había hecho su padre poco antes, en el que se quedó prendado de la libertad que se respiraba en la Ibiza de 1972.
Moncho Dicenta es la tercera generación de una saga de dramaturgos. Su padre y su abuelo, de nombre ambos Joaquín, habían gozado de reconocimiento a finales del XIX y principios del XX. Curiosamente, la relación con Ibiza de este apellido de escritores teatrales venía de lejos. El primer Joaquín Dicenta -bisabuelo de Saigo y padre del autor de la zarzuela Nobleza baturra– había inaugurado el Teatro Pereira en 1899 con la obra Juan José. La historia no se repite, pero rima, dicen que dijo Mark Twain.
Más de cuarenta años después los Dicenta siguen viviendo en Sant Joan de Labritja, el lugar donde Saigo ha organizado durante mucho tiempo un mercado que empujaba a miles de personas a subir al norte cada domingo. Hasta que dejó de celebrarse a finales del pasado septiembre. Mientras tomamos un café en Sant Miquel de Balansat, su creador explica cuáles cree que son los motivos por los que Ayuntamiento decidió paralizar una actividad que fusionaba artesanía, restauración y cultura. Saigo arranca diciendo irónicamente: «Sant Joan es un pueblo al que le falta el detalle de una fuente en medio de la plaza, que empuje a los vecinos a reunirse y hacer vida en común, algo que haga fluir un poco más la capacidad de comunicación».
¿Cómo nació el mercado de Sant Joan?
Fue una iniciativa conjunta que tuvimos con Vicent Torres Colomar [el dueño de Can Vidal, el estanco del pueblo]. Ahora él es concejal en el Ayuntamiento de Sant Joan y, entonces, era el presidente de la comisión de fiestas. Decidimos crear una actividad que englobase música y arte, y donde hubiera también un mercado. Queríamos reunir a vecinos, comerciantes, niños, mayores y amigos para que el invierno no fuera tan desolado. En 2012, el contraste con el verano era bastante desolador por el norte de la isla.
¿Fue difícil convencer a artesanos y restauradores ambulantes para que participaran en el mercado?
No intentamos crear una movida, sino liberar la plaza: que volviera a ser accesible para la gente de Sant Joan, que se utilizara de nuevo para celebrar el encuentro entre las personas; incluyendo una dosis importante de cultura. Nuestra generación, y las anteriores, se han criado en la calle. Queríamos que fuera un punto donde los abuelos y los niños tuvieran el espacio en común que se merecen. A unos no se les puede aparcar en los geriátricos y a los otros en actividades extra escolares. El futuro y la salud de la gente está en la experiencia y la sabiduría adquirida durante la edad. Eso no se transmite en las academias e instituciones sino en la experiencia directa del contacto humano. O sea, en la vida a pie de calle. Morirse celebrando y vivir celebrando es una de las formas más nobles de vivir y morir.
¿El Ayuntamiento apoyó la iniciativa?
Sí. Medio año después de empezar ya teníamos todo en orden. Siempre he tenido facilidad para tratar con las instituciones porque me crié entre dos mundos. En Ibiza tenía toda la libertad que alguien puede desear y me empapé de la bohemia que había en la isla. Cuando viajaba a Madrid a visitar a mi madre, que trabajaba en el teatro y en la revista, también estaba rodeado de artistas. Era un ambiente donde las reglas estaban más establecidas: se rompían las caretas al salir al escenario, pero se las volvían a poner en sus vidas cotidianas. En cambio, en Ibiza se iba más a pecho descubierto. El problema que tienen muchos artistas, a los que les encanta soñar, volar y crear, es consolidar sus proyectos. La parte organizativa les cuesta. Tengo un talento especial para crear espacios donde se den las condiciones idóneas para que los artistas se expresen y los demás lo disfruten. Se puede decir que soy un buen maestro de ceremonias. Esta cualidad fue reconocida y valorada por el ayuntamiento en su momento.
¿Cuándo te diste cuenta de que el mercado era un buen vehículo para conectar a la gente con la cultura?
La cultura se genera con los movimientos sociales y en la calle generalmente; entonces no hay que hacer mucho; solo dejar que suceda. Eso sí, el espacio para que se genere el caldo de cultivo tiene que ser accesible. Al principio, el mercado era más un rastro, un lugar donde se vendían trastos viejos y antigüedades. Al Ayuntamiento, sin embargo, no le atraía mucho esa idea. A nivel legal era más difícil regularlo, por eso se optó por un mercado más artesanal. Lo estuve llevando siete años y pico, pero por razones de salud –y alguna otra– decidí que lo mejor era cederlo a la gente del pueblo y a los propios mercaderes para que ellos pudieran seguir gestionándolo. Ya no tenía tiempo ni energía para continuar encargándome de todos los trámites burocráticos. Pero pedí que me dejaran mantener la parte cultural, como un empleado más. Accedieron. Con la pandemia, la figura que representaba, de programador cultural, desapareció casi por completo. Seguí poniendo música como disc-jockey hasta que el mercado se cerró hace cuatro meses, según el Ayuntamiento, para reubicar los puestos. Esa fue la razón.
Se están tomando con tiempo la reorganización del mercado.
Necesitan su tiempo, sí. Parece ser que los organizadores que estaban al frente no van a seguir. Tampoco se sabe quién lo va a llevar en un futuro ni cómo va a funcionar. Es una pena, para toda la comunidad que estaba relacionada con el mercado: vendedores, visitantes, comerciantes de Sant Joan y del resto del municipio… Y para la cultura musical y artística de la isla.
¿A cuántas personas llegó a involucrar el mercado?
En el momento en que lo cerraron tenía capacidad para noventa y cinco licencias. Eran puestos fijos: para tener un puesto necesitabas una licencia municipal que se expide en función de unos criterios y requisitos que había que cumplir. Sin embargo, esas licencias llevan mucho tiempo tramitándose y no se llegaron a otorgar y nadie sabe por qué. Durante los últimos tres años la comunicación de los nuevos organizadores con el resto de personas que participábamos en el mercado nunca fue fluida.
¿Lo que ocurría cada domingo molestaba a los vecinos que viven en la media docena de calles que forman el núcleo de Sant Joan?
Podría haber molestado a alguno puntualmente, pero basta con preguntarle a la mayoría de las personas que viven allí qué piensan de este cierre atemporal: están deseosos de que vuelva el mercado. Esta actividad tenía mucho valor para los negocios –tiendas y restaurantes– de Sant Joan y el resto de pueblos del municipio que también se beneficiaban de su efecto mariposa. No hicimos ningún estudio, pero en pleno verano estoy convencido de que atraía, por lo menos, a cinco mil personas cada domingo. Desfilaba mucha gente por allí.
¿Podría haber habido presiones de otros mercados que se celebran en la isla para que cerrara el de Sant Joan?
No. Está claro que siempre la competencia pica un poco, pero creo que es necesaria. Los monopolios y el querer adueñarse de situaciones, espacios y actividades lo único que conlleva es la asfixia del concepto. Lo que mueve estos lugares son la vida y la variedad. El Ayuntamiento de Sant Joan debería entender que la cultura es fundamental. Pero no la institucional: está muy bien que la Administración abra por ejemplo una galería de arte, pero la cultura debe ser accesible de una forma básica a niños, jóvenes y mayores. Sant Joan era un escaparate perfecto para este concepto.
¿Qué significado tiene la palabra cultura para ti?
Es la alegría del pueblo. Está en la calle y allí se genera. La cultura necesita libertad para evolucionar porque no pertenece ni a unos ni a otros. Quien la monopoliza, acaba matándola. La cultura no debe ser un cuadro colgado de la pared y ya está. Tiene que estar viva, crearse a cada momento; es la esencia de una sociedad. Es la interacción social que beneficia a todos por igual, con un interés común que se llama alegría, celebración ,belleza ,creación, devoción y, por supuesto, amor.
¿Qué tres o cuatro momentos vividos un domingo en Sant Joan formarán siempre parte de tu memoria?
Uno es el día que arrancamos, cuando el alcalde [Toni Marí, Carraca] me dijo: «Adelante, disfrutad de esta actividad, cuidadla bien y que no muera de éxito». Esas palabras me llegaron muy al fondo. Hemos tenido momentos exitosos pero el mercado no murió por eso. Nadie sabe por qué, pero ha sido más como una muerte súbita. También me quedo con la capacidad que hemos tenido para generar solidaridad (ayudando a los afectados del terremoto que sufrió Nepal o recaudando fondos para construir escuelas en África), o apoyando a la Sea Shepherd Conservation Societay a proteger la fauna marina a través de actividades culturales. Para nosotros suponía más que pasar un rato de diversión, escuchar buena música o cocinar una paella. Apoyar a ONGs que trabajan con personas, sobre todo niños, con pocas posibilidades era un deber como actividad que genera abundancia. Cuando generas algo positivo no debes olvidarte de compartir, sobre todo, con gente que tiene dificultades básicas para vivir. Tampoco me puedo olvidar de la cantidad y variedad de cultura musical que ha habido en el mercado. El flujo ha sido increíble a lo largo de los años. Han pasado por allí casi todas las bandas que hay en la isla. El momento en que conseguimos que la zona dedicada a artes plásticas –pintura y escultura– funcionara, me trajo mucha satisfacción porque demostramos que se podía disfrutar del arte a pie de calle, accesible para cualquiera que se diese un paseo.
¿Cuándo fue la última vez que te encontraste con Carraca? Sant Joan es un pueblo muy pequeño.
Fui a visitarle a su despacho hará unos cuatro meses y medio, poco antes del cierre. Me pareció que había algunas cosas relacionadas con el mercado que no se estaban haciendo bien. Cuando dejé la gestión de toda la actividad, Carraca me pidió que, por la experiencia que tenía, asesorara a la nueva asociación que gestionó el mercado los últimos años en lo que pudiera; que les aconsejara si veía que algo no se estaba organizando correctamente. Con este sentido de responsabilidad que el alcalde me dio, al ver situaciones que podían ser problemáticas para el mercado o para el pueblo, siempre he intentado echar una mano.
¿Qué “situaciones problemáticas” has visto?
La primera vez que un piloto despega siempre lleva al lado a un copiloto con más experiencia y horas de vuelo para que el avión no se estrelle. No soy nadie en especial, pero por las situaciones que he vivido en el terreno tengo la capacidad de anticipar y prevenir problemas que solo con los años de experiencia uno puede prever. Por ejemplo, a la hora de gestionar el aparcamiento de un evento de esta magnitud. Un buen comandante siempre lleva sanos y salvos y a buen puerto a todos los demás tripulantes y pasajeros. Pero no es solo trabajo y dinero lo que busca un buen comandante, le mueven otros intereses que son la pasión por volar, las nubes y el sentido de la aventura, y de ahí que trate a su tripulación y a todos los pasajeros con el mayor cariño, para que el viaje sea lo mas agradable y exitoso posible y sin morir en el intento.
El mercadillo al principio era guay. Al final ya se habían apoderado de todo el pueblo y era too much.
Tuve que ir a un par de misas por un familiar fallecido y dejar mi coche en arcén por la carretera que va hacia la Cala San Vicente porque no había quien aparcara.
Que lo monten en un sitio tipo Las Dalias de la zona … p.e
Se les fue de las manos…