Billy Flamingos cierra un capítulo que empezó durante el confinamiento y acaba con la publicación de su segundo álbum. A lo largo de los años ya aparecieron siete cortes de Oscuro Baile. Cinco pistas más completan el mapa de un trabajo que es más conceptual en lo temático que en lo musical.
«El rock and roll del debut sigue ahí, con la escala pentatónica del blues agazapada bajo el paladar» comentan los artistas. Nada que hacer, 214, Una historia violenta son buenos ejemplos. Pero, a diferencia del disco inicial, ahora está mucho más matizado por otras influencias que no son tan extrañas. Desde una balada con guitarras acústicas, hasta un tema electrónico, pasando por un medio tiempo con aires de funk.
«No ha sido premeditado, pero eso provoca que personas de gustos muy distintos se hayan acercado al grupo por una canción en concreto y se hayan enganchado a otras con las que en principio no tenían tanto que ver. Me gusta la sorpresa, que la gente pase las pistas y diga, ostras. Nuestro productor, Omar Gisbert, siempre nos preguntaba en el estudio: ¿Esto puedes defenderlo en directo? Pues mete más cosas. Nos ha empujado a buscar la canción perfecta, manteniendo la aspereza de nuestro sonido», explica Guille Podevin, cantante y guitarrista, además del cerebro y el corazón que están detrás de las letras y la música de Billy Flamingos.
El líder de la banda ibicenca grabó los temas con Adrián Pedreira, su mano derecha, al bajo y Miquel Serra y Mariano Costa encargándose de la batería y la guitarra solista. Los dos últimos abandonaron el grupo a finales de 2021 y las baquetas de Álex Costa completaron a los flamingos, reconvertidos en trío. «Hace tiempo que la música vuelve a consumirse en singles, por eso quisimos mostrar nuestras canciones poco a poco, pero nos apetecía publicar el álbum completo. Es una especie de homenaje a los antiguos componentes de Billy, con los que arrancamos el proyecto. Durante los últimos tiempos han sido muy importantes para nosotros Adrián Rodríguez, que más que un manager ha sido un mentor que nos ha cambiado la manera de entender este oficio, y el guitarrista Álvaro Navarro: fue un lujo tocar con él en los conciertos que hicimos el invierno del año pasado. Aprendimos mucho de los dos», dice Podevin.
Oscuro baile de salón es también el inicio de un viaje en el que Vorágine es precisamente la brújula que marca el rumbo. «Me he sacado una espina grabando esa canción porque siempre quise producir algo electrónico. Y, curiosamente, ahora es nuestro tema más escuchado en Spotify». El verso oscuro baile de salón sirve como coda para finiquitar Twist salvaje, una de las canciones que hasta hoy eran inéditas. «Lo escribí casi por casualidad: tenía en la cabeza las juergas que se formaban en el salón de un pueblo del Far West y necesitaba una palabra más por cuestiones de métrica. Me vino ese adjetivo y, en cierta manera, definió un disco donde hay oscuridad pero no es oscuro. Aunque cuente historias muy subliminales, con las que cualquiera puede sentirse identificado de maneras muy diferentes, soy incapaz de escribir una letra donde no hable de algo que no me haya pasado a mí. En estas hay dolor, frustración, pérdidas, adicciones y miedo. Sacarlo es la parte que más me cuesta, pero las canciones son mi terapia. Me doy cuenta de que me importa una mierda lo que la gente pueda pensar de mí. Y me redimo. Los que me conocen saben que soy una persona introvertida e insegura que se transforma al subir al escenario». Así explica Guillermo Podevin lo que el ilustrador y diseñador Ricard Bofill ha mostrado en la portada: dos manos sacan un amasijo de cadenas de una cabeza abierta al ras. Liberación.
El final de una esclavitud mental: las cadenas, arrojadas al vacío, ya no aprietan. Es el momento de escribir y, de rebote, de desmontar ciertos mitos de poeta maldito: «Cuando estoy feliz he hecho mejores canciones. Es entonces cuando puedo rescatar las historias chungas que me han pasado, estirar las palabras que tengo anotadas en una libreta, suele ser una por verso, e ir completando las frases que formarán el tema. «Cuando las grabo sé que son inmortales. Yo me moriré pero alguien en algún lado puede seguir reproduciéndolas. Aunque tengan un solo oyente. Esa idea me libera para contar lo que siento, lo que ocurre en mi vida. Sobre todo lo malo. El Guille del que hablan las letras de Oscuro baile de salón no es el mismo que el de ahora. Recordarlo me redime, me pone la piel de gallina».