Luca pensó que era el único que miraba pero no tardó en ver que también otros le sondeaban y que, como bien supe más tarde, también a mí me sondearon de la misma manera y así surgió esta historia que os voy a contar.
Poco hablaba Luca y distante se le veía de los eventos sociales que aún ocurren en esta ciudad y eso fue lo que nutrió mi capricho de mirar.
La postura de Luca sugería que escuchaba un sutil sonido que de algún íntimo lugar le venía, aunque para mí no existía nada digno de escucha en aquella sala.
Al levantarse y caminar por la sala, Luca se dirigía hacia una pared que era nueva y en su manoteo sin abrirla, descubrí a un niño que abrir una puerta quería y que no había. Sin que yo lo esperase y después de un rato, Luca se apartó de lo que para él era una puerta, se alejó de allí porque ni para él ni para mí ni se abría ni se veía y de dos grandes zancadas cruzó el suelo como si sorteara un riachuelo o tal vez alguna charca.
Riachuelo que sí existió y que buena parte de las tierras regara antes de que se viesen en el jardín cercano piedras, sillas y una gran palmera.
La vida continuó su curso natural: de vez en cuando alguna alegría llegaba más de lejos que de cerca, el verano era mucho más caluroso, la nieve se acercaba al mar y más días de granizo se veían y así llegó Luca otra vez a mi vida. Cerca de un pasaje al que voy poco, más de noche que de día, un enorme eucalipto detiene la luz lunar y deja el descansillo de la escalera en penumbra. Queda aún en esa escalera una sola bombilla que sacude la oscuridad, es angosta y demasiado inclinada para muchos, huele a humedad y allí están los juegos que me divirtieron en un tiempo ya lejano. Juegos que también descubro en la tierra que hoy es plaza y las veredas, jardines y, tal como escuchaba las mismas campanas de siempre, casi entrando por la misma escalera que yo tantas veces usé, Luca pronunció con sorpresa al verme un nombre que pocos lograrán entender, Sasha. Era el nombre de un cuento y que hasta ahí llegó Luca para encontrar su esencia.