El descenso de la UD Ibiza empieza a tomar forma. El equipo no reacciona y cuando acabe la jornada 32 de la Liga de Segunda División -y en función de los resultados que se den de hoy, domingo- estará a 14 puntos de la salvación en el peor de los casos y a 11 en el mejor. Eso cuando solo quedan 30 en juego. Para lograr la permanencia tendría que sumar al menos 20, algo prácticamente imposible porque si en 32 partidos únicamente ha logrado 25, pensar que en los 10 restantes va a alcanzar estos guarismos resulta poco menos que una quimera.
Mientras haya vida debe de haber esperanza. Lo que ocurre es que después del empate de ayer en Andorra (2-2) se hace complicado creer en el equipo y, sobre todo, en el entrenador. El Ibiza se puso 0 a 2 en el primer tiempo, pero cuando tenía el partido en el bolsillo renunció a ganarlo. Sobre todo por las decisiones tomadas desde el banquillo. En vez de ir a rematar la faena, Lucas Alcaraz prefirió que los suyos se atrincheraran atrás para contener al rival. O lo que es lo mismo, lo fío todo a la peor defensa del torneo, porque el suyo es el conjunto que más goles recibe de todo el campeonato, 48 hasta el momento, y confiar en la zaga es algo así como un suicidio o pegarse un tiro en el pie.
No es cosa de discutir la valía de Alcaraz como entrenador, que cuenta con una dilatada y exitosa trayectoria. Sin embargo, sí que se le puede echar en cara la falta de valentía demostrada por su grupo en el encuentro de ayer y en otos de semanas atrás. O se da cuenta de que para salvar los muebles hay que arriesgar, sobre todo en vista de cómo está el conjunto en la clasificación, o da lo mismo que esté él o que no haya nadie al timón de la nave.
La culpa de lo que le ocurre al equipo a día de hoy es solo suya, faltaría más. Sería injusto atribuírsela, pero también es verdad que ha demostrado que no forma parte de la solución. Que la había, pero posiblemente ya sea demasiado tarde. Los errores que han conducido al Ibiza a la situación en la que se encuentra a día de hoy vienen de lejos. De antes de que empezara el campeonato, incluso de antes de que acabara la temporada anterior si se mira con perspectiva y se piensa en la marcha de Paco Jémez.
Primero se fichó a un entrenador sin experiencia en la categoría, Javier Baraja, para el segundo ejercicio en la categoría de Plata, pero luego no se le dio tiempo de trabajar y fue despedido de forma prematura. Por otro lado, se confió en un director deportivo, Miguel Ángel Gómez, que no ha hecho su trabajo y a quien el club blindó con un contrato de larga duración. Por eso las airadas críticas de la afición hacia su persona no han desembocado en su despidos, porque irse renunciado al dinero ni lo ha hecho ni probablemente lo hará.
Después, por otro lado, está el continuo intervencionismo del presidente, Amadeo Salvo, y, por añadidura, del resto de la directiva, en parcelas que no necesariamente le correspondían, de las que debería de haberse mantenido al margen o pasar de puntillas cuando no ha sido así. Y al final, todo junto, ha convertido la entidad en un cóctel explosivo. Quienes desde dentro lo vieron venir y alzaron la voz, como Ángel Nadal, miembro fundador, fueron despedidos. Seguramente más por las formas que por el fondo, pero el tiempo da y quita razones y él, indiscutiblemente, la tenía.
Muchos errores para un club profesional, en definitiva, al que se le debe reconocer una trayectoria meteórica, haber llegado a Segunda A en un tiempo récord, pero también una falta de paciencia y temple en los momentos complicados más que evidente y que ha derivado en una situación límite, como en la que se encuentra en la actualidad, al borde del descenso y en caída libre.
Después de Baraja vino Juan Antonio Anquela para tomar las riendas del equipo, un entrenador que desde el primer momento detectó las carencias del grupo y no tuvo pelos en la lengua para hacerlas públicas. Seguramente eso, y la falta de resultados, hicieron que su paso por la isla fuera efímero. Luego se apostó por Alcaraz, que, eso no se lo puede negar nadie, puso orden al desaguisado que se encontró. Que no era fácil.
En pocos días advirtió también que al conjunto le faltaban piezas clave para sostenerse en la categoría. Dotó al grupo de una manera de jugar reconocible, de un sistema fijo, algo que no había tenido o no se le había visto antes en el Ibiza de esta temporada, y en el mercado de invierno hubo salidas y llegaron refuerzos. Sin embargo, el tiempo y las necesidades se le han echado encima y cuando ha necesitado tomar riesgos no lo ha hecho o la apuesta no le ha salido bien.
La cruz ha sido la constante desde que empezara la Liga y el club, después de años de importantes inversiones económicas, viaja directo al punto de partida, el fútbol semiprofesional. Seguramente haya muchos motivos que le han conducido a esta situación, pero uno que no escapa a nadie es la falta de paciencia o las prisas, que en otros momentos han sido buenas pero que desde la llegada a Segunda parece que han nublado la visión de los de arriba.
Cuando se subió a Segunda, parecía que la permanencia no era suficiente, que desde ese momento mismo había que pelear por estar muy arriba, o en el play-off de ascenso o cerca. Se obvió el paso imprescindible de asentar el club en la categoría, porque subir desde abajo del todo puede resultar fácil si se tienen los recursos necesarios, pero mantener un crecimiento exponencial sostenido en el tiempo a la vez que se avanza hacia lo más alto es otra cosa.
Y los resultados han quedado este curso a la vista de todos. Lo malo es que el batacazo puede hacer mella incluso en el aficionado, que agradece la apuesta e inversión llevada a cabo por los hermanos Salvo para llevar al club y a la isla a cotas jamás antes alcanzadas, pero que también sufre y forma parte importante del proyecto y de una ilusión. Ahora queda por ver cómo se afronta la nueva etapa que se avecina, porque, salvo milagro, el Ibiza va directo al batacazo del descenso. Hasta que las matemáticas no digan lo contrario, el equipo sigue siendo de Segunda, pero la realidad es tozuda y pensar que se puede salir de donde se está ahora es un ejercicio de fe al alcance de muy pocos.
Habrá que ver cómo enfoca la directiva la nueva etapa hacia la que transita, porque dar un paso atrás siempre duele, pero también puede servir para tomar carrerilla, volver más fuerte y con la lección aprendida. Porque en la UD Ibiza se han hecho muchas cosas bien, pero en otras tantas no se ha obrado bien y se ha tomado nota de todo ello, el futuro será ser mejor.