Las velas, dispuestas en lugares poco comunes, y un olor a incienso turbaba y más cuando se miraba a la luna, que, quieta, se veía entre las nubes. Unos pequeños fuegos impedían que la noche fuera más oscura y, a lo lejos, brillaban diminutas las luces metropolitanas.
Los animales del bosque se reunieron antes del anochecer para mantener un decisivo debate. Para que todos los animales asistieran a este crucial debate, se organizaron varias migraciones al bosque de gatos y conejos que ya cohabitaban con los humanos.
No sé cierto cómo tanto conejo como gato se las ingeniaron para que las antorchas que portaban se vieran desde la ciudad como dos largas columnas llenas de luz cruzando montes; si bien la migración que más me informó de las dimensiones de tal debate fue la que protagonizaron las gallinas. Gallinas que, entre sus patas, rodaban sus últimas puestas y orgullosos a su lado, sus compañeros los gallos manteniendo el ritmo de la marcha.
Debido al relieve del terreno, los animales marinos no eran capaces de desplazarse por sí mismos y como resolución al problema, se acometieron grandes obras en la zona costera que, salvo algunos desórdenes con los nudistas, finalizaron con muy buenos resultados. Ignoro ahora mismo dónde la empresa constructora pagaba los impuestos, en el reino animal o en el reino humano, pero se dotó a toda la población marina de un servicio de altísima calidad. Estas obras, emplazadas en primera línea, constaban de unas enormes pantallas audiovisuales que proporcionarían a los animales marinos en tiempo real y sin necesidad de desplazarse, todo lo relativo a la disputa.
Las ballenas y los delfines fueron los que llegaron primero y ocuparon los mejores sitios para seguir el debate. Una familia de osos se coló por un atajo y sin disculparse esperó, sin más, la retransmisión de lo que iba a ocurrir.
Las hogueras iluminaban ahora más los grandes ojos de un grupo de conejos, pues éstas eran constantemente alimentadas por los gatos y mayormente por los lobos ya que dejaban caer las antorchas en su centro.
Se dotó de voz a los animales parlantes, que ya la disfrutaban de mucho atrás y, desde lo alto de la rama, un loro comenzó su locución:
-Nuestras relaciones con los humanos empeoran. Debemos exportar nuestro modelo social al reino humano.
-Sí, contestó la cabra, estudiante de idiomas. Debemos prevalecer. Aplicaremos nuestra moral.
-¿La moral ? En las relaciones internacionales prevalece el poder. Así se lo comunicaremos a nuestro embajador.
-El paradigma, dijo un mono frotándose la nariz y recordándome con su gesto a uno de mis vecinos.
La comisura de los labios de un caballo se extendió unos milímetros, pero visibles para la gran mayoría de los animales y en esa pequeña transición, la sonrisa se dibujó en su cara seria atrayendo así más a los oyentes, aunque el valor de sus palabras fuera el mismo que sin sonrisa
-Brindamos nuestra amistad a los humanos y, después, se enamoran de nosotros. Y lo que es gracioso, compartimos su cama. Quieren que durmamos todas las noches con ellos y sus palabras son poco delicadas. No tenemos convenios que nos protejan y muchos acabamos en la calle cuando reclamamos nuestra independencia y nos convertimos en animales dependientes.
Y acordaron los animales que abandonarían a los humanos, pues sus relaciones no eran satisfactorias. Regresarían a los bosques a vivir y mejorarían la sociedad animal.
Quedaron solos los hombres, solos con las estrellas y las montañas, solos con los ríos y los árboles, mas no supieron ver lo bello de la vida y ese silencio quebrado por la hoja al caer llegó a los hombres y los hombres sintieron miedo. Y sus palabras quedaron mudas cerca de su lado oscuro, ni escritas, ni dibujadas, ni expresadas, solas como los hombres y a pesar de que sintieron miedo otra vez, caso no hicieron a los embajadores.
Después de un trasiego importante de valijas diplomáticas y con poco acierto, se pasó a la presión:
Mucho antes de que llegasen los profesores a las universidades, los osos negros ya ocupaban los pupitres de nogal, nogal que les recordaba a sus bosques y allí cómodos y moviendo su corta cola esperaban sorprender a los tutores.
El dominio de las calles ya era de los babuinos, que al no ser día festivo, llenaron los ángulos de la ciudad vestidos de cardenales y reyes. En muchas plazas, se veían grupos de simios jugando partidas de cartas, lo cual emocionaba a los pocos cotizantes que por allí paseaban.
En el mar, las ballenas azules cantaban a los marineros que, seducidos por novelas románticas y demasiado apego, se lanzaban al mar sin reparar en lo que sucedería después.
Y llegaron las negociaciones. Tras un duro acuerdo entre todos los seres vivientes, pues allí donde se desarrollarían las negociaciones sería fundamental para los venideros pactos, se estimó que el puente que unía la ciudad y el bosque sería el punto elegido.
Por este motivo, en aquel puente progresaron tales acuerdos y concluyeron que todos los animales gozarían pronto de la mayoría de los derechos conocidos y que se configuraría una sociedad multicultural sin distinción de razas y con movimiento ilimitado por las tierras hasta ahora vistas y también, enterneciendo a todos, con plenas libertades sexuales fuera del ámbito familiar.
Jaume Torres