Cuando ayer, en Salamanca, atendí la llamada del Gremi de Llibreters de Mallorca en el que me preguntaban por los detalles del pregón que iba a leer pasado mañana en Palma, pensé en El gesto de la Muerte, el relato de Jean Cocteau. En este microrrelato, la Muerte se sorprende al ver una mañana a un joven lejos de Ispahán, cuando la Muerte sabe que debe llevárselo esa misma noche en Ispahán. ¿La moraleja? Lo que tiene que ser será, supongo. De modo que mi lectura del pregón en la 41 edición de la Feria del Libro de Palma no debía ser, y no será, aunque yo tuviera las mismas ganas de que sucediera como ganas de vivir tenía ese joven condenado del cuento. Pero no.
Me llamaron por teléfono del Gremi de Llibreters de Mallorca y yo no sabía de qué me estaban hablando. Antes de pensar en el cuento de Cocteau, supuse –muy influido por mi reciente lectura de Ciudad de cristal de Paul Auster– que se habían equivocado de número (Bennasar queda tan cerca de Ben…) y, austerizado y eufórico, estuve a punto de aceptar ser Bennasar y acudir a Palma disfrazado de Paul Auster para celebrar la literatura y los equívocos que generan literatura cuando, mi gozo en un pozo, preguntaron si yo era el poeta Ben Clark. Escribir significa agotar todas las posibilidades, de modo que, lejos de rendirme, invoqué en un instante el recuerdo de mi viaje a Corea del Sur en 2018 con motivo de los Juegos Olímpicos de Invierno, en Pyeongchang, adonde acudí suplantando –vilamatísticamente y sin saberlo– a otro Ben Clark, americano y barbudo, quien al parecer había sido el objetivo real de los organizadores de las lecturas olímpicas y surcoreanas, y me pregunté si los amigos del Gremi de Llibreters de Mallorca no habrían querido, ellos también, contar con ese otro Ben Clark, poeta que vive en Minneapolis, Minnesota, con su mujer Dana y su gato Joni (según cuenta Google), y a quien imaginaba en ese instante haciendo felizmente las maletas, desempolvando los pantalones cortos tras el largo y cruento invierno de Minneapolis, mientras pensaba en lo maravilloso que iba a ser volar hacia Mallorca. Pero no, tocayo, ni te toca a ti, ni toco yo (perdonen, los genes británicos encuentran irresistible cualquier juego palabras), pues al final la cosa no tiene que ver ni con Cocteau, ni con Auster, ni con Vila-Matas ni con mi doble americano, que es gatófilo como yo, al final se trata sólo de un error: alguien me tenía que haber avisado y no me avisó, sin más. Mi gozo en un pozo. Aunque, tras conversar con el Gremi, espero poder acudir el año que viene para celebrar con los lectores de Palma y quitarnos esta espinita, pues realmente me hacía mucha ilusión poder leer el pregón en la que es, también, mi tierra.
Y, como los medios mallorquines han anunciado que voy a hablar, y como quiero hablar, hablaré, aunque sea brevemente, aquí y ahora, en honor al cadáver de Cocteau, en honor a la salvación de Auster, en honor al próximo premio Cervantes Vila-Matas, en honor a Ben Clark el americano que no conoce Corea del Sur por mi culpa (te debo un viaje, Ben) y, sobre todo, en honor a los lectores de Palma, a quienes amo y a quienes pido disculpas por mi ausencia el viernes, cuando esperaban encontrarme en el Passeig del Born, mi Ispahán particular.
Y mi pregón (en su versión resumida) dice así: «Amigas, amigos, nos reunimos hoy en esta isla del tesoro para celebrar el comercio de lo que no tiene precio: la lectura. Importa comprar libros y, como bien os diremos muchos de los que vivimos de esto, importa vender libros, pero lo importante es comprender que estas transacciones, aunque necesarias para alimentar la misteriosa máquina que fabrica libros, poco o nada tienen que ver con el verdadero negocio: aquí vendemos de tapadillo mapas para escapar de la Muerte (¿conocen el cuento de ‘El gesto de la Muerte’?); aquí suministramos píldoras sin receta contra la soledad y el desánimo; aquí, en esta Fira del Llibre de Palma, si le hacen un gesto cómplice al librero podrán encontrar, incluso, el elixir de la juventud eterna. Pero la autoridad competente no permite la venta de estas cosas, de modo que hemos escondido todo esto (¡y mas!) entre las cubiertas inofensivas de los libros.
He dedicado la mitad de mi vida al mundo del libro. Cuando, sofocado por las deudas, me pregunto por qué y en qué momento elegí este camino, recuerdo que no fue un camino elegido, sino designado por la alegría; por la inmensa alegría que me dieron esos libros que leí en la Ibiza finisecular de mi adolescencia. Y, como un adicto –pues soy un adicto– llevo dos décadas persiguiendo por pueblos, ciudades y países la manera de conseguir más alegría, dos décadas buscando más enganchadas y más enganchados que me comprendan y con los que pueda hablar de este mal de Montano que me lo ha dado todo a cambio de nada. Y en todos esos viajes he comprendido lo importantes que son los espacios de encuentro, los lugares donde los enfermos podemos reunirnos para hablar, para compartir experiencias y para recomendarnos nuevas formas de conseguir alegría. Y creo que no revelo ningún secreto si os digo que este lugar, esta Fira del Llibre de Palma, es sin duda uno de los sitios donde conseguir el producto secreto que esconden los libros; está aquí, aquí se vende eso, que lo sepan todos, aquí se consigue la alegría». Nos vemos en Palma en la edición número 42.