Mientras observaba atónito y con arcadas al presidente de la Real Federación Española de Fútbol, Luis Rubiales, haciendo el orangután en el palco de honor del estadio de Sídney donde se celebró la final del Mundial Femenino de Fútbol, me vino a la memoria aquel impactante cartel de la película Huevos de oro (Bigas Luna, 1993). Tal vez se acuerden porque la imagen no se diluye fácilmente en la memoria. En él aparecía el actor Javier Bardem, ataviado con un atuendo macarrónico: traje y mocasines blancos, camisa negra, cadena de oro al cuello, pelo repeinado para atrás y una mano agarrándose los testículos, proclamando con el gesto que iba a comerse el mundo a base de gónadas. La realidad, sin embargo, se acabaría encargando de bajarle a tierra desde las alturas de sus ínfulas, en un santiamén.
Rubiales ejercitó con soltura el mismo gesto simiesco que Bardem; es decir, sopesarse los órganos con procacidad, aunque no en el contexto de una película de ficción dedicada a caricaturizar al macho ibérico. Lo hizo ejerciendo como tal, cuando debía desempeñar el papel de alto representante de nuestro país, en el transcurso de un evento que seguían por televisión mil millones de espectadores. Se los agarró ante la flor y nata del deporte internacional y la aristocracia española, incluida una infanta menor de edad, situada a metro y medio. Cabe suponer que, como su madre y las augustas autoridades presentes, debió de alucinar con el comportamiento gorrino y el estado de general excitación del autoproclamando gañán del reino. Sobre todo, porque, tanto si se percató o no de la indisimulada mecida testicular, la agitación extrema que exhibía el personaje ya contrastaba suficientemente con el sosiego y la discreción protocolaria del que hacían gala el resto de autoridades.
La tocada de huevos, sin duda, ya fue suficiente motivo como para exigirle la inmediata dimisión, sobre todo después de tantos años de prepotencia y provocar vergüenza ajena cada vez que ha abierto la boca. ¿Acaso no existen en nuestro país otros ex futbolistas inteligentes, adecuadamente formados y con una mínima educación como para dirigir nuestro fútbol sin provocar un ridículo internacional?
Se ve, sin embargo, que Rubiales aún no tuvo bastante y decidió empeorar la situación, bajando acelerado a felicitar a las campeonas. Allí, a pie de campo, acabó agarrando la cara con las dos manos a Jenni Hermoso, una de las principales jugadoras del equipo, plantándole a continuación un beso forzado en la boca, que también fue retransmitido en directo a los hogares del mundo entero. La primera reacción de esta reputada atleta, al regresar al vestuario, fue señalar que aquello no le había gustado.
Lógicamente, ante tal demostración de comportamiento troglodítico, se armó el belén en las redes sociales. Toda clase de personalidades, de distintas tendencias políticas y sociales, calificaron el hecho de vergonzoso, abusivo, humillante, machista, violento y hasta punible. El directivo, incapaz de reconocer la desfachatez de su gesta y tomar conciencia de la grima que provocó en la sociedad española, decidió acudir a los micrófonos de un medio afín y tratar de quitarle hierro al asunto, cuando ya no había vuelta atrás. Allí calificó de “gilipollez” lo ocurrido y llamó “idiotas”, “tontos del culo” y “pringados” a quienes criticaron su beso a la futbolista. Mientras tanto, Juanma Castaño, el locutor de la Cope que le entrevistaba sin un atisbo de la crítica e indignación que sí despliega cuando un árbitro se equivoca en un penalti, le reía las gracias como si nada. Y lo mismo Manolo Lama. Tan repulsivos acabaron siendo los gestos del presidente de la Federación como el peloteo y la falta de reacción de ambos comentaristas. Lo mismo puede aplicarse, por cierto, a la prensa deportiva en general, que pasó de puntillas sobre el asunto hasta que la polémica fue tan viral que no hubo más remedio que reengancharse. ¿Será efecto de los millones en publicidad que reparte la Federación o de la falta de criterio? Quién sabe.
Tras esta surrealista concatenación de sucesos, nos enteramos del penoso conato de enjuague que, en el avión de vuelta de Australia, trataron de perpetrar Rubiales y su jefa de prensa, que ya era una eficaz fontanera de los pozos negros de la información, cuando trabajaba para Alberto Ruiz Gallardón en la Comunidad de Madrid. Exigieron primero a la afectada, luego a su familia y posteriormente a la capitana del equipo, la grabación de un vídeo donde aparecieran baboso y víctima juntos, echando pelillos a la mar. Las futbolistas lógicamente se negaron.
Con posterioridad, la Federación se atrevió a difundir una nota de prensa con unas supuestas declaraciones de la futbolista en las que exculpaba a Rubiales y que ella, según denunciaron algunos medios, no había hecho en ningún momento, ahondando así en el decálogo de machismo tóxico desplegado por Rubiales y su equipo, que volvieron a presionar a la estrella internacional de la selección, poniendo palabras no autorizadas en su boca. Horas después, cuando ya era demasiado tarde, llegaron las ridículas y falsas disculpas del personaje, que resultaron insuficientes a todo el país, incluido el presidente del Gobierno, que no se cortó a la hora de evidenciarlo.
Luis Rubiales, en definitiva, no solo se propasó con la jugadora, sino que, para tratar de tapar sus vergüenzas, convirtió lo que debería de haber sido la celebración de un éxito extraordinario del deporte español en una pesadilla. Qué gran alivio que no acompañara a las jugadoras de la selección, cuando ayer, a pesar del cansancio por el viaje desde las Antípodas y las celebraciones de Madrid, volaron a la isla para celebrar con los seguidores ibicencos su triunfo en olor de multitudes. Aunque, de haber venido, no me cabe duda de que el público local habría recibido al presidente de la RFEF como se merece.
A este personaje, por tanto, se lo tiene que tragar ya mismo la tierra y no volver a aparecer jamás en el palco de un estadio de fútbol. El viernes se ha convocado una asamblea extraordinaria en la sede de la Federación, al parecer para reforzar a Rubiales, cuando el presidente debería salir de allí dimitido. De no ser así, la vergüenza se proyectará sobre todos y cada uno de los directivos que decidan sostenerlo y los estamentos deportivos a los que representen. Tendrá, entonces, que actuar el gobierno, porque lo ocurrido es imperdonable.
Mientras la selección femenina ha sobrevolado con su éxito las trincheras de un universo tan machista como el fútbol, Rubiales les ha arruinado la fiesta con la mayor exhibición de chulería celtibérica y caspa carpetovetónica que se recuerda. Aquellos que tengan poder de decisión en el asunto, que recapaciten y manden a casa, sin más dilación, al personaje. Ni las deportistas, ni las aficionadas y los aficionados, ni la imagen de nuestro país, merecen semejante lastre. Todas las mujeres que han sufrido el machismo en el fútbol, incluidas las árbitras a las que llaman putas desde las gradas, y las niñas que sueñan con triunfar como futbolistas, deben estar seguras de que algo así no va a volver a ocurrir jamás.
@xescuprats
Que tiene que dimitir o ser cesado, más que evidente.
Pero me jode que lo que quedará en la memoria de la gente será este mal gesto, quizás también la obscenidad testicular previa, muy por encima de los enjuagues con «el Gery» y los moros, corrupción pura y dura……
Ojala se juzgará de la misma manera al «emerito»,pero parece ser que en Españistan hay malos muy malos y malos buenotes,sino no me explico..
Viendo que ningun politico dimite por todo lo que han hecho…lo de Rubiales (es un necio) me parece desmesurado.
Desmesurado??
DESMESURADO!!
El máximo dirigente de la federación, tocándose las bolas en el palco, besando sin consentimiento aprovechándose de la situación ó, manoseando y cargando como un saco de patatas a otra profesional..
Pero somos estúpidos?
Qué cualquier trabajador/trabajadora haga algo parecido en su trabajo, a ver a dónde va.