Hace unos días tuve la oportunidad de ver en Movistar+ la docuserie de tres capítulos sobre Locomía, aquel grupo surgido de Ibiza, de difícil calificación, que, con sus coreografías, su estilismo y la personalidad de sus miembros, llegaron a estar en lo más alto del panorama artístico y discográfico. La Ibiza que se describe en el documental, con el cuarteto bailando en KU, ha desaparecido por completo; pero de algún modo pervive la añoranza de aquella isla mágica, que atraía a gente diversa, proveniente de todo el mundo, convencidos de que lo que sucedía aquí, no pasaba en ninguna otra parte del mundo.
También en la docuserie de cuatro episodios ‘Osel, un viaje al infinito’, Ibiza tiene un enorme protagonismo. Los padres del niño lama, Osel Hita Torres, se conocieron en Can Tirurit, convertido en un centro budista. Entonces también Ibiza funcionó como un imán que atraía a personas inconformistas que ansiaban descubrir una vida mejor, con una práctica religiosa o espiritual que les permitiera trascender de lo meramente material y humano. En este caso, Ibiza se reveló como un lugar no idóneo para asentar de forma permanente un monasterio budista. La isla era demasiado accesible, demasiado populosa, poco aislada. De ahí que se trasladaran a la alpujarra granadina.
¿Cuántas Ibiza habrá habido en la historia de este rincón único del planeta? Tantas como personas la hayan habitado. En los dos ejemplos citados, el relato no terminó de forma feliz; o al menos no todo lo feliz que cabía esperar. Quizás esta sea la otra cara de la Isla, la cara oculta que no se ve. Tras la apariencia idílica, mágica, espiritual, divertida, ingeniosa, ocurrente, emerge la Isla fallida, caótica, frustrada y frustrante, convertida en contra de su voluntad en lo que otros quieren que sea. Se diría que es la maldición de Ibiza.
¿Es la Ibiza de ahora mejor o peor que la Ibiza de hace 30 o 40 años? ¡Quién podría decirlo! Persiste aquí y ahora la sensación de que la Isla es un lugar único, sin comparación posible. Pero también se aprecia, diría que, sin lugar a dudas, cómo poco a poco, casi sin quererlo, se ha abierto camino la codicia.
Ahora lo que importa no son las personas, sino su dinero. Y en este contexto, Ibiza atrae a quien tiene mucho y expulsa al que tiene poco. O lo aparta y lo aísla como mero sirviente de aquellos adinerados a quienes no les basta con serlo, sino que, además, hacen impúdica ostentación de su riqueza. Pobrecillos. Ricos en dinero, pobres en espíritu. Esta es la Ibiza que, desde hace años, se abre camino de forma imparable ante nuestros ojos. Nos devora y nos trae pan para hoy y hambre para mañana.
Joan Miquel Perpinyà
Éste periodista ridículo, escribiendo este artículo, cuando hace cuatro dias criticaba a la gente que intentaba acabar con esta maldita marca llamada Ibiza.
Te puedes ir a la porra vendido descerebrado.
«Esta es la Ibiza que, desde hace años, se abre camino de forma imparable ante nuestros ojos. Nos devora y nos trae pan para hoy y hambre para mañana».
Creo que hay poco que añadir, ante una realidad evidente.
Sin duda es molesto para los que vivís de limpiar zapatos a los poderosos.. esperando ansiosos unas mijitas de su maná, para seguir teniendo la ilusión de pequeño burgués en proyecto.