José Morella (Ibiza, 1972) presenta mañana jueves 28 de septiembre en Ibiza (Librería Sa Cultural, a las 19 horas) y el viernes 29 en Sant Antoni (Bodega Los Gatos, a las 19 horas) su nueva novela, Tierra adentro (Ed. Aristas Martínez), una novela que no puede estar más de actualidad, ya que aborda el acoso, uno de los tentáculos más viscosos de la violencia machista, con un planteamiento nada maniqueo y un sorprendente desenlace.
Morella ganó el Premio Café Gijón 2019 con su anterior y estupenda novela West End, ambientada en Sant Antoni, y que pasó mucho más desapercibida de lo que merece porque su lanzamiento fue en plena pandemia y apenas pudo promocionarla. También fue semifinalista del premio Herralde con Asuntos propios (2008), y es autor, además, de Como caminos en la niebla (2016). Morella se ha convertido en uno de esos autores imprescindibles para quienes saben qué es lo mejor que se cuece en las letras castellanas contemporáneas.
En Tierra adentro se pone en la piel de Violeta, una chica universitaria y de buena familia que no se libra de un acosador que llegará a sus límites cuando ella le pone frente a su espejo y él no lo soporta.
«José Morella escribe con una sencillez poética y su antisolemnidad es una lección a seguir», apunta la reconocida autora, activista y periodista Elena Poniatowska sobre este autor, criado en Sant Antoni y residente en Barcelona, donde es profesor.
Presentar un libro en Ibiza ¿le sitúa en una posición diferente?, ¿le genera más nervios, le hace más ilusión o es como otra presentación?
Mentiría si te dijera que no me pone nervioso. Las presentaciones me dan muchas alegrías pero me cuestan, no estoy tan a gusto como lo estoy escribiendo. West End coincidió con la pandemia y me quedé con muchísimas ganas de presentarla en la isla pero no pudo ser. Ahora, tal vez, sacio el deseo de estar en la isla con mi gente, mi familia y mis amigos… y también con gente nueva, lectores nuevos, lo que me hace muchísima ilusión.
He hablado con varias amigas fans de West End… digo amigas porque tengo más amigas lectoras que amigos lectores…
…eso es muy normal. Yo, que vivo en una ciudad [Barcelona], me fijo en el metro, en el tren… y en todas partes veo más mujeres lectoras. Hablaba con una editora que me decía que, entre los 25 a los 35 años, la edad en la que muchas mujeres crían a sus hijos, hay un bajón en la lectura porque, claro, no tenéis tiempo para leer —habría que preguntar a las parejas si pierden horas de ocio en la misma proporción—. Las que leen son las mujeres y las que aguantáis el negocio literario sois vosotras.
¿Y saber que su público es mayoritariamente femenino ha tenido algo que ver en que haya adoptado una voz femenina, en primera persona, en Tierra adentro?
No, no era consciente. Ahora que lo has mencionado tal vez inconscientemente, pero no… Al leer la novela verás que, aunque la narradora es una chica joven, narra lo que ve y lo que ve en su pueblo son muchos hombres. Es una novela con una voz femenina pero el tema de la novela es la masculinidad. Ella va intentando entender qué les pasa a los hombres, por qué estamos así de mal. Qué nos pasa. La figura de ella me sirve como exploradora en ese mundo con el que tiene que bregar porque le da infinidad de problemas, por el padre que tiene y por el malo de la película que es el acosador.
Un tipo de violencia que no es física, sino algo más retorcido y más complicado de denunciar…
Sí, a ella, en un momento dado, no solo le cuesta denunciar sino pensar en que una denuncia es una posibilidad. Al mismo tiempo es una chica universitaria, inteligente, culta… Quiero romper con ese estereotipo que pesa en la sociedad de que este tipo de cosas solo pasan en determinadas clases sociales. Eso me lo han enseñado mis amigas, mi pareja…
Cualquier mujer sabe que eso no es cierto, que la violencia es transversal y no entiende de clases ni de estudios.
Vosotras lo sabéis. Pero no sé si todo el mundo es consciente.
Si tuviera que explicarle brevemente a alguien que es Tierra adentro…
Lo que narra Tierra adentro son las consecuencias que tiene para una mujer el ponerle un espejo delante de la cara a un acosador, a un maltratador, y decirle quién es. El maltratador no soporta el espejo que le ponen delante. Nadie se ha atrevido a hacerlo porque es un tipo violento. Todas las personas somos, hasta cierto punto, narcisistas, todos tenemos nuestro ego. Cuando alguien se planta delante de ti y te dice “tú eres esto” nos molesta, pero nos va bien y es sano que nos vayan pinchando la burbujita. Pero claro, cuando el maltratador o el narcisista es patológicamente narcisista, es un abusón… entonces es peligroso.
¿Para usted ha sido un ejercicio enriquecedor tener una voz femenina en este libro, situarse en la otra parte del mundo?
Claro, llevo muchos años aprendiendo mucho. Tengo 50 años. Cuando era adolescente éramos todos unos machirulos. En la escuela y en el instituto es impresionante la presión de los pares y del patriarcado. Hubiera sido imposible que a los 18 años yo y mi grupito de amigos hubiéramos sido capaces de romper el patrón patriarcal o ni siquiera de saber que era posible hacerlo. No es que fuéramos cobardes, es que en ese mar éramos todos peces y no sabíamos que estábamos ahí. Ahora nos están haciendo crecer gracias al feminismo y a mujeres y hombres que están escribiendo. En mi caso gracias a muchas lecturas y a mi círculo afectivo cercano y no tan cercano, a infinidad de cosas que están pasando en los últimos 10-15 años. Esta novela la ha escrito muchísima gente conmigo: infinidad de conversaciones, de lecturas…
¿En su novela hay un cierto compadecimiento por la figura de ese machirulo que esconde su fragilidad tras esa máscara de violencia?
La masculinidad es el desmentido constante de que eres débil. Parece que tenemos que desmentir constantemente nuestra humanidad, nuestra propia fragilidad. Y eso no es solo cosa de machirulos o maltratadores, es de todos. Los que somos un poco más conscientes también estamos ahí. No me gusta distinguir entre hombres buenos y malos. No hace bien. Tengo la sensación de que no nos ayuda.
¿Qué quiere decir?
Sé que es difícil no hacer esa distinción, pero hay que hacer un esfuerzo. Si voy hacia atrás, a cuando era un adolescente en el instituto, seguro que hay algún momento en el que chicas y chicos me recuerdan como alguien intentando mantener una imagen de fortaleza que es patética e inexistente porque somos seres humanos y no somos fuertes por definición. Alguien recordaría a José como un gilipollas y con toda la razón del mundo.
¿Ha seguido la recopilación que ha hecho en redes sociales la periodista Cristina Fallarás de testimonios de violencia machista con el #SeAcabó y el caso Rubiales como detonante? Es estremecedor.
Sí, por supuesto. Hay que leer mucho. A Cristina Fallarás y a otro tipo de feminismos. El problema del patriarcado es que nos tiene cogidos a todos por el gaznate. Si lo que hacemos con esos hombres es etiquetarlos y ponerlos en el lado de las manzanas podridas a menudo lo que ocurre es que se establece una especie de lucha masculina por no estar dentro de la cesta de las manzanas podridas, que finalmente es una lucha súper masculina. Aparece el problema de los aliados, esos hombres que constantemente quieren ser aliados del feminismo para desmarcarse y ahí hay mucho peligro. Porque las agresiones a mujeres están llegando cada vez más por parte de esos falsos aliados. Huelen que en la sociedad hay que empezar a disfrazarse de otra cosa y se disfrazan. En lugar de decir que tienen un pasado complicado, porque todos los hombres lo tenemos, pues empiezan a aparecer en redes sociales como aliados y en muchos foros llegan incluso al acoso a las mujeres.
En el mundo literario, de cara al exterior, hay autores que citan a autoras y se posicionan de ‘manera feminista’ porque es lo que toca, pero, de puertas para adentro, lloran por las esquinas porque se está premiando y teniendo en consideración a más a mujeres que quitan visibilidad a los autores. ¿Lo ha vivido?
Esa conversación ha salido alguna vez, sí. La gente se piensa que el mundo literario o que la industria del libro es diferente a las otras industrias. Como que, por el hecho de ser culturales, son de azúcar. Como si no se tratara de una industria más, que busca ganar pasta, y como si no fueran capitalistas, como todas, y como si no mandaran quienes mandan, los tipos, los hombres arriba y las mujeres, abajo. Lo mismo pasaba con la imagen idílica del cine hasta que se fue al garete cuando salió el caso Harvey Weinstein. Lo que dices es verdad pero me sorprende que la gente se sorprenda. ¡No sé qué se piensa la gente que es el mundo literario! [ríe].
Tendemos a mitificar el mundo literario como algo muy intelectual y elevado.
Intelectual puede ser, pero intelectual no quiere decir mucho si hablamos de justicia social o de feminismo.
¿Qué es lo que le aporta la literatura a usted y qué es lo que busca cuando escribe: entretener, concienciar… ?
Doy clases de escritura creativa y este es un tema que sale mucho. Cuanto más lo trato en mis clases menos claro lo tengo… Aunque, cada vez más, tengo la sensación de que escribo para compartirme. Escribimos para compartirnos y para que otra gente pueda reconocerse y, poco a poco, irnos reconociendo en lo que dicen otros. Gota a gota, como pequeños granitos de arena, e ir transformando el mundo. Como lector alucino cuando alguien me hace ver algo del mundo que yo por mí mismo no habría podido ver. A veces me pasa algo en la vida a lo que no sé ponerle palabras… hasta que en la novela del otro o en el ensayo del otro alguien lo expone y tomo conciencia de lo que me pasa. El ejemplo más claro que me viene es el de Rebecca Solnit, que explicó hace unos años una experiencia que las mujeres tenéis y es que los hombres van y os explican cosas por el hecho de ser mujeres. Lo hizo en su libro Los hombres me explican cosas. Ella acuñó el término mansplaining, pero hasta que ella no lo explicó y no le puso nombre muchas personas no lo identificaban. Cuando lo leí también me identifiqué como hombre haciéndolo. Leer es una maravilla porque convierte a los lectores en seres privilegiados que tienen acceso a cosas de sí mismos que las personas que no leen no tienen. No me gusta ser clasista y tengo mucho respeto por la gente que no lee, pero la gente que lee tiene ese privilegio de compartir el mundo y abrirse a un montón de vidas que acaban siendo la suyas también.