Raül Medrano / Uno de los temas recurrentes de la ciencia ficción del siglo XXI ha sido, y sigue siendo, la posible destrucción planetaria de la mano humana. En Ibiza, siempre lo traemos hacia nuestro terreno del fin del turismo. Dentro se ese subgénero, las distopías han apostado mucho por el cambio climático (mira, ésta no nos va tan mal aquí, de momento). Pues bien, la realidad les ha dado la razón. Tras 23 años asistiendo al festival de Sitges, este ha sido el primero en que no he incluido en la maleta ni una sola prenda, superior o inferior, de manga larga. Y, spoiler: salió bien. El veroño eterno ha hecho de esta edición la que más he tenido que luchar para no desviarme a la playa camino del cine.
No tengan ninguna duda. A poca gente le apetece más que a servidor escribir, un año más, esto, y aquí. Un año más viejos, pero con las mismas ganas, nos acercamos al Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Catalunya, aka Festival de Sitges, a disfrutar de unos días de cine. Del excelso, del bueno, del regular, y del malo, que hay de todo allí. Pero de la calidad de las películas, del contenido, hablaremos en la segunda parte. Una pequeña tradición de quien escribe, que es una persona de costumbres. Y al que, dicho sea de paso, en Ibiza le cuesta acceder a ese tipo de cine.
Aquí hablaremos de todo lo que es Sitges más allá de sus películas. Porque Sitges es mucho más que sus más de 200 producciones exhibidas. Este año por cierto, una de ellas nuestra, El gegant des Vedrà i altrea rondaies, vista en doble sesión un día grande, un sábado. Dato no menor, pues los fines de semana y el festivo del 12 de octubre la asistencia de público es mucho mayor que cualquiera de los días laborables.
Me gusta pensar que este artículo interesará a quien haya tenido la suerte de acudir al festival en alguna ocasión, por rememorar situaciones, lugares, imágenes o sensaciones que seguro les extraen una sonrisa. Pero también quiero imaginar que sirve de boceto para quien jamás ha pisado ese pequeño pueblo al sur de Barcelona que durante once días se convierte en capital del terror, la fantasía, la ciencia ficción. De lo telúrico, la ensoñación, lo onírico. Y de la sangre. Que de esa hay bastante (aunque… ¿cada vez menos?).
La huelga en Hollywood ha mermado la alfombra roja este año. Sitges tampoco es, no nos engañemos, el festival con más glamour del planeta (a años luz de Cannes o Donosti), ni lo pretende. Pero el conflicto yankee no ha ayudado, y nos hemos conformado, sobretodo, con star-system patrio. Me crucé a Belén Rueda en el jardín del Hotel Melià. Como imaginaba, accedió simpática a fotografiarse conmigo. Presentaba La ermita, una película más de ese género propio que es “peli de terror con Belén Rueda”.
Por Sitges se han paseado, sobre todo, directores ilustres. Por ejemplo, Lee Unkrich. Seguramente, ese hombre con nombre de delantero del Werder Bremen no les dirá nada, pero es el director de Buscando a Nemo, Monstruos S.A. o Coco, entre muchas otras. Gracias por tanto, amigo. Eres casi de la familia.
Otros ilustres como J.A. Bayona, ganador del máximo galardón del festival, la Màquina del temps, o Hideo Nakata, creador de la The ring original, se han dejado ver durante todo el certamen.
Más allá del glamour, está el no-glamour. El barro. Los frankfurts en los food trucks. Los cafés corriendo entre sesión y sesión. Las latas de la cerveza que patrocina el festival a 3 eurazos, ríase usted de nuestras islas. Y en vaso de cartón.
Sitges también es la espera de que se libere una entrada furtiva para el pase al que te quedaste sin. También es dormirse en unas cuantas sesiones (las películas francesas suelen tener efecto sedante infalible, sobre todo si el pase es a las 16:00). También es meterse a ver una película que te han explicado que es “la peli del festival” y acabar odiándola. Cada año hay mínimo 14 “pelis del festival”, según Twitter (perdón, según X)
Este año, por cierto, el leit motiv del certamen ha sido Los pájaros, la inmortal obra con la que Hitchcock nos cambió la forma de mirar para arriba. Yo quiero seguir, muchos años, mirando para arriba. Allá, por cierto, al mirar al cielo azul de la costa sitgetana, quizá me parezca ver a Carlos Pumares, siguiendo las películas aún desde su nube. Seguro que se ha adjudicado ya una para él, como hizo durante décadas con exactamente la misma butaca en el Auditorio del Melià. Como Pepe Domingo Castaño, que nos dejó un domingo futbolero de Tiempo de Juego, el mítico crítico de cine falleció durante la celebración de Sitges. Su butaca quedó vacía, ante el respeto y admiración de todos los que hemos disfrutado de sus afilados comentarios durante tantos años. Buen viaje, Carlos.
Silenci! parla Medrano