Parte 1
De manera paródica y sin embargo bastante real en lo relativo y en lo concreto, mi padre siempre advierte; somos de donde venimos. Siendo él de Madrid con z y a mí que me pasa todo lo contrario, es así como ahora le entiendo.
El principal rasgo identitario es el punto de coordenadas que alumbra tu nacimiento como argonauta en la mancha sólida del globo, lugar donde miles de años de cultura depositada se van a hacer reflejo en tu manera de hacer, pensar y vivir. Podemos decir que eres acuario y que de ascendente eres libra y que estudiaste psicología en la Complutense en los ‘80s y que tu familia era modesta y que tenía una bandera republicana en el balcón. Que trabajas en una agencia de viajes que nada tiene eso que ver con tu postgrado de Maestría en psicología sexual y de pareja, y cuando vendes paquetes a Tailandia todo incluido te llevas una comisión.
Tienes un coche utilitario, barato y que parece que va a pilas. Tu marido es buen tipo y por eso no lo aguantas. Los ideales feministas te han hecho cada vez más racional y últimamente estás probando una marca nueva de cremas, para ojos, cara y cuerpo que la verdad te está dando un resultado increíble y sobre todo conversación en la hora del café, esto hace que por momentos se te olvide que ya a tu edad no vas a tener hijos.
Hay un montón de ingredientes que van conformando esa identidad, una estructura en forma de tela de araña, que se va tejiendo conforme pasa la vida. Pero el centro, la primera puntada nace desde donde tú naces, supuestamente. Es la siguiente pregunta que te van a hacer después de decir cómo te llamas y probablemente se olviden de tu nombre que no de dónde eres, eso no se olvida.
Hasta hace no tanto por falta de conocimiento geográfico este tipo de clasificación era mucho más sencilla, eras extrajera o como mucho de pueblo o de ciudad. Ahora con todo el mundo en nuestras manos se define de manera mucho más concreta, toda la meta información a la que podemos acceder lo llena de matices. Es decir, si eres de Marruecos y estás en Plaza Cataluña tomando unas tostadas con tomate y das las gracias en catalán al camarero, la meta información que conlleva todo ese gesto es impresionante y a su vez la que se queda el camarero y el ligue de Tinder que aún no se ha aprendido tu nombre, pero sin embargo ahora es ya capaz de empezar a dar forma a tu persona, ha dado la primera puntada firme para tejer una visión de quien eres.
Esta idea me venía ayer en el aeropuerto del Prat antes de coger un Vueling con retraso. Me vino al observar los colores que han elegido para la nave donde están las puertas de embarque. Y me imaginaba al arquitecto en su estudio, estrujando sus neuronas para dar con esos tonos verdes claros y blancos apagados. Algo que supone una responsabilidad inquietante cuanto menos, pues imagínate la cantidad de personas a las que vas a someter a tu elección de colores, antes de subir a ese aparato que de algún modo te pone las alarmas a toda máquina, es decir, estás más susceptible a ellos, a los colores, esto es así.
Me imaginaba al arquitecto agobiado, sudoroso, en un estado de incertidumbres y colores. Cuando me vino ese atajo me dije: supongo que su decisión vino dada con respecto a su forma de entender, en tanto en cuanto a su forma de procesar siendo él de un lugar concreto lo que provoca inevitablemente que termine diciendo que ese verde claro y el blanco apagado son los colores que hacen que esa situación de angustia se haga más suave y moderada. Porque parece ser que somos de donde venimos, y eso forma una construcción interna imposible de ser despojada, es un límite y por tanto lo que da forma a esa identidad que termina eligiendo esos colores para gestionar esa multitud de estados anímicos antes de embarcar en el avión.
Y lo más incógnito es que esto es algo que está adherido al inconsciente. Quiero decir, que nosotros somos muy capaces de ser conscientes de que somos acuario con ascendente libra, de que hemos estudiado una carrera de Psicología con un máster en Maestría en psicología sexual y de pareja, y que hemos terminado vendiendo paquetes de todo incluido a Tailandia, de que me unto cremas para justificar mi Blancanieves interior y creer que ese tejido es nuestra identidad. Sin embargo ese espejito, espejito lo primero que hace a cualquiera que nos topemos por el camino es empezar a construir nuestra identidad desde ese punto en la mancha que es desde donde nos hemos auto fabricado y nos ha hecho ser quien somos, sin darnos mucha cuenta de ello.
Como dice el proverbio chino: Ser o no ser, esa es la cuestión. Esto a un catalán le resulta gracioso, a uno de Madriz una gilipollez, a un andaluz probablemente un dilema y a un vasco un acertijo. Luego de media hora de retraso del Vueling, el capitán era Asturiano y llegué a tiempo a mí destino de cuyo nombre no quiero acordarme.
Parte 2
Sucede que me canso de ser, sucede que me canso de mi piel y de mi cara, pues resulta que me siento a veces desmembrado, como si mi identidad estuviese algo inválida. Ahora sé que soy hijo de la transición y, aunque suene contradictorio, la militancia progre de mis padres me dio un nombre exótico y una educación contra cultura.
También por un efecto de inquietudes de mis progenitores, hizo que nos mudarámos bastante en mi tierna infancia, y eso provocó una completa falta de etimología identitaria en lo que se refiere a arraigo o pertenencia a un lugar. Mi credo ha sido crecer con el sentimiento de ser siempre el de fuera y en ver cómo se pronunciaba un acento chovinista aún más sonoro cuando te querían dejar claro este concepto: No, tú no eres de aquí.
Esto pronto y con los años se fue deformando en una fantasía de propia nación, que es lo que nos sucede a todos los que de una manera u otra nos a tocado ese estigma. Es un alumbramiento quijotesco, es un lugar de la mancha de cuyo nombre no quiero acordarme. Sabes que es así sobre todo cuando empatizas mucho con alguien de manera sublime porque ese alguien sufre esa misma discapacidad.
Es cierto que cuando careces de un oído ves mejor, o cuando cojeas tienes más fuerza en los brazos por tener que empujar la muleta. Por ahí te dotas de cierto reflejo de saber ver bien las características que hacen los lugares y sus gentes. Tienes ese defecto, es como si fueras un poco alien y pudieras desde fuera ver lo que otros desde dentro no son tan capaces.
Pero eso siempre salvando esa eterna distancia que hace que tú no tengas un límite concreto que dé forma a tu identidad de manera tan clara. Y entonces te la inventas eso sí, creas tus propia idiosincrasia de adjetivos emocionales, ya que careces de sustantivos. Adjetivos que te sustenten en un espacio y un tiempo algo concretos y menos relativos, creas una mancha tuya y propia, una tierra de alguien, aunque sólo seas tú ese alguien. Pero eso no deja de ser confuso y abstracto incluso a tus cuarenta cuando te preguntan de dónde eres y aún te cuesta tanto responder como reconocerlo.
Eso le decía a mi padre que siempre advierte; somos de dónde venimos. Siendo él de Madrid con z y a mí que me pasa todo lo contrario, es así como ahora le entiendo.