El algoritmo, en lo que parece un truco más que un trato, me dejó un dato curioso la tarde de este domingo de noviembre. Eran las 17:00, andaba como una veleta fiel al viento por las calles hundidas a mis pies con mis zapatos negros. Mejor te lo cuento: Es en Saint-Mandé, una pequeña ciudad en el corazón de Val-de-Marne, Francia, donde nació una mujer singular allá por el 1868.
El padre y la madre de Alexandra David-Néel eran dos mundos antagonistas. El padre, un profesor y ardiente militante republicano, había sido testigo de las turbulentas aguas de la revolución de 1848. Su amistad con el geógrafo anarquista Élisée Reclus marcó el inicio de un viaje intelectual y político que influiría profundamente en la joven Alexandra. Con mi corazón de tango tengo el cuerpo de jota y me siento en la terraza de un bar y pido rooibos porque empiezo a sentir algo entre curiosidad y una simpatía profunda, prosigo investigando.
La madre, en cambio, era una mujer católica y conservadora. Un choque de ideologías en el seno de la familia que presagiaba un crecimiento y descubrimiento personal peculiar cuanto menos. Élisée Reclus, ese sabio anarquista y amigo de la familia, guió a Alexandra, presentándole las ideas revolucionarias de la época encarnadas en figuras como Max Stirner y Mijaíl Bakunin. El abanico se ensancha con la introducción de las ideas feministas, un fermento intelectual que inspiró a Alexandra a publicar «Pour la vie».
Se convierte en una colaboradora libre del periódico feminista «La fronde», administrado cooperativamente por mujeres y creado por la intrépida Marguerite Durand. A través de su participación en el «consejo nacional de mujeres francesas», se sumerge en el feminismo, aunque no sin reservas. Rechaza ciertas posturas, como el derecho al voto, prefiriendo centrarse en la lucha por la emancipación económica, la causa que, en su opinión, subyace en la desgracia de las mujeres que no pueden gozar de independencia financiera.
Esto provoca que se distancie de las «amables aves de precioso plumaje», que denomina en referencia a las feministas provenientes de la alta sociedad que parecen olvidar la lucha económica que la mayoría de las mujeres debe enfrentar.
El rooibos se ha enfriado y yo, que soy un aprendiz de sinvergüenza que en brazos de la soledad es capaz de vender su alma al diablo, percibo que todo lo que voy escarbando me está pareciendo un monumento, un atardecer; esta mujer es fascinante, sigo deslizando, tocando y pellizcando la pantalla.
Ya en 1924, vestidos de mendigo y monje, Alexandra y el tibetano Yongden se aventuran en un episodio fascinante que los lleva a la Ciudad Prohibida de Lhasa. La protagonista, entonces de 56 años, debe ocultar su cámara y equipo de reconocimiento para no traicionar su condición de extranjera, aunque bajo sus andrajos, esconde una brújula, una pistola y un bolso con el dinero de un posible rescate. Fue la primera occidental que entró en la ciudad prohibida de Lhasa, la capital del Tíbet, cuando ésta era aún inaccesible a los extranjeros.
Alexandra, ávida de conocimiento, pasa largos años inmersa en la enseñanza de los lamas budistas, absorbiendo su sabiduría. Su obsesión por una práctica budista conocida como la creación de un tulpa la sumerge en un juego peligroso. Los lamas la advierten sobre los riesgos, pero Alexandra, en su inquebrantable curiosidad, desoye sus advertencias. Su creación adquiere vida propia, desafiando su control. Un ser que nace de la mente de Alexandra se convierte en una entidad independiente, un fantasma que escapa a su dominio.
Bajo la concepción del mundo según los lamas, el universo es una proyección creada por la mente humana, y los tulpas son entidades generadas por los pensamientos de los iniciados. Alexandra se aísla del mundo y, en soledad, experimenta la independencia creciente de su creación, que comienza a actuar por su cuenta, más allá de sus órdenes. La figura del bonachón monje fantasma se transforma, su sonrisa se torna pícara, su mirada, malévola. Alexandra empieza a experimentar miedo ante su propia creación.
Su obra «Magic and Mystery in Tibet» relata el arduo proceso para deshacer lo que ha creado, una batalla que demuestra la inusual profundidad de su experiencia.
Pido que me recalienten el roibos ya que estoy brindando por un adiós, entonces me digo vamos a engañarnos y que esto va a durar un rato más. Quiero perderme en esta dulce aventura, mi droga más dura.