Pablo Sierra del Sol / Pregunta por las especies de pescado típicas de Ibiza, por el catalán que se habla en la isla y sus diferencias con las variedades mallorquina y valenciana, por la organización política de Balears. Su tono de voz es tranquilo, pausado, cercano. A pocos metros de la playa, Leopoldo López –sudadera de surfero, bermudas, pies descalzos y el pelo ligeramente desmañado– está acabando una parrillada marinera de la que también comen Lilian Tintori, su esposa, y sus tres hijos. La vida de Manuela (de catorce), Leopoldo (de diez) y Federica (de cinco) está marcada por los cuatro años que su padre estuvo preso entre una cárcel militar y su domicilio. Entre 2015 y 2019 le privaron la libertad por alentar unas protestas populares que el gobierno de Venezuela consideró un intento de subvertir el orden constitucional. Desde octubre de 2020, cuando escaparon del país, los cinco viven en Madrid.
La historia la cuenta Javier Moro, que completa la mesa, en Nos quieren muertos (Espasa, 2023). Con Moro, ganador de un premio Planeta e hijo de un español que vivió en la Venezuela de los años setenta debido a su trabajo de gerente comercial de una aerolínea, Tintori y López presentarán unas horas después en el Club Nàutic de Sant Antoni de Portmany –lleno absoluto– la novela de no ficción en la que el matrimonio y sus tres hijos son los protagonistas principales. “La mayor era muy pequeña cuando me encarcelaron, el mediano era todavía un bebé y a la pequeña la concebimos mientras estuve entre rejas. Su nacimiento fue casi un acto político”, explica este político caraqueño, nieto y bisnieto de políticos que ostentaron altos cargos políticos. Descendiente, por tanto, de una de las familias más poderosas de la república que conecta a Sudamérica con el Caribe. Para Nicolás Maduro, un “representante de la casta” que desterró del poder la Revolución Bolivariana puesta en práctica por Hugo Chávez tras ganar las elecciones presidenciales de 1998.
Chavistas, antichavistas y, también, chavistas desencantados, “héroes y villanos ante la vulneración del Estado de derecho”, como los define Moro, secundan a los López Tintori en Nos quieren muertos, un ejercicio de periodismo literario en el que el autor se nutrió de medio millar de conversaciones grabadas. El escritor recuerda haber pasado en Venezuela “el golpe de Pinochet, el 11 de septiembre de 1973, y la llegada masiva de refugiados chilenos”. Durante los setenta, Venezuela fue refugio para los perseguidos de dictaduras fascistas como la chilena o la argentina porque vivía el sueño de ser un país próspero. La guerra de Yom Kippur, entre Israel, Egipto y Siria, convirtió al país en el principal suministrador de petróleo de Occidente. La bajada del precio del crudo en los ochenta, depauperó poco a poco esa fantasía democrática, carcomida entre corrupción y desigualdad. En 1998, Venezuela se convirtió en el faro de lo que se conoció como la Nueva Izquierda Latinoamericana, para Moro “una utopía más que ha terminado siendo lo contrario de lo que predicaban sus impulsores”.
Durante los treinta minutos de charla que mantenemos, Leopoldo López nunca pierde las formas, extremadamente corteses, pero llama en más de una decena de ocasiones “dictadura” “al régimen que encabeza Maduro”. Sin ambages. Dice que la mayor parte de los venezolanos que no se han marchado al exilio piensa igual que él.
¿Habéis pensado alguna vez tu mujer y tú qué habría pasado en Venezuela si os hubieran matado?
Hubiese sido una muerte de tantas que ha habido. Evidentemente, con impacto político. Pero eso [los cuatro años que estuvo preso entre una cárcel militar y su domicilio] ya ha pasado. Yo he enterrado a muchos de mis amigos; los han matado por razones políticas: han entregado su vida, su libertad; la dictadura ha hecho eso. En el año 2017, cuando estaban las protestas, la dictadura asesinó a doscientos jóvenes con disparos en el pecho y la cabeza. Eso es lo que llevó a Nicolás Maduro a estar siendo procesado ante la Corte Penal Internacional. Quizás no se dimensiona con lo que significa: en África es más usual, pero Maduro es el primer mandatario en el continente latinoamericano procesado por este tribunal. Hace quince días, se confirmó la investigación que se le está llevando a cabo por crímenes de lesa humanidad. Eso significa que hay una determinación del sistema de asesinar, de reprimir, de utilizar el poder de la fuerza.
Sí parece claro que Maduro se presentará a las elecciones que, teóricamente, se convocarán el próximo año y, en cambio, María Corina Machado no tiene clara su concurrencia porque la han inhabilitado durante quince años para ejercer un cargo público.
Yo puedo hablarte con mucha propiedad de lo que significan las inhabilitaciones. Me inhabilitaron en 2008, cuando salí de ser alcalde de un municipio de Caracas [Chacao] con más del 80 por ciento de aprobación. Tenía el equivalente al 70 por ciento para ser el gobernador de la ciudad y, simplemente, me inhabilitaron. En aquel momento muchos pensaron que era una excepción, un caso aislado, y siempre dije que mi caso era emblemático porque representaba una tendencia que se iba a dar. Hoy en día, hay cientos de personas inhabilitadas. Cualquier persona que desafíe a la dictadura con posibilidad real de movilizar es perseguida o inhabilitada. Ahora, nosotros tenemos nuevamente en el año 24 la posibilidad de abrir la esperanza. Esto han sido muchos años de lucha. Hemos estado arriba y hemos estado abajo. Hemos estado movilizados y desmovilizados. Hemos sido el foco de atención internacional y hemos desaparecido, pero han sido ciclos. Creo que lo importante es tener una apreciación de este proceso, no de corto plazo, sino entendiendo que cada ciclo se va construyendo con circunstancias distintas. Este nuevo ciclo lo va a marcar el hecho de que tiene que haber unas elecciones en el año 24. Maduro todavía no ha puesto fecha y está intentando distraer con una disputa territorial que hay con Guyana. Va a buscar poner todos los obstáculos para que no vayamos unidos (cosa que no va a pasar, vamos a presentarnos unificados) y para que no se presente quien ya ganó las primarias [del partido Voluntad Popular, María Corina Machado]. Creo que hay algo importante también: este proceso no sólo responde a una dinámica nacional. Maduro sigue en el poder por el apoyo que recibe de China, de Irán, de Cuba, de Rusia, por supuesto. Nosotros estamos enfrentando al dictador Nicolás Maduro, pero también a un sistema global que ayuda, ampara y excusa a todas estas dictaduras. A pesar de eso, vamos a tener mucha movilización en el año 24, habrá atención internacional, y espero que sea el año en el que comience una transición a la democracia. Estará llena de dificultades y desafíos, pero es el primer paso para todo lo demás. Cualquier sueño de cambio en cualquier ámbito (educación, seguridad, sanidad, economía…) pasa por salir de la dictadura. No hay manera que podamos nosotros, los venezolanos, que podamos vivir en un país mejor si no logramos salir de la dictadura. Ha sido dramático lo que ha pasado en Venezuela, comparable con muy pocos casos. Mira, te pongo algunos referentes. Cuando Chávez llegó al poder, a finales de los noventa, había muy pocos venezolanos viviendo en el exterior. Hoy somos más de ocho millones.
Más de la cuarta parte de la población.
Imagínate lo que significa. Es descomunal. Es el éxodo y la crisis migratoria más grande del planeta. No está registrada así en las noticias, se habla mucho más de la crisis migratoria de Ucrania y de Siria, que también son dramáticas, pero en términos de proporción con la población del país, la de Venezuela es la más grande.
¿Qué sientes cuando le preguntan a intelectuales muy influyentes a nivel cultural y político en Latinoamérica por estos millones de venezolanos que se han marchado del país y dicen que no tienen una opinión formada sobre el tema? Por ejemplo, sucedió con el escritor y periodista mexicano Juan Villoro hace unos años.
–Una respuesta como esa es no querer responder sobre lo que es obvio. No tener una opinión formada sobre el éxodo de un 25 por ciento de la población en un país que no ha sufrido una guerra o un desastre natural, y que sólo es atribuible a las consecuencias de los actos de quienes están en el poder… Las explicaciones son más que obvias, no se puede tapar el sol con un dedo. Haces referencia a algo que hemos tenido que enfrentar durante muchos años, que es la complacencia de personajes de muchos sectores, como el cultural. Por su ideología buscan excusar lo inexcusable, esconder lo que no se puede esconder. O tergiversar. Por supuesto que es incómodo, para algunos intelectuales, el fracaso rotundo que ha tenido un proceso que izó las banderas del socialismo, de la izquierda y de la igualdad. Nada de eso se materializó. Durante muchos años, se pudo tapar el mar de fondo de destrucción del país por el hecho de que los precios del petróleo pasaron de 9 dólares, cuando Chávez llegó al poder, hasta los 130 por barril. A pesar de que en ese mismo período se fue destruyendo la industria petrolera, el aumento de los precios pudo compensar.
¿Cómo recuerdas la Venezuela de mediados de los noventa y aquellas elecciones de 1998 en las que Hugo Chávez saca el 56 por ciento de los votos? ¿Por qué lo votaron 3,6 millones de venezolanos?
Era una Venezuela donde no sabíamos el potencial que teníamos como país. Durante buena parte del siglo XX fue una isla de democracia rodeada de dictaduras. El país con más crecimiento económico de América Latina; el primero que eliminó la malaria; el primero en lograr niveles de alfabetización comparables con Europa y Estados Unidos; el primer país que logró tener un sistema de salud que le llegaba a toda la población. Eso no significa que no hubiera problemas, había muchos…
Indicadores internacionales, nada sospechosos de ser favorables a la Revolución Bolivariana, señalaban que en Venezuela había un 45 por ciento de pobres cuando Chávez ganó las elecciones. Algo fallaba en la distribución de la riqueza de una república con muchísimos recursos naturales.
¡Por eso te digo! Hay un estudio en el que colaboran las universidades más importantes de Venezuela: la encuesta de hogares. Te invito que lo busques para que veas la cifra. Pero hoy hay un 90 por ciento de pobreza; 70 por ciento, de pobreza extrema. El salario de los venezolanos está hoy en menos de 10 dólares al mes… y la economía está dolarizada. Esa es la razón por la que se da el éxodo masivo de personas. A principios de este año estaba en Centroamérica y, como me pasa en todas partes donde voy, siempre me cruzo con venezolanos. Adelantamos en una carretera a un grupo de siete personas que iban caminando, y uno llevaba la bandera de Venezuela en su mochila. Nos paramos, me pongo a hablar con él y le pregunto: “¿Cuánto tiempo llevas caminando?” “Salí después de Navidad”. Era febrero y estaba atravesando Costa Rica. “¿Y adónde vas?” “Voy para Canadá”. “¿Y cómo vas a cruzar Estados Unidos?” “Prefiero tener la incertidumbre de cómo voy a cruzar Estados Unidos que la certeza de no saber cómo voy a alimentar a mis hijos en Venezuela”. Esa anécdota te resume la vida y la realidad de millones de personas. ¿Que en Venezuela había problemas a final de siglo? Por supuesto. Pero teníamos democracia. Chávez llegó en democracia. Se respetó la alternancia del poder y se le entregó, pero su gobierno aprovechó para destruir la democracia desde dentro: cambió la Constitución, transformó las instituciones, puso a sus amigos y gente cercana a llevarlas, reventó el equilibrio de los poderes. Fue un proceso largo en el que acabó por socavar la democracia. Recuerdo en el año 14, cuando decido convocar a las protestas, junto a María Corina Machado y a los estudiantes, nos enfrentábamos a la percepción de parte del mundo de que Venezuela era una democracia con problemas, pero una democracia. Recuerdo que la llamaban democracia a la caribeña o democracia tropical. Se es o no se es una democracia: cuando empiezas a ponerle adjetivos a la democracia es que está en problemas. Incluso, en 2013, la mayoría de los venezolanos seguía considerándola una democracia, con problemas, pero democracia. Esa percepción cambió radicalmente un año después y fue parte de nuestro razonamiento para llamar a las protestas. La decisión, después, de entregarme ante una Justicia injusta, porque no me agarraron en un retén o tratando de salir del país, lo hice de forma consciente…
¿Tardaste mucho en tomar esa decisión?
–No tardé porque ya lo tenía pensado. Seis meses antes salió una orden de captura en mi contra y decidí enfrentarme a ese escenario. Decidí que, de llegar a ese escenario, me iba a entregar y transitar el camino de la cárcel. Y no me arrepiento de haberlo hecho. Era la manera de mantener la llama de nuestra lucha, viva. Recuerdo nuestras reuniones, a finales del 13 y principios del 14, donde sabíamos que esto podía pasar. Siempre le decía a la gente de nuestro movimiento que, cuando me enfrentara a la cárcel, ellos siguieran en la lucha. Voluntad Popular fue el blanco principal de los ataques que recibieron muchas organizaciones en Venezuela. Registramos 524 presos. Muchos de ellos, torturados. Algunos, asesinados por la dictadura. Miles de nosotros, en el exilio. Vivimos ese hierro ardiente de la dictadura en primera persona.
En España sufrimos una dictadura más larga, de casi cuarenta años, que vino precidida de una Guerra Civil…
Sí…
… provocada por un golpe de Estado tramado y apoyado por militares y fascistas profundamente antidemocráticos. A día de hoy, todavía seguimos hablando de franquismo sociológico, de ciudadanos, algunos muy jóvenes, que añoran aquel país en el que no había democracia ni libertad. ¿Hay chavismo sociológico en Venezuela?
Creo que lo hubo, sin duda. El chavismo, en su momento, representó un anhelo de cambio, de justicia social, de oportunidades. Durante un tiempo eso se pudo mantener, entre otras cosas, la fuente de ingresos petroleros que te mencionaba anteriormente. Pero eso se ha derrumbado, tremendamente. El taxi que nos llevó al aeropuerto [de Barajas] lo conducía un venezolano. Nos contó su historia: había sido subinspector de la Dirección de Inteligencia Militar, uno de los cuerpos represivos más duros que tiene la dictadura, y me contaba que se vino a España hace trece años porque ya no podía más. Le pregunté cómo fueron sus inicios. Mis inicios fueron, dijo, militando en los años noventa en estos movimientos que acabaron por llevar a Chávez al poder. “¿Y por qué te viniste?” “Porque todo era mentira. Porque todo colapsó. Porque nada de lo que se prometió era la verdadera intención de los que mandaban”. Y esa es una historia entre millones de historias.
Te lo preguntaba porque, también, hay una generación entera de venezolanos que sólo han conocido a Chávez y Maduro en el poder.
–¡Seguro! Pero creo que los propios hechos han evaporado eso que pudo haber existido pero se desvaneció al enfrentarse a la realidad. La ideología no resiste al hambre y la miseria. Cualquier persona cuestiona, especialmente al ver la opulencia en la que viven las personas que rodean a Maduro. Se dan una vida de reyes dentro y fuera de Venezuela. Han privatizado los parques nacionales. Es grotesco en un país muy empobrecido. El lujo y la miseria están a tres cuadras de distancia. Ese país de contrastes, me atrevería a decir que uno de los más desiguales del mundo, es lo que han construido el chavismo y el madurismo.
¿Qué lecturas fueron tu trinchera en la cárcel, qué libros te permitieron resistir entre visita y visita de tu familia? Mientras te permitieron leer, claro.
Sí, porque llegaron a quitarme los libros. Hasta ese momento, leí con un nivel de ansiedad con el que nunca había leído. Me comía los libros. Llegué a leer tres a la semana. Muchos libros me impactaron. Te nombro varios. El primero de ellos, la Biblia. Soy católico, como muchos en América Latina, mecánico, en el sentido de que estoy bautizado, hice la primera comunión, iba a misa, pero no era algo que definiera mi identidad. En la cárcel, sin embargo, me ayudó.
¿Rezaste entre rejas?
–Sí, formaba parte de la rutina que me hice, basada en las experiencias de presos que habían estado, no sólo en las cárceles de Venezuela sino también en las de otros países. Todos hacían referencia a tener una rutina, y yo me inventé la mía en base a tres cosas: rezaba todos los días, leía o escribía o dibujaba, y hacía ejercicio físico. Eso me permitió vivir el encarcelamiento de sólo un día.
Un tiempo sostenido.
–Sabía que el tiempo era un gran enemigo. Cuando lo proyectas a futuro, y lo que te planteas no se da, el tiempo se convierte en profunda frustración. Lo vi en muchos de mis compañeros. Yo vivía simplemente el día a día, y hacía esas tres cosas. En un momento dado, cuando me quitaron los libros, sólo me dejaron la Biblia. La leí de Génesis a Apocalipsis. Por supuesto, con la carga espiritual que tiene, pero como un libro de historias. Está cargado de sabiduría porque refleja la condición humana, sobre todo el Viejo Testamento. Un segundo libro fue El hombre que amaba a los perros, de Leonardo Padura, cubano, que retrata la historia de la Guerra Civil española, entrelazada con la historia de la Unión Soviética, y la de Cuba, porque es la historia del asesino de Trotsky.
Ramon Mercader.
–Exacto. Está muy bien escrito y me gustó mucho. En la cárcel también conocí a Javier [Moro] literariamente con El imperio eres tú. Me parece un género fabuloso contar la Historia, de Brasil, en este caso, a través de la novela histórica.
¿Contactaste con Javier Moro después de leer El imperio eres tú para que novelara vuestra historia?
No, nos presentaron a través de amigos, conversamos y luego un día nos dijo que le interesaría escribir nuestra historia, algo que ya nos habían planteado antes. En Javier vimos a una persona muy honesta que iba en busca de la historia, no en búsqueda de su versión de la historia, que es distinto. Lo único que le pedíamos es que contara la verdad. Nosotros íbamos a contarle nuestra versión pero le pedimos que la corroborara. Hizo más de quinientas entrevistas. Más allá de su talento como escritor e intelectual, es alguien honesto. Otro libro que leí en la cárcel fue El largo camino hacia la libertad, de Mandela. Un gran libro. Tuve la oportunidad de estar en Sudáfrica la semana pasada, conocí al capitán de la selección de rugby [Siya Kolisi, el primer negro en llevar el brazalete], un equipo que acaba de ganar el Mundial y que es un gran símbolo de unión para los sudafricanos tras el final del apartheid, me contaron la historia del régimen racista, fui a la fundación de Desmond Tutu, estuvimos en Robben Island [la isla-presidio en la que Mandela estuvo veintisiete años encerrado]… Fue un viaje de mucho significado porque tengo a Mandela como un gran referente.
Mandela había sido guerrillero, terrorista para la autocracia racista que gobernaba Sudáfrica, y próximo a una ideología de izquierdas. Ante todo, antimperialista. Cuando salió de la cárcel lo que pidió fue una reconciliación entre negros y blancos para que Sudáfrica pudiera ser una sociedad real. Un país.
Esa es la grandeza de Mandela: haber sabido leer que no era el tiempo del conflicto sino de la dura reconciliación. Después de treinta años todavía es un país que se está reconciliando.
¿En Venezuela se puede hacer lo mismo?
Sí lo creo, pero hay una gran diferencia. Mandela logró lo que logró porque Frederik De Klerk [el último presidente sudafricano antes de la abolición de las leyes segregacionistas] abrió esas compuertas. No hay Mandela sin De Klerk. Por eso, les dan a los dos el Premio Nobel. En todas las transiciones, incluida la española, ocurren episodios similares, y en todos esos países la generosidad se da, en parte, desde lo que ostentaban el poder. Evidentemente, son generosos porque ven que el sistema es insostenible. Económica, política, geopolíticamente, a nivel de descontento interno, llega un momento en que no puede sostenerse el modelo autocrático. Nosotros, en Venezuela, estamos enfrentando a una dictadura que ha preferido colapsar el país a niveles impensables a cambio de aferrarse al poder.
Hablando de geopolítica, y de geopolítica latinoamericana concretamente, como católico, ¿cómo te sientes cuando escuchas a Javier Milei insultar al Papa Francisco? Lo ha llamado “imbécil” y “representante del maligno” y, entre otras cosas, “zurdo” y “agente comunista”, apelativos que también ha vertido en campaña contra otros personajes. Tener una ideología de izquierdas no puede ser un delito en un sistema democrático.
El carácter de Milei es muy histriónico. Lleva a la hipérbole diversas posiciones para marcar una diferencia con lo que venía ocurriendo. Yo jamás haría una aseveración así, con esos adjetivos, pero sí esperaría más de la Iglesia Católica respecto al tema de Venezuela. Y lo digo con mucho respeto. He escuchado muchas veces opiniones desde El Vaticano que plantean el conflicto con una equidistancia moral que no es cierta. Ahí está el oprimido y el opresor, la víctima y el victimario, el pueblo y quien está en el poder.
Aunque Milei esté en las antípodas del pensamiento económico de los bolivarianos, me recuerda un poco a Chávez en las formas, en esa querencia por el espectáculo ante las cámaras. Milei saca la motosierra mientras grita que hay que suprimir el Estado de bienestar y Chávez se paseaba por Caracas señalando edificios al grito de “exprópiese”.
En Argentina ha habido una reacción por hartazgo completo. Es lo que ocurre cuando no crees en nada ni en nadie, y de alguna manera, es lo que se representó en Venezuela cuando llega Chávez. En Venezuela también hubo un bombardeo antisistema insistente por parte de los medios, y eso debilitó lo que había de democracia. No es que yo defienda la situación venezolana de los noventa –porque había mucha desigualdad y mucha pobreza–, pero al menos era una democracia. Lo que para nosotros era algo que estaba dado en aquellos momentos –votar y elegir– hoy no lo tenemos. En el año 2015 hice una huelga de hambre de ocho días para exigir que se diera la fecha de una elección. La lucha por tener unas elecciones libres la hemos llevado a extremos. Cuando se tiene democracia no se es consciente de su fragilidad. Uno de los desafíos es saber apreciarla. Los resortes democráticos hay que cuidarlos. Leo, escucho y vivo con atención la dinámica política española. Hay mucha tensión y polarización, pero ves los resortes de la democracia. Hay libertad de prensa. A mí, desde 2010, me vetaron en todas las televisiones. No podía ir a un plató para que me hicieran una entrevista. Cuando iba alguno de mis compañeros a la televisión, antes de salir en el aire, se acercaba un productor y les decía: “Mira, recuerda que no puedes hablar de la situación económica, que no puedes decir que Maduro es un dictador, que no puedes hablar de las cárceles… Habla de todo lo demás”. ¿Qué es todo lo demás? Cuando ocurre eso, se convierte a la política en un comentario, en una anécdota.
De la dictadura norteamericana seguro que no enterraste a ninguno.. después de estar en más de 200 guerras y provocar un centenar de golpes de estado aproximadamente y eliminar al 99% de los nativos de Norteamérica para colonizar sus tierras. Todo esto en sus 227 años de historia.
Pero ponemos énfasis en los países bloqueados física y económicamente, porque tenemos protección y disponibilidad mediática..
Sí tan malo era este gobierno cómo es que estás aquí..? Cómo es que o estás secuestrado y enfermando cómo Julián Assange o Álex Sabb..?
Ahora mismo a vivir del relato y el cuento en el estado español, alimentando al gran número de fascistas que tenemos en el país y viviendo a cuerpo de rey.
Españistan cuna de n@zis, yankees/yonkis y fascistas de todos los países posibles.
Cómo es qué *no estás secuestrado y ..
Venezuela es un paraíso, un puto paraíso, si ponen empeño serán como Cuba, sí señor.
Todos los países que no se dejan colonizar son un paraíso para los fascistas, ya que milagrosamente en esos países todo funciona mal.. y los colonizadores con su cobertura bélica y mediática, lo que realmente están intentando es democratizar.
Es una absoluta falta de respeto a la cultura anglosajona no permitir ser gobernados por sus sistemas empresariales, fondos de inversión, expoliación de minerales raros y dejarles colocar sus bases militares..
Váyanse a pastar.