La socióloga, mediadora y educadora Alba Castellví cierra hoy, con su conferencia ‘Educar sin gritar’, la decimoquinta edición del ciclo ‘La aventura de educar en familia’, que organiza el Servei d’Orientació Familiar (SOF) del Ayuntamiento de Santa Eulària.
Castellví explica que los padres y las madres gritan porque repiten las cosas muchas veces y no consiguen que sus hijos les hagan caso. Sostiene que con esta forma de educar se enseña que una forma de conseguir algo es «levantar la voz e imponerse», un comportamiento que probablemente reproducirán los hijos en el futuro porque es el modelo que se les ha ofrecido. Y asegura que educar sin gritar es posible si se conocen las técnicas para ello.
¿Por qué los padres y las madres gritan?
Los padres y las madres gritamos porque repetimos las cosas muchas veces y eso nos lleva a exasperarnos. Es muy difícil no perder la calma cuando has dicho una cosa cuarenta veces sin éxito. Por eso acostumbramos a gritar, porque queremos conseguir lo que nos proponemos y no encontramos otra manera de hacerlo.
Tiene que ver, entonces, con impotencia o frustración.
Efectivamente. Es la acumulación de frustración lo que nos lleva a levantar la voz para ver si de esta manera desbloqueamos una situación que no funciona pese a nuestra insistencia.
¿Está relacionado con la cultura o con la educación recibida?
Sí. Venimos de una tradición cultural donde se levanta la voz rápidamente. En países vecinos, como por ejemplo Francia, no es tan habitual. Incluso cuando hablamos entre nosotros, acostumbramos a hacerlo con una voz muy alta. En lugares públicos, por ejemplo en restaurantes o en los vestuarios de las instalaciones deportivas, se escuchan conversaciones en una voz que es más alta que en otras culturas de más al norte.
Y…
Y es verdad que nuestra educación también ha estado muy influida por la costumbre de gritar a las criaturas para que hagan lo que toca. Nosotros hemos estado imbuidos por esta manera de hacer de las generaciones precedentes, por esta manera de hacer de los padres.
¿Qué se está enseñando a los hijos cuando se les grita?
Que cuando una cosa no sale como les gustaría, una manera de conseguirlo es levantar la voz e imponerse al otro a través de estas formas que son agresivas. Eso es lo que les estamos enseñando, porque evidentemente los educamos a través de nuestro ejemplo.
Y por esto no se les debe educar gritando.
Por esto y porque nosotros también nos sentiremos mejor cuando consigamos no levantar la voz.
Realmente, cuando un niño o una niña responde u obedece cuando se le grita, lo hace por miedo, ¿correcto?
Es verdad que cuando responden a nuestros gritos lo hacen porque tienen miedo de lo que puede pasar a continuación. Eso no significa que nuestros hijos no tengan que tener nunca miedo de qué pasará a continuación. Porque es bueno, a veces, que actúen movidos por el temor de aquello que puede pasar si no actúan tal como toca. Es decir, eso no necesariamente es malo, lo que pasa es que no debe ser así por sistema. Y que actúen movidos por un punto de temor no significa que tengamos que imponer gritando ese punto de temor.
¿Por qué es bueno que a veces actúen movidos por el temor a lo que puede pasar? ¿A qué se refiere?
Si no teme nada, si no existe el peligro de perder nada, un niño no hará esfuerzos que no comporten una satisfacción inmediata. Al menos, hasta que sea lo bastante mayor para que el interés propio pueda constituir una motivación suficiente para impulsarle a hacer acciones que impliquen un esfuerzo que no le apetezca hacer. Hasta bien entrada la adolescencia, un niño necesita temer que ocurra algo desagradable (que los padres se enfaden, quedarse sin atención, una consecuencia desagradable, o lo que sea) para querer hacer aquello que no tiene ganas ‘naturales’ de hacer. La desaparición de toda forma de autoridad en la familia no predispone a la libertad responsable sino a una inseguridad caprichosa.
¿Se puede educar sin gritar?
Sí, se puede educar sin gritar si sabes cómo, si conoces un conjunto de técnicas o de estrategias, que precisamente son las que explico en las conferencias o en mi libro.
¿Puede concretar algunas de esas estrategias?
Por ejemplo, las órdenes deben darse en afirmativo sólo cuando sean imprescindibles, siempre se tienen que hacer cumplir y funcionan mucho mejor cuando las decimos en voz muy baja. Además, siempre que sea posible hemos de dar opciones y ayudar a nuestros hijos a pensar en las consecuencias. Los tenemos que educar para una libertad responsable, ya que eso les será mucho más útil para la vida que haber sido educados para una libertad sin consecuencias, sin responsabilidad, o para una obediencia sistemática. Y en la conferencia explicaré diversas maneras de hacerlo.
Habla de no educar para una obediencia sistemática. ¿Cómo se enseña a hacer caso cuando lo piden los padres pero no ante cualquiera?
Los padres deberíamos conseguir que los hijos hagan lo que nosotros mandamos, pero para conseguir eso hemos de seleccionar muy bien qué es aquello que mandamos y hemos de conocer la manera de conseguir que respondan. Y eso depende de nuestras formas a la hora de dar órdenes, por ejemplo.
¿Por qué los hijos no responden a la primera o segunda vez que se les dice algo y hay que repetirlo, como decía, cuarenta veces? ¿Qué hay detrás de eso?
Muchas veces, cuando son pequeños, la pereza, pero también el hecho de querer sentir que aquello que hacen depende de sus propias decisiones. Ellos quieren sentirse libres y por eso cuesta hacer cumplir las órdenes. Por este motivo, nosotros necesitamos darles la oportunidad de sentirse libres y al mismo tiempo hacer las cosas necesarias, enseñándoles cuáles son las consecuencias lógicas de actuar de una manera que no sea conveniente. Ellos, a medida que van creciendo, necesitan sentir que su vida depende de las decisiones que ellos mismos toman y nosotros como padres podemos hacer que hagan las cosas que convienen dejando que tomen ellos algunas decisiones.
Y esa necesidad de sentir que su vida depende de sus decisiones se acentúa más aún en la época de la adolescencia.
Exacto. El adolescente necesita, a causa de su momento evolutivo, sentir que no obedece sino que toma sus propias decisiones porque está en un momento de transición a la edad adulta. Y la diferencia entre un niño y un adulto es que el niño como es dependiente de otras personas está bajo su dominio y por tanto obedece, en cambio el adulto como es una persona independiente no se somete a los criterios de otro excepto en ámbitos muy concretos como por ejemplo en el mundo laboral. Por tanto, es mucho más importante todavía de cara a la adolescencia que establezcamos una relación donde nuestros hijos puedan decidir y enfrentarse a las consecuencias de aquello que decidan. Y si nosotros como padres hemos aprendido a poner en marcha estas herramientas cuando son pequeños, después en la adolescencia tenemos relaciones más fluidas.
Antes hablaba de hacer cumplir las normas que se marcan. ¿Estamos en una etapa en la que a los padres y las madres les cuesta poner límites?
Sí, estamos en un momento en el que los padres confunden educar hijos para que puedan ser felices con hacerlos felices en todo momento. Y para que puedan ser felices en el futuro, precisamente necesitan haber tenido momentos a veces dificultosos durante la infancia. Porque si no, no pueden aprender la manera de sobreponerse a estas dificultades. Y acabarán siendo personas con menos autoestima, con menos seguridad en sí mismas, por esta incapacidad de hacer frente a retos porque no habrán estado acostumbrados. Es decir, que para que nuestros hijos sean felices en el futuro, a veces tienen que estar descontentos en el presente.
Y si a pesar de intentar educar sin gritos en alguna ocasión se escapa alguno, ¿hay que pedir perdón?
Pedir perdón es una cuestión delicada. Podemos hacerlo alguna vez, pero poco. Vale más que cuando nos equivoquemos nos concentremos en rectificar la próxima vez que no pedir disculpas como si fuésemos culpables. Al fin y al cabo, a nuestros hijos tampoco les pasa nada porque alguna vez les levantemos la voz, también aprenden a hacer frente a estas situaciones. Por tanto, nos lo tenemos que tomar también con un punto de deportividad. Pedir disculpas, en todo caso, pocas veces.
¿Por qué? ¿No deben los adultos asumir que se equivocan y disculparse?
Sí, lo que pasa es cuando pides disculpas demasiado a menudo a tu hijo, él aprende a pedir disculpas ante un comportamiento inadecuado en lugar de esforzarse en rectificarlo, porque piensa que de esta manera borramos el error y aquí no ha pasado nada. Además, ellos también nos culparán cada vez que hacemos alguna cosa que según su punto de vista no toque y aquí se estaría desequilibrando la relación de autoridad que se ha de mantener. Porque tiene que haber una autoridad de los padres y eso es difícil de conservar si demasiadas veces cometemos errores que nos desautorizan. Entonces, lo tenemos que evitar a toda costa, ya que la autoridad perdida es difícil de recuperar.
Por último, si se educa a los hijos gritando, ¿la consecuencia será que ellos también griten a sus padres, sobre todo a medida que crezcan?
Probablemente, porque éste es el modelo que les estamos ofreciendo. Pero sobre todo, más que a nosotros, lo que conseguiremos es que griten a sus propios hijos porque es lo que habrán aprendido en casa sobre en qué consiste la relación entre padres e hijos. Como he dicho al principio, hay un componente de transmisión cultural en esto. Cuando educamos a nuestros hijos también les estamos enseñando a educar a los suyos porque muchas veces reproducimos el modelo que hemos tenido en casa. Por tanto, si nosotros lo hacemos, probablemente ellos también lo harán.