Por D.V: En estos momentos, 40.000 turistas, curiosos, adeptos a sectas new age, ufólogos y creyentes en las teorías conspirativas y apocalípticas han tomado el apacible pueblo francés de Bugarach. Cuentan las leyendas que cuando se produzca el Armageddon -algo que sucederá dentro de pocas horas- los únicos supervivientes serán aquellos que se encuentren en el pico del monte Bugarach, que se convertirá en el lugar donde atracarán las naves extraterrestres.
No, no es ninguna broma. Y si no, que se lo digan a las autoridades francesas que han decidido cortar los accesos a la zona, o a los tranquilos bugarenses que han visto perturbada su paz pero que, a la vez, intentan hacer negocio vendiendo piedras de la montaña a precio de oro.
Si embargo, mucho antes de la actual oleada milenarista, este pueblo del departamento del Aude ya había atraído a muchos amantes de lo oculto, lo extravagante y lo bizarre. Entre ellos a dos ibicencos, María Herráez y Raúl Medrano.
“Cuando me he enterado de las miles de personas que han llegado a Bugarach, lo primero que me he preguntado es dónde comerán” comenta Herráez, “porque cuando fuimos no encontramos ni un restaurante, ni una triste cafetería abierta”. María y Raúl visitaron Bugarach en enero de 2011, aunque el destino era otro: “donde queríamos ir es a Rennes-le-Chateau” comenta Raúl, “porque aparece en el ‘Código da Vinci’. Hay una iglesia dedicada a María Magdalena y, en el interior, hay una pila baptismal sostenida por una figura de Satán”. En el frontispicio de esta iglesia, además, se puede leer la frase: Terribilis est locus iste (Este es un lugar terrible).
Un pueblo en medio de la nada
En su ruta por las sinuosas carreteras de montaña del Rosellón francés, María y Raúl desembocaron en Bugarach, a veinte kilómetros de Rennes-le-Chateau: “Es un pueblo que está en medio de la nada, en un sitio donde no hay nadie, y el pueblo es sólo una calle y parecía desierto. Sólo vimos a dos viejas que nos miraron raro y a un payés que llevaba un tractor”.
Posteriormente, se dirigieron al monte Bugarach donde cumplieron el ritual: enterraron dos fotos -una de ellos dos, y la otra con la imagen de unos amigos- para que fueran reconocidos por los extraterrestres y salvados en la Evacuación Final. “En realidad, hicimos un poco el ase” admite María, “rezamos una plegaria a los aliens, enterramos las fotos y nos fuimos. Fue divertido”.
Casi dos años más tarde, María y Raúl ignoran si sus rituales arcanos habrán servido para algo, pero aseguran que el viaje tuvo un efecto benefactor: “cuando hicimos ese viaje nos estábamos conociendo y, dos años más tarde, seguimos juntos y felices, por lo que creo que Bugarach nos ha traído suerte. Ahora espero que, además, los extraterrestres me ayuden a conservar el trabajo”, afirma Raúl.