El presidente del Consell de Formentera vaga como un alma en pena, solitario, abandonado a su suerte si no fuera por ese sueldazo que le pagamos entre todos para no hacer absolutamente nada al margen de reírse de todos los ciudadanos. Me recuerda a Gary Cooper interpretando a Will Kane, el sheriff de Hadleyville que sabedor de que el criminal Frank Miller ha salido de la cárcel y ha tomado un tren para volver al pueblo y vengarse de quien lo encarceló, y busca ayuda para hacer frente al sanguinario asesino, sin que nadie se ponga de su lado.
El mariscal de Formentera, que más parece una fábrica de cemento armado, defendió en el Parlament que el Consell que él tan indigna y patéticamente preside “no funciona como tendría que funcionar, pero no está paralizado”. Todo un alarde de sinceridad que debemos agradecer, aunque mejor sería que dijese cómo piensa conseguir que la institución que el lidera –es un decir– funcione como tendría que funcionar. No puede aclararlo porque mientras él siga en su puesto, sin el apoyo de nadie, el Consell es la casa de Tócame Roque.
Pero ahora ya sabemos que no lo es únicamente por su papelón, indigno y vergonzoso, por su terquedad en remacharse a la butaca pase lo que pase y se diga lo que se diga, que aquí lo importante es cobrar a fin de mes. I qui dies passa, anys empeny.
Gent per Formentera y PSOE están encantados con esta situación y no desean contribuir en nada a ponerle fin. ¿Para qué? Se terminaría el espectáculo que creen que tanto les beneficia de cara a ¡2027! Si por ellos fuera, que se alargue hasta el 2057. Este es el nivel de irresponsabilidad que reina en una isla donde no hay ni jueces, ni fiscales, ni más autoridad que la del Consell, que lo es todo y no es nada. Pero todo el mundo sabe dónde hay que tocar y quién tiene “la llave que todo lo abre y la mano que todo lo cierra”, que decía Bernarda Alba.
Formentera es ya un ejemplo paradigmático de la ciénaga pestilente e infecta en que se convierte la política cuando lo que prima es el interés particular.
Joan Miquel Perpinyà