Como el cine y las series nos tienen más que acostumbrados al espanto de cuerpos desmembrados, monstruos de todas las texturas y malos malísimos que de pronto se cargan al bueno, últimamente me cuesta sentir miedo frente a la pantalla. Sin embargo, la película ‘La zona de interés’ consiguió ponerme los pelos de punta durante sus casi dos horas de metraje.
La acción transcurre en la residencia del comandante Rudolf Höss. Dentro de la casa, se reproducen las escenas habituales de cualquier familia acomodada: la esposa de Rudolf organiza el servicio, se prueba alguna prenda de ropa que acaba de adquirir, los críos salen a jugar por los jardines, se bañan en la piscina, el matrimonio charla un rato en la cama antes de dormirse. De fondo, oímos gritos de pavor, disparos, golpes. La familia no presta atención a esos ruidos, ni tampoco parece ver el humo que escapa de los hornos crematorios. Su hogar linda con el campo de Auschwitz. Las prendas que se prueba la señora Höss pertenecían a mujeres judías, y también son judíos del campo sus criados.
La zona de interés va mucho más allá del exterminio. Nos obliga a preguntarnos qué males ignoramos en nuestro día a día, qué sucede a nuestro alrededor, de dónde proceden los quejidos que se oyen a lo lejos, mientras nuestra vida avanza entre las prisas del trabajo y la placidez de los días de descanso. De ahí la incomodidad que nos genera la cinta desde el minuto uno.
El problema de la vivienda en Ibiza no es, por supuesto, comparable al holocausto. Nada lo es. No obstante, al cruzarme con las caravanas, tiendas y chabolas que salpican algunos descampados de nuestra isla me vienen a la mente las sensaciones que transmite el film de Jonathan Glazer.
Tenemos el horror ante nosotros -porque no tener un techo bajo el que vivir es, con todas las letras, un horror- y no lo vemos. Ya no lo vemos. Lo hemos incorporado al paisaje cotidiano y lo hemos normalizado. No hace falta repetir lo que ya se sabe sobre las personas que habitan esos poblados surgidos de la avaricia del mercado inmobiliario y de la incompetencia de políticos de todos los colores. Sabemos que son trabajadores y sabemos que la isla no puede subsistir sin ellos. Quien no quiera buscar soluciones por humanidad, debería hacerlo al menos por puro egoísmo.
En un estado que se dice del bienestar, donde absolutamente todo el mundo debería tener garantizado un techo, acceso a la electricidad y agua potable, la vivienda se ha convertido en el as en la manga de los explotadores, la suela del zapato sobre la cabeza de la generación de nuestros hijos. Dudo que exista un solo ibicenco sin un amigo, un sobrino, un compañero de trabajo o un conocido que no sufra en carne propia las consecuencias de este atropello.
Lo justo y deseable, con este panorama, sería que los arrendadores amoldasen el precio de los alquileres al salario medio en la isla. Sin embargo, cuántos hay que aprovechan el tirón y de donde hace pocos de años sacaban doscientos hoy sacan dos mil y aún no les parece suficiente, y condenan a malvivir en descampados o a marcharse de Ibiza al inquilino de toda la vida tras una subida de otros mil euros por el alquiler del piso heredado de la abuela.
La zona de interés: el chabolismo queda fuera de plano, la indignación de los vecinos desahuciados apenas suena de fondo. En la película, la señora Höss, que aparenta no enterarse de nada, en un momento dado riñe a su sirvienta, una joven judía, y de la bronca se desprende que si repite el error, la echará de la casa, lo que supondría devolverla al campo de concentración. Y es que la mujer del comandante, por más que finja no ver ni oír, lo sabe: sabe que su opulencia mama de la brutalidad de Auschwitz. El film no solo nos muestra el terrible episodio del holocausto; sobre todo nos pone frente a un espejo y nos pide examen de conciencia porque la gente normal puede ser, a veces, terrorífica.
Por Oti Corona
Bueno, o se habla de la película, o se habla del problema de la vivienda, porque no tiene nada que ver.
Menos mal que aclaras que no es comparable.
Pienso que lo primero sería subir las nóminas, ya que en esta isla sale caro hasta el respirar.
Luego dejar de demonizar al propietario, aunque haya heredado vivienda, como si luego fuera un caminito de rosas mantenerlo, sobre todo si es en el campo, que pocas ayudas existen.
Y levantemos un poco más los párpados, para ver realmente cual es el problema mas grave, hablando de oferta habitacional…
Son los piratas, los vividores, las mafias, etc….los que vienen a la isla para hacer temporada de alquileres ilegales, dejando vacía de opciones a la oferta para residentes y temporeros.