Tal día como hoy, un 4 de noviembre de 1954, festividad de Sant Carles, un vecino del pueblo, en Joan Marí de can Besora, inauguraba un bar y restaurante musical junto al camino —ni carretera había entonces— que vino a revolucionar la vida de esta parroquia de Santa Eulària.
Siete décadas después, Las Dalias es uno de los lugares más reconocidos internacionalmente de la isla de Ibiza, por el que pasan 35.000 personas a la semana en temporada alta, y con el Mercadillo hippy como eje central de toda la actividad.
Juanito Marí, Juanito Dalias, hijo del fundador y cabeza visible de la familia detrás del negocio, hace un balance muy positivo, pero sin obviar los tropiezos que ha habido en este largo camino. Tras abrir el mercadillo de los sábados en 1985, apostar por los Night Markets, viajar a Madrid y Ámsterdam con Las Dalias on the road, llevar a cabo varias reformas y abrir la sala Akasha y el restaurante Palo Santo, el proyecto que le ronda desde hace años es crear un centro de interpretación de la cultura hippy en Sant Carles.
Las Dalias es hoy una de las empresas más grandes de Ibiza: más de 400 personas dependen de este negocio. ¿Cómo gestiona todo esto para que el estrés no se lo lleve por delante?
Lo primero es rodearte de un muy buen equipo humano, de muy buena gente, tanto en lo profesional como en la parte humana. Luego, en lo personal, hago meditación y trato siempre de utilizar el sentido común y dejar que las cosas caigan por su propio peso. Sobre todo, mucha empatía con la gente, mucho ponerse en su lugar y no ser cabezón.
¿Ha aprendido a delegar con los años?
A la fuerza lo he hecho. Si no sueltas, si no delegas, si no cuidas de ti… ahí vienen los problemas.
En la época de sus padres era casi impensable, pero ahora se habla con honestidad de la salud mental…
Hablando con mis padres me decían: ¿Nosotros, de jóvenes, depresión? No teníamos tiempo. Se levantaban con el sol y volvían a casa cuando el sol se ponía. Y al día siguiente, más de lo mismo. Pero hoy en día, la exigencia de los negocios es otra y hay que saber gestionar esa parte y darse tiempo para soltar, hacer locuras… Ten en cuenta que el referente que tengo yo es mi padre, y mi padre era una bestia de trabajo.
¿La familia es entonces su gran referente?
La familia sí, mis padres, mis hermanos… pero también hemos incorporado a gente muy profesional como Sena Pallero, Luisa Reyes, Pere Seguí, Isabel Lambour… Un cambio necesario para profesionalizar más el negocio.
Usted tenía muchas inquietudes de joven, entre ellas el atletismo, donde destacó, y también quería seguir estudiando. Finalmente la empresa familiar pesó más, tuvo que renunciar a otros caminos y se puso al frente. ¿Qué piensa al mirar atrás?
Estoy muy contento con los resultados. El balance es positivo, pero sin olvidar que ha habido épocas muy difíciles, realmente muy dolorosas. Nací en 1961, siete años después de que mi padre abriera Las Dalias. Pasé mi infancia en el pueblo y para mí fue un paso de gigante ir al seminario, en la ciudad de Ibiza. Hice hasta la Selectividad y luego vino la mili obligatoria, de la que tengo unos buenísimos recuerdos porque la hice en San Sebastián, y ahí pude dar rienda suelta a mi pasión en ese momento, que era el atletismo. Estuve entrenando con el Club Atlético San Sebastián e hice amigos allí que ya son para toda la vida.
¿Y a la vuelta ya se encargó de Las Dalias?
Empecé a hacer cosas, a meter la pata y a equivocarme.
¿A meter la pata?
Antes del mercadillo metí la pata muchas veces. Una de las cosas más locas que se me ocurrieron —muy influenciado por la colonia inglesa que había en esa época en Sant Carles— fue hacer los montajes de los musicales Oliver Twist, The King and I y The Sound of Music, con Nina van Pallandt. Se nos ocurrió ir a Londres y traer una compañía de teatro para hacer el musical en Ibiza. Ha sido el fracaso más grande de mi vida. Mi padre y mi familia siempre me dejaron hacer… no sé por qué. También montamos la galería de arte con Helga Watson-Todd, que no funcionó pero que nos permitió tener contacto con los grandes artistas Erwin Bechold, Fulljames, Calbet, Peter Unsworth… Fue una gran experiencia.
¿Y cómo llegó el mercadillo?
Estábamos pasando la crisis del 1982, las cosas no iban muy bien y, de la necesidad de hacer algo, surgió la idea del mercadillo que se inauguró en 1985 como un flea market (mercadillo de pulga o de segunda mano). Esto funcionó bien desde el principio. Lo gestionaba Helga Watson-Todd, que era la dueña de la galería El Mensajero. Por motivos personales tuvo que irse a Londres. El mercadillo era por entonces una mezcla de prendas de segunda mano, artesanos, pintores… Había de todo y muy poquitos puestos. En el año 1990 hice la primera ampliación y después, coincidiendo con las décadas, hemos ido ampliando en el 2000 y 2010 y aquí nos hemos quedado y no vamos a crecer más. Tenemos que crecer en otros aspectos de calidad y de buen hacer, pero de volumen, no. Vamos hacia un decrecimiento.
¿Ha recibido ofertas para comprar Las Dalias? ¿Se plantean hacer franquicias?
Ofertas hemos recibido, pero hay que saber decir no. Y no digo que no crezcamos fuera de la isla, de hecho hemos organizado Las Dalias on The Road, cuando llevamos el mercadillo a Madrid y a Ámsterdam… Estoy seguro de que la generación que viene detrás de mí hará cosas también. Pero solo mantener la esencia que tiene Las Dalias ya es un gran reto.
¿Pero habrá Las Dalias II en algún otro lugar?
No, en principio no. Pero no se puede descartar nada y de hecho lo hemos estudiado. Lo importante es que Las Dalias es Ibiza. No creo que hacer algo fuera que sea una locura, ojo, pero de momento estamos enfocados en lo que hemos hecho, que ha sido la renovación de Las Dalias.
Ha sido siempre, desde el arranque, una empresa familiar. ¿Lo seguirá siendo?
Es una empresa familiar, los dueños somos la familia, pero para mejorar hemos tenido la aportación de un muy buen equipo. Como Sena Pallero en la parte de hostelería.
Lo importante es el equipo humano. Si tú tienes buenos trabajadores, están a gusto y tú no te vuelves loco, las cosas funcionan.
Usted siempre cuenta que tuvo una conversación con su padre en la que, cuando le planteó que quería tomar otros caminos, le dijo: tienes que sacar las castañas del fuego aquí. ¿Sus hijos seguirán con Las Dalias?
Yo no puedo obligar a mis hijos a nada. A mí tampoco me obligaron… me lo pusieron en bandeja. Tiene que ser una decisión de mis hijos, aunque yo he hecho todo lo que he podido como padre para que tengan arraigo y sientan ese amor por lo que somos y por dónde venimos. ¿Pero qué hago si Sergio [su hijo mayor, de 23 años] se enamora de una japonesa y se va a Japón? ¡Espero que la japonesa se venga aquí! Son cosas que tienen que decidir ellos. Sergio tiene ganas de seguir con el proyecto de Las Dalias y de aportar cosas. Ha estudiado ADE y ha hecho un máster en Australia. Jandro acaba de cumplir 17, está cursando segundo de Bachillerato… el tiempo irá.
Su padre, Joan Marí, levantó este negocio hace 70 años, literalmente con sus manos. Echando la vista atrás resulta bastante pionero por su parte.
Fue pionero, transgresor y arriesgado. Montar un bar musical en un pueblo donde no había carretera ni electricidad y en una isla sin aeropuerto, en plena posguerra, con la Guardia Civil en la puerta, con el cura enfadado para que no hiciera baile a la hora de la misa…
¿Y de dónde sacó su padre esa fuerza?
Mi padre era el mayor de tres hermanos y sus padres murieron cuando él era muy joven. Esto le marcó. Fue una infancia dura, no mala, pero sí dura. Con 18 años se casó con mi madre, que tenía 16. No hacía más que trabajar e incluso antes de Las Dalias construyó un hotel en Es Canar con un socio, pero lo vendieron. Con ese dinero empezó Las Dalias.
Era un trabajador que no te puedes imaginar: sembró más de 10.000 árboles entre albaricoqueros, melocotoneros, perales, de todo. Trabajaba en el campo y a la una del mediodía venía al restaurante, se lavaba las manos y se metía en la cocina. Luego acababa en la cocina, se echaba una siesta, se iba al campo, volvía y abría otra vez el restaurante. Y por la noche se levantaba a las 4 de la madrugada, cogía el camión e iba a Ibiza y repartía fruta en es Mercat Vell.
Y él vivió después toda la revolución turística… ¿Cómo era Las Dalias cuando abrió usted el mercadillo en 1985?
En esa época teníamos una relación muy buena con los Estudios Mediterráneo que era un lugar de grabación que dirigía Mariskal Romero y en el que grabaron Barricada, Medina Azahara, Ángeles del Infierno, Los Rebeldes, Obús, Gato Pérez, La Frontera, Sangre Azul, Los Elegantes… la lista es interminable. Cuando acababan el máster les gustaba venir a Las Dalias a tocar…. era un ambiente fantástico.
¿Pensó alguna vez en que el mercadillo sería el eje central del negocio?
No, no, no, no. Era un complemento que traía gente al bar y al restaurante de Las Dalias.
¿Cómo ha llegado a ser el Mercadillo de Las Dalias tan famoso?
Ha sido muy orgánico. Ni teníamos redes sociales ni hacíamos publicidad. La gente venía y le gustaba. Tuve mucha suerte de rodearme de gente muy buena, de artesanos muy buenos como Mora Shöder, como Yaron Marko… tantos y tantos. Era una simbiosis perfecta. Ahora que van pasando los años me gusta mostrar de dónde venimos: que estén a la vista las piedras con las que mi padre construyó esto, los paneles que explican la historia de Las Dalias y que a la gente le encantan. Pero también tenemos que estar preparados para el futuro. Las Dalias acaba de cumplir 70 años y tiene que durar 70 años más.
El espíritu hippy o la estética hippy ¿cree que van a perdurar en el tiempo?
Yo creo que en las cosas auténticas. Una de las cosas importantes de Ibiza ha sido el movimiento hippy, que forma parte de su historia como las murallas de Ibiza.
La historia de los hippys de Ibiza hay que enseñarla, hay que mostrarla y sueño con abrir un centro de interpretación de la cultura hippy y tiene que estar en Sant Carles.
¿Cómo ha sido esta relación tan singular entre Las Dalias y el pueblo de Sant Carles?
Ha habido una simbiosis total entre el pueblo y Las Dalias. Los payeses, la gente que tiene ahora 90 años, recuerda que venían al festeig y se casaban aquí. No me corresponde a mí decirlo pero quizás la afluencia de gente que trae Las Dalias aquí es riqueza para todos. La familia de Las Dalias está muy agradecida con el pueblo de Sant Carles por el entendimiento y la cooperación que han tenido con nosotros.
Como sabe, han saltado las alarmas por el descenso del turismo familiar, mientras la isla vive un incremento del turismo de súper lujo y, a la vez, también se alerta por la masificación del destino con las primeras medidas para controlar la entrada de vehículos. ¿Qué opina?
El turismo familiar no debería dejarse de lado, es decir, deberían de tenerlo muy en cuenta. Y el turismo de lujo… pues bienvenido es, pero en Las Dalias no hay zonas VIP. Los millonarios que han venido han estado mezclados siempre con todo el mundo. A mí no me gusta el turista que viene a demostrar que puede pagar la botella más cara, nosotros no entramos en ese juego. Aquí han estado Shakira y Mick Jagger y la gente no dijo nada. Yves Saint Laurent y Gianni Versace han estado aquí y se han inspirado y no pasa nada. Y esto lo vamos a mantener porque es nuestra esencia. Es cierto que antes yo tenía a raya a los paparazzi que querían entrar a sacar fotos. Pero ahora con un móvil cualquiera es paparazzi y eso no lo puedes parar. Tendremos que pelear con esto, tendremos que convivir con esto.
¿Y respecto al control de entrada de vehículos?
Lo único que puedo decir es que ojalá lo hubieran hecho antes. Durante la pandemia, cuando había restricciones y controles de aforo, con la mitad de gente se trabajaba igual en Las Dalias. Que venga el triple de gente, lo único que genera son colas. Gente esperando para el baño, gente esperando por la cerveza, gente esperando con niños para una pizza. Y eso no me gusta a mí ni a nadie. Y no hablo de turismofobia sino de control, porque la masificación genera competencia e intrusismo. No sabes la de gente que viene aquí a vender comida de fuera; ha llegado a haber gente vendiendo bebidas en los atascos. Los taxis ilegales llegan a patadas pero el personal de Las Dalias los mantiene a raya. Todo esto es lo que genera la masificación.
¿Y problemas de contratación de personal?
En Las Dalias tenemos un personal muy fiel y estoy muy agradecido a toda la gente que sigue trabajando en Las Dalias. Año a año vuelven y, además, hablan bien de la empresa a compañeros suyos para que vengan a trabajar con nosotros. Se crea muy buen ambiente. Ya lo he dicho antes: lo más importante de una empresa son sus trabajadores.