Lo que ocurría alrededor del grano era principalmente una cuestión de subsistencia. El grano situado en un punto cercano al labial superior era el indicador más fiable de todos los sobresaltos que sucedían en aquella casa para bien o para mal.
También era la zona neutra donde los besos descansaban sin grandes sorpresas y un tenaz mensajero de que más allá ya no se llegaba.
Con el tiempo vinieron intentos de conquista de las zonas más cercanas al labial puesto que el verano potenciaba el color de la piel y dotaba a Belinda de una desconocida simpatía que durante el invierno sólo se intuía. Por esta razón, la vida en aquella casa transcurría alrededor del grano.
Belinda, así se llama la portadora del grano, tenía el dominio absoluto de aquel espacio en el que vivía y que era limitado para ella e infinito para su residente.
Las dinámicas fluían por todo el espacio de la casa. Belinda estaba enamorada de su gata, pues la miró directamente a sus ojos durante su periodo y ya no existían más ojos para ella que la de su querida mascota. En cambio, las del residente, eran dinámicas gobernadas por la fuerza de sus emociones si evaluar.
El grano y prometo que más grano ya no escribiré, inmerso ya en el ajetreo del besuqueo, iba creciendo a su ritmo y quiso participar en aquel juego volviéndose sensible y más robusto y empezó a reclamar su pertenencia a un lugar.
Belinda estableció una relación amigable con su bulto pues adivinó con absoluta certeza de que ambos se necesitaban y que desafiarían con mayor éxito lo que ella interpretaba como un acoso labial cuando era cuestión de supervivencia. Dejó las cremas que su médico le prescribió para rebajar el bulto y observó satisfecha que éste ya ocupaba buena parte de su cara y que los intentos de intromisión del residente en su espacio labial iban menguando.
El residente, gracias a la meditación, a la ciencia y también a su etapa fraternal, empezó a ver a Belinda con mayor detalle y las ronchas que antes a ella le restaban belleza ahora las curaba con estima de amigo.
Y así, a nuestro residente vimos armado una mañana con vinagre de manzana, pasta de dientes y limón con sal aplicándolos a cada uno de los bultos que Belinda tenía repartidos por ya toda la cara.
A uno de nosotros que era asiduo a la iglesia, dijo que había sentido como un indefinido cosquilleo en su espalda, como si le crecieran unas diminutas alas…
Jaume Torres