Poco a poco, el colmado y bar de la carretera de Sant Josep, Can Jordi Blues Station, va implementando las medidas necesarias para mejorar su seguridad y evitar así el cierre de su actividad, tal y como apuntaba un expediente abierto contra el local por parte del Ayuntamiento de Sant Josep, iniciado por los riesgos para la seguridad de las personas detectados en una inspección, y después por carecer de título habilitante.
Durante el fin de semana la propiedad ha instalado un vallado de madera que perimetra la popular terraza donde un par de días a la semana se congrega el público en los conciertos y, a la vez, también protege las mesas donde se sirven los desayunos, comidas y bebidas durante la semana. También delimita al otro lado el paso del camino vecinal que la presencia de público a veces bloqueaba momentáneamente.
De este modo, y tal y como se anunció, la propiedad va dando los pasos necesarios para garantizar la continuidad de su actividad. Y es que la noticia de la apertura de un expediente de cierre por parte del Ayuntamiento de Sant Josep contra el emblemático bar y colmado de carretera provocó no solo la preocupación de la familia que lo gestiona sino una oleada de rechazo en la isla de Ibiza y fuera de ella.
Tras salir publicado en prensa el contenido del decreto de alcaldía antes de que fuera notificado a la propiedad, se generó una ola de rechazo especialmente visible en redes sociales. La propiedad y el alcalde mantuvieron una reunión de urgencia la semana pasada con el objetivo de llegar a acuerdos y, finalmente, el futuro del local parece garantizado. «Juntos trabajaremos para daros una solución definitiva a una situación de incertidumbre que vosotros y los vecinos lleváis sufriendo demasiados años», comentaba el alcalde de Sant Josep, Vicent Roig, en redes sociales antes de ofrecer unas declaraciones en las que apuntaba a la oposición como causante de la filtración del decreto de alcaldía a la prensa y subrayaba «el daño» que había hecho que saliera a la luz de ese modo.
Desde Can Jordi se han puesto manos a la obra para solucionar todos los problemas documentales y de las instalaciones que deben actualizar por motivos de seguridad.
Clamor popular
La noticia de la apertura del expediente de cierre, avanzada por Diario de Ibiza el fin de semana del 7 de diciembre, explicaba que se había abierto un proceso administrativo contra el local al no contar con licencia habilitante de actividad para el bar y la terraza. Además, tras una inspección en julio pasado que alertaba de presencia de vehículos estacionados de manera irregular y de riesgo grave para las personas al encontrarse junto a la carretera, se le imponía una multa por infracción grave.
Can Jordi, por su parte, relataba que no había recibido notificación oficial alguna al respecto y que se había enterado por la prensa, por lo que continuaría funcionando con normalidad como así ha sido.
Can Jordi no es un local como otro cualquiera sino que es un símbolo para buena parte de la isla, que lo considera un templo de la música en directo y uno de los pocos locales singulares, populares y en los que sobrevive un espíritu auténtico alejado de postureos y uniformidades.
Es, además, Medalla de Oro del Consell de Ibiza y establecimiento Emblemático por el Govern balear. La tienda que alberga el bar es centenaria, pero la música llegó a finales de la primera década de este siglo de la mano de Vicent Marí Torres, Jordi, que tenía especial afinidad con los músicos que acudían a tomar algo y que tocaban de manera improvisada. Después comenzaron a programar conciertos en pequeño formato que han sido todo un éxito. Por Can Jordi han pasado las principales bandas de la isla, pero también artistas foráneos de gran prestigio, como Ariel Rot, Luke Winslow-King, Jonny Kaplan, Ben Howard, Chino Swingslide, Martín Búrguez, The Kleejos Band, Los Brazos, Empty Bottles, Andy Taylor, Je Conte, Josele Santiago, Julián Maeso o César Crespo, entre otros, tal y como recuerda Xescu Prats en Sant Josep és Música.
Lo más curioso es que quien se está cargando Can Jordi son sus acérrimos defensores que hacen más mal que bien