Este miércoles se ha consumado lo que muchos ya preveían tras las serias advertencias lanzadas por el líder de Junts, Carles Puigdemont, desde Waterloo: el revolcón monumental que ha sufrido el Gobierno de Pedro Sánchez en el Congreso, cuando la mayoría de diputados ha rechazado convalidar los tres reales decretos ley que, con tanta soberbia, presentó como salvavidas de su desgastada legislatura.
El PSOE, fiel a su manual de autoengaño, ha apuntado al PP como responsable del descalabro de las medidas gubernamentales, pero ¿a quién creen que engañan? ¿Acaso los socialistas se han reunido con Alberto Núñez Feijóo en Ginebra, con un mediador internacional como testigo del encuentro? ¿Acaso es el PP un miembro de la “mayoría progresista” de la investidura que le permitió seguir en la Moncloa? La respuesta es evidente: no. Por tanto, ¿a qué vienen estos reproches lanzados contra el principal partido de la oposición, que, además, es el mayoritario, con 17 escaños más que el PSOE?
Los socialistas siguen atrapados en su laberinto de mentiras y excusas, ocultando su debilidad tras un relato victimista. La realidad es ineludible: no hay mayoría de izquierdas en el Congreso, y el supuesto bloque progresista no es más que un espejismo. El Ejecutivo se desmorona mientras sus aliados parlamentarios le retiran el apoyo, y el PSOE insiste en culpar a la derecha exterior por lo que es su propio hundimiento político.
Pedro Sánchez tiene ante sí un dilema existencial: aceptar la agonía de su legislatura y convocar elecciones o seguir culpando a todos, menos a sí mismo, del naufragio. Pero intentar endosar el muerto de su debilidad política al PP, sin citar en absoluto a su socio preferente, Junts, es perverso y, sobre todo, mentira. Otra más.