Tomás Andújar / EFE / El 7 de febrero de 2020, la Conselleria de Salud aplicó el protocolo preventivo por coronavirus a la familia de un británico residente en Mallorca que resultó ser el ‘caso uno’ de la covid-19 en Baleares, la primera gota de un diluvio que en cinco años ha matado a unas 2.000 personas. El primer caso detectado en Ibiza fue un mes después, el 6 de marzo, y se trataba de un hombre italiano.
Hoy, cuando el SARS-CoV-2 es un virus respiratorio más, parecen una pesadilla los meses del confinamiento, las olas de contagios y fallecimientos y las campañas masivas de vacunación, y causa extrañeza rememorar las noticias de aquella exótica ‘neumonía china’ que las autoridades creían que no tendría consecuencias graves.
El Instituto Nacional de Estadística (INE) tiene registradas 608 muertes por covid-19 en Baleares en 2020, 580 al año siguiente, 581 en 2022 y 156 en 2023, el último año cerrado de la contabilidad estatal de defunciones.
Los 1.925 fallecidos por coronavirus del cuatrienio 20-23 en Baleares representan el 1,2 % de las casi 155.000 personas que perdieron la vida en España por el virus en ese periodo.
La Conselleria de Salud asegura que no dispone de datos más actualizados de fallecimientos, ni tampoco de contagios, porque dejó de elaborar informes específicos de covid-19 cuando se dio por concluida la pandemia.
Hasta aquel viernes de febrero en que el Govern comunicó que un hombre con síntomas, su mujer y sus dos hijas habían sido ingresados en el hospital Son Espases por posible contagio de covid, el único caso conocido en España se había detectado una semana antes en La Gomera.
En su primer comunicado, la Conselleria, dirigida entonces por la socialista Patricia Gómez, apelaba a la tranquilidad de la población a la espera de conocer los resultados de análisis de las muestras tomadas a la familia, enviadas al Centro Nacional de Microbiología en Madrid.
La consellera, su directora de Salud Pública, Maria Antònia Font, y otros responsables sanitarios comparecieron el 8 de febrero en rueda de prensa para explicar que el padre de familia había estado en contacto con un enfermo de covid-19 en los Alpes franceses y que el hombre, que fue quien primero manifestó síntomas, ya no los tenía, aunque sí estaba griposa su hija mayor, de 10 años.
Al día siguiente, domingo, las sospechas se confirmaron respecto al padre, el único que dio positivo en el virus, por lo que Salud comenzó a estudiar a las personas que habían estado en contacto con él para comprobar si había transmitido el virus.
De nuevo comparecieron ante los medios de comunicación los responsables políticos y médicos para detallar el estado del paciente, con baja capacidad de contagio porque su carga viral ya era ligera, y relatar el periplo desde la estación alpina donde se infectó hasta su casa en Mallorca.
Falsa sensación de protección
En esa misma rueda de prensa, la directora de Salud Pública remarcó que las mascarillas, que meses después serían omnipresentes y obligatorias, no eran recomendables para la población general porque generaban una falsa sensación de protección que iba en detrimento de otras medidas profilácticas mucho más eficientes como el lavado de manos.
Estos eran los mensajes comunes en aquellas semanas de vísperas de la pandemia que poco más de un mes después justificaría el confinamiento casi absoluto de la población.
De hecho, diez días más tarde de la confirmación de aquel primer caso en Baleares, sin nuevos contagios diagnosticados en el país, el entonces ministro de Sanidad, Salvador Illa, manifestaba en Palma que «en el centro de la epidemia, que es la provincia de Hubai y la ciudad de Wuhan, está estabilizada y más bien con tendencia a la baja».
«Las medidas que hemos tomado son suficientes para garantizar la salud de todos los ciudadanos españoles, y si hubiera que tomar otras medidas, las tomaríamos sin que nos temblara el pulso», dijo.
EFE