Desconozco si ya han visto los cortos de Es Ninja des Cubells, una sátira sobre la Ibiza de nuestro tiempo protagonizada por un superhéroe payés que imparte Justicia entre es Fornet y Cala Llentrisca. En los dos episodios de la serie, disponibles en la plataforma YouTube, Es Ninja combate a terraplanistas, hippies, fans de Miguel Bosé, negacionistas sin mascarilla en tiempos del covid y demás “petxeria”, arrojándoles unas tijeras de podar con efecto bumerán a modo de estrellas shuriken, que les siega de cuajo las orejas.
De momento, el Ninja la ha emprendido con la citada tipología de personajes, que en la isla proliferan como champiñones, pero a buen seguro que en futuras aventuras del justiciero josepí éste acabe persiguiendo otra clase de sanguijuelas de la esencia ibicenca. Yo le sugiero, por ejemplo, que haga una visita a los impulsores del luxury vacuo que se expande por nuestro territorio como la viruela, a quienes especulan con corrales y toda clase de antros inmundos cobrándolos a precio de chalet y a los dj’s de baja estofa que vienen a ordeñar la isla para luego ensañarse con ella desde la distancia, afirmando, con toda su chulería, que “Ibiza es una mierda”.
Así se ha expresado en un podcast de éxito un tal Vicente One More Time, disc jockey poligonero de relativa fama en nuestro país, generando una oleada de reacciones de toda índole, aunque mayoritariamente viscerales. A continuación del exabrupto, el personaje, al que por sus características físicas resulta muy difícil evitar calificarlo de espantajo, añadió que en Ibiza “todo el mundo se droga y se pone hasta el culo… La isla está muy bien para los que tienen yate y van a las calas maravillosas, espectaculares, pero no para la gente en general… Te están estafando desde que llegas hasta que te vas. Una cosa que en Madrid vale X en Ibiza vale tres veces más”.
Estas son algunas de sus perlas. La última la dedicó a menospreciar a las discotecas ibicencas, para después hacer publicidad de la sala de fiestas madrileña en la que pincha, donde, según él, todo es mucho más barato y el nivel tecnológico y artístico de los dj’s supera a Ibiza de largo. Sólo le falto decir que allí nadie se droga.
Con independencia de esta última parte relativa a la calidad musical, sobre la que soy completamente incapaz de opinar –y por mucho que nos duela–, hay que darle la razón al tal Vicente One More Time, al menos en parte. Ciertamente, en la isla los precios se han disparado hasta la estratosfera, impidiendo a la gente normal disfrutarla o establecerse en ella para trabajar. Dicha sensación de estafa permanente, de hecho, es un tema recurrente para los turistas a los que se encuesta en el aeropuerto.
Respecto al tema de las drogas en los ambientes que ha frecuentado el personaje –no hace falta mentar establecimientos vinculados al gremio fiestero porque ya son de sobra conocidos–, efectivamente es un cáncer que devora a la juventud y la imagen isleña desde hace años, además de costar la vida a unos cuantos turistas cada temporada, saturar los servicios sanitarios y corromper sin remedio a la sociedad desde múltiples ángulos. A Ibiza vienen cientos de miles de personas cada mes de la temporada a disfrutar de la fiesta y la inmensa mayoría de ellas no aparecería sin el surtido de drogas a granel que encuentran a su disposición.
La razón de que me entren ganas de prescribirle al personaje una visita de Es Ninja des Cubells, para que le aplique una dosis de su tratamiento paliativo, es la generalización extrema que implica afirmar que “Ibiza es una mierda”. Su Ibiza muy probablemente lo sea, pero la nuestra, la de los residentes, es mucho más amplia, diversa y compleja, con aspectos maravillosos que a buen seguro este individuo no ha llegado a atisbar.
Sus palabras, sin embargo, constituyen la demostración fehaciente de un hecho incontestable: la inmensa mayoría de aquellos que nos visitan perciben Ibiza como un territorio exclusivo de fiesta y drogas, donde la naturaleza y las playas únicamente ejercen como mero decorado de la actividad principal. Y la razón de que así sea hay que buscarla en la saturación que impulsa la propia industria del ocio, al empeñarse en convertir la costa, los hoteles y hasta el interior en una extensión de lo que antaño era la fiesta, cuando se concentraba en un número mucho más limitado de establecimientos. Eso sin olvidar la sempiterna publicidad, que empapela carreteras, tapias, comercios y no digamos ya el aeropuerto, que parece una sucursal de las principales salas de fiestas, como se ha dicho tantas veces.
Con la reapertura de la nueva/vieja discoteca de Sant Rafel este desequilibrio se acentuará por dos razones: el aluvión publicitario que ya ha comenzado a expandirse por cada rincón de la isla y la guerra sectorial que se avista en el horizonte. La anticipa la salida de una de las principales salas de fiestas de la asociación que concentra a buena parte del colectivo discotequero. Al igual que en tantas otras ocasiones, la promesa de dicho consorcio de que la nueva apertura no generaría conflictos y que sería una gran noticia para el resto de locales se ha revelado más falsa que los billetes del Monopoly.
Así llevamos años y así seguiremos, hasta que esta falsa Ibiza devore a la auténtica y ya no quede rastro de ella. Vista la inutilidad de las instituciones para poner orden y remedio, tendremos que conformarnos con la Justicia imaginaria impartida por Es Ninja des Cubells. Aunque sea un personaje de ficción, al menos nos echaremos unas risas entre tanto despropósito.