Lucía Ortín es sexóloga, educadora social y experta en educación sexual con perspectiva de género. Acude al IES Sa Serra, en Sant Antoni, para impartir el taller ‘Reflexionando sobre el porno y la manosfera’ a los estudiantes de 3º de la E.S.O. Dos clases, alrededor de 40 alumnos, de diferentes culturas y nacionalidades. Se presenta, saluda y felicita con un «Eid Mubarak» a los alumnos árabes que estén celebrando el Ramadán, en caso de haberlos.
“A pesar de que en la próxima hora tratemos un tema de educación sexual, no hay contenido explícito en la charla”, comenta al alumnado, mientras les invita a comunicarse si en algún momento se sienten incómodos o incómodas con el tema. Su taller, al contrario de lo que pueda parecer, no busca prohibir o demonizar la pornografía o el contenido de la manosfera, sino educar a los adolescentes para que puedan analizarlo críticamente y construir relaciones basadas en el respeto, el consentimiento y el bienestar mutuo.
En su opinión, la comunicación es la clave para que los adolescentes puedan cuestionar, comprender y construir su propia visión sobre la sexualidad y las relaciones; sin juicios, sin imposiciones, sino con espacios seguros donde puedan expresar sus dudas, acceder a información realista y desarrollar un pensamiento crítico que les ayude a diferenciar la ficción de la realidad.
¿Por qué es importante hablar de pornografía con adolescentes?
Porque llevamos años debatiendo entre adultos sobre los efectos de la pornografía en los adolescentes, preocupándonos, buscando formas de evitar su consumo, demonizándola, pero sin sentarnos con ellos y ellas a preguntarles directamente. No les estamos preguntando cómo se sienten, qué dudas tienen, qué les preocupa realmente o cómo podemos ayudarles. Y si ellos son los protagonistas de esta preocupación, es clave que les demos voz.
En el taller se menciona que el contenido que consumimos en Internet influye en nuestra forma de pensar y relacionarnos. ¿Cómo afecta esto específicamente a la educación sexual y a las relaciones interpersonales?
El contenido que consumimos en Internet influye directamente en nuestra forma de entender las relaciones, la intimidad y el deseo. Muchas personas jóvenes acceden a información sobre sexo principalmente a través de la pornografía o de las redes sociales, que no siempre ofrecen una visión realista o saludable.
Por ejemplo, la pornografía muestra un sexo en el que casi nunca hay comunicación, consentimiento explícito o afecto real. Esto puede llevar a que los jóvenes crean que el deseo es inmediato, que no es necesario preguntar qué le gusta a la otra persona o que ciertas prácticas son la norma cuando, en la vida real, no lo son.
Las redes sociales refuerzan ciertas ideas sobre cómo debería ser una relación: desde idealizar parejas «perfectas» hasta promover discursos que fomentan ideas tóxicas sobre la masculinidad y la feminidad. Todo esto puede hacer que los jóvenes se sientan presionados a encajar en determinados estándares o que interioricen creencias que no favorecen relaciones sanas.
Según los datos, la pornografía es la principal fuente de educación sexual para muchos adolescentes. ¿Cómo impacta esto en sus expectativas sobre el sexo y las relaciones?
La pornografía es un producto de entretenimiento, no una herramienta educativa, y su propósito es generar excitación, no reflejar la realidad de las relaciones íntimas. Uno de sus principales efectos es la construcción de expectativas irreales. En la pornografía, las relaciones suelen mostrarse como algo inmediato, donde no hay comunicación previa, no se negocian los límites ni las preferencias, y el placer de todas las partes parece estar garantizado sin necesidad de exploración o diálogo.
También influye en la percepción de los roles de género. En muchos de los vídeos más vistos, los hombres aparecen como dominantes, activos y siempre dispuestos, mientras que las mujeres suelen estar en posiciones de sumisión y complacencia. Esto refuerza estereotipos dañinos y afecta la forma en que se construyen las relaciones.
Otro aspecto preocupante es la normalización de ciertas prácticas que, en la vida real, pueden ser problemáticas. En muchos vídeos, la agresividad y la falta de consentimiento se presentan como algo habitual, lo que puede distorsionar la percepción de lo que significa una relación basada en el respeto y el deseo mutuo. Si los adolescentes no tienen espacios donde puedan hablar de estos temas y cuestionar lo que ven, pueden interiorizar estas ideas sin darse cuenta.
Por eso, es fundamental que la educación sexual brinde herramientas para analizar críticamente estos contenidos y entender que el sexo real es diverso, negociado y, sobre todo, basado en el consentimiento y el bienestar de todas las personas involucradas. No se trata de prohibir o demonizar la pornografía, sino de ayudar a los adolescentes a diferenciar entre la ficción y la realidad, para que puedan construir relaciones más sanas y satisfactorias.

¿Afecta más a un género que a otro?
Sí, la pornografía afecta de manera diferente a chicos y a chicas, principalmente porque su consumo no es igual y los mensajes que transmite refuerzan roles de género distintos. Los estudios muestran que los chicos la consumen con mayor frecuencia y a edades más tempranas, lo que puede hacer que su visión de la sexualidad esté más influenciada por estos contenidos. Las chicas, en cambio, suelen acceder a la pornografía más tarde y con otros propósitos, como la curiosidad o la exploración.
En el taller menciona que la pornografía muestra un guion y no relaciones reales. ¿Cómo podemos ayudar a los jóvenes a diferenciar el entretenimiento de la realidad?
La clave está en sentarnos a hablar con ellos y ellas sin juicios ni discursos moralistas. Preguntarles qué opinan, qué información sienten que les falta, qué dudas tienen realmente. Muchas veces asumimos que saben más de lo que realmente saben o que no quieren hablar del tema, cuando, en realidad, lo que necesitan es un espacio seguro donde puedan expresarse sin miedo a sentirse avergonzados/as o juzgados/as.
Es fundamental apostar por la Educación Sexual Integral en colegios e institutos, para que tengan herramientas que les permitan entender su propia sexualidad de forma sana. También podemos compartir con ellos nuestras propias experiencias: qué dudas tuvimos cuando éramos adolescentes, qué información nos habría ayudado, qué sentimos que nos faltó. La honestidad y la comunicación son clave.
Además, hay que facilitarles contenido saludable. Así como en Internet hay discursos tóxicos y pornografía que refuerza estereotipos, también existen creadores/as de contenido en educación sexual que abordan estos temas desde el respeto, la diversidad y el desarrollo de relaciones sanas. No se trata de prohibir o demonizar lo que consumen, sino de ampliar su mirada y darles acceso a referencias que les ayuden a construir una sexualidad basada en el bienestar y el consentimiento.
¿Cómo definirías la manosfera y qué peligros representa para los adolescentes?
Para mí, la manosfera es uno de los mayores peligros a los que se enfrentan los adolescentes hoy en día, mucho más que la pornografía. Es un ecosistema digital donde se agrupan foros, canales y comunidades que se presentan como espacios de «apoyo» para chicos que se sienten inseguros o desplazados, pero que, en realidad, los arrastran a un discurso de odio contra las mujeres y contra el feminismo. Lo más preocupante es que no llega con la apariencia de algo peligroso, sino disfrazado de autoayuda, de «descubre la verdad», de «te vamos a enseñar cómo funciona realmente el mundo». Y ahí es donde engancha.
La manosfera suele reforzar ideas de masculinidad tradicional y rechazar el feminismo. ¿Cómo afecta esto a la forma en que los adolescentes entienden su papel en las relaciones y en la sociedad?
La manosfera ha sabido canalizar las dudas y frustraciones de muchos chicos en un momento en el que la sociedad les está pidiendo que se reinventen y revisen su masculinidad, pero sin darles muchas herramientas para hacerlo. En vez de ofrecerles alternativas sanas, les da un enemigo: las mujeres. Les dice que la culpa de sus problemas la tienen ellas, que el feminismo es una amenaza y que ser un hombre «de verdad» significa dominar y desconfiar.
El problema es que, si un adolescente pasa horas consumiendo estos discursos, es muy difícil que no los interiorice. ¿Cómo va a construir relaciones basadas en el respeto si todo lo que ve refuerza la idea de que el otro género no merece ni confianza ni admiración? La pornografía podrá distorsionar la idea del sexo, pero la manosfera está moldeando su identidad, su forma de relacionarse con el mundo y su capacidad de empatía. Y eso, sinceramente, me preocupa mucho más que el porno.
¿Qué herramientas puede proporcionar el taller a los jóvenes para desarrollar un pensamiento crítico sobre la sexualidad y el género en el entorno?
Los cambios no son inmediatos, pero la semilla queda. No se trata de convencer en una hora, sino de abrir un espacio donde puedan cuestionar lo que dan por hecho. Para desarrollar un pensamiento crítico en el entorno digital, lo esencial es la duda: preguntarse quién gana con el mensaje que reciben, qué emociones les genera y si realmente les hace bien. Y, sobre todo, buscar otras voces, otras narrativas, porque la realidad es mucho más amplia de lo que un algoritmo les quiere hacer creer.