De David Ventura a Ric Jazzbo:
Todavía me estoy reponiendo de tu última recomendación: John Martyn. Madre de Dios, que pedazo de disco que es ‘Solid air’. Los años sesenta y principios de los setenta abundan en cantautores alucinados que tuvieron muy mal final pero que por el camino nos dejaron discos de una belleza atemporal, etérea, casi extraterrestre. La explosión musical de aquellos años es un auténtico misterio y buscar nuevos nombres y ampliar el campo de batalla es una afición fascinante, especialmente ahora que Spotify o Youtube han facilitado las cosas a los buscadores de tesoros.
Y de cantautor alucinado -y alucinógeno- pasamos a otro igual de particular y que a mi me produce una fascinación especial. Se trata de Tim Hardin, un tipo que surgió de la efervescente escena del Greenwich Village neoyorquino de principios de los sesenta, que compuso algunos éxitos rotundos, que estuvo a punto de compartirse en un ‘nuevo Dylan’ -de hecho, eran amigos- pero a quien las adicciones y una proverbial mala suerte acabaron hundiendo en la miseria y en una muerte prematura.
Hardin compuso canciones como ‘If I were a carpenter’, un éxito gracias a las versiones de Bobby Darin, Johnny Cash, The Four Tops o Joan Baez. Sin embargo, Hardin no leyó la letra pequeña cuando firmó los papeles y malvendió los derechos de sus temas, ya que del pastizal que generó ‘If I were a carpenter’ a Hardin le cayeron cuatro duros. Lo mismo le sucedió cuando ‘Reason to believe’ se convirtió en un número 1 gracias a las versiones de Rod Stewart y los Carpenters, y cuyos derechos había malvendido para costearse sus urgencias adictivas.
La mala suerte de Hardin era tan proverbial que actuó en el Festival de Woodstock pero no apareció ni en el documental ni en los discos sobre Woodstock que se han publicado posteriormente. Si nos centramos en su música… Bueno, a su música nos remitimos. Aquí tenemos un ejemplo: ‘If I were a carpenter’.
En el universo de los cantautores, nadie canta ni tiene mejor voz que Hardin. Su tesitura es casi la de un crooner. Suma, ademas, la inspiración y la capacidad de componer melodías dotadas de una magia especial. En su primer disco -‘Tim Hardin 1’, no se rompió la cabeza con el título- los arreglos de cuerda de Artie Butler arropan las canciones sin empalagar, y el vibráfono de Gary Burton -que venía de grabar con Stan Getz, nada menos- son un contrapunto perfecto a los punteos de la guitarra de Hardin. El resultado es magia pura, como en ‘How we can hang on to a dream’ o ‘Don’t make promises’ (por cierto, no tengo ni idea de quien es la muchacha que aparece en el video de ‘Don’t make promises’. Ric, tu presta atención sólo a la música).
La carrera de Hardin fue breve: ocho discos entre 1966 y 1973, momento en el que, al constatar que el mundo se ha olvidado de él, decide autoborrarse del mapa. Durante siete años lleva una vida errabunda con diversas entradas y salidas de centros de desintoxicación. Finalmente, muere por una sobredosis de heroína en 1980, a la edad de 39 años. Un final tristísimo para un hombre con muchísima mala suerte, con un talento enorme y que tuvo un destino funesto. Escuchar sus canciones no arreglará nada de su desastrosa vida pero, al menos, sirve para hacer justicia a un hombre que debería ser recordado.
De todos sus discos, el más extraño y fascinante es ‘Suite for Susan Moore and Damian: We are One, One, All in One’. Susan Moore era su mujer y Damian su hijo, y el disco es una especie de trabajo conceptual en el que, a tumba abierta, desnuda todas sus miserias personales, declara amor eterno a su hijo y a su mujer, y les implora que no le abandonen, con canciones que incluyen largos recitados en el que el pobre Hardin nos cuenta todas sus movidas familiares.
Personalmente el disco fue un fracaso porque su esposa, cansada de las adicciones de su marido, acabaría abandonándole de manera definitiva. Nos queda, sin embargo, un disco extravagante, raro, alucinado, con canciones muy dispares y empapadas todas ellas de una melancolía desgarradora. Una obra bellísima y peligrosa que debe mantenerse alejada de cualquier persona con tendencias suicidas porque es una bomba atómica de mal rollo. Por cierto, Ric, después la depresión de ‘Suite for Susan Moore and Damian: We are One, One, All in One’ no estaría mal darle un poco de alegría a esta correspondencia, ¿no crees? Tim Hardin surgió de la escena del Greenwich Village neoyorquino de los sesenta. Manhattan, New York, década de los sesenta… La imaginación es el único límite, Ric Jazzbo, y escoge el disco que quieras.