Hay años, la verdad, que uno lanzaría al vacío de los tiempos de una patada en el culo, con perdón por la expresión literalmente poco elegante. Pero es que se lo merecen, a ver si no. A ver quién no expulsaría de la memoria ese 2012 que acabamos de abandonar selectivamente en el contenedor de las basuras más tóxicas. Y sin embargo, tengo la sensación de que el 2013 que acabamos de abrir como un melón prometedor va a ser bueno, sin muchas albricias ni excesivos eurekas, pero bueno, un ir pasando. Que ya es mucho. Si repasamos en nuestro cerebro y seleccionamos mentalmente cuáles han sido los años buenos y cuáles los malos en nuestra existencia, llegaríamos a la conclusión de que el balance general es negativo. No hay muchos cohetes que tirar ni muchas campanas que tocar. Nuestro resumen vital está más lleno de tropiezos, de trancas y barrancas que de felicidades y maravillas. Las que hay se agradecen el doble por ello, de la misma forma que las penas se compensan con las alegrías y los duelos se amortizan con la ilusión de todos los días, cuando la hay.
Nadie, espero, discutirá que el 2012 que felizmente hemos finiquitado ha sido funesto para todos. Malo y perro de verdad, con la peor acepción que la estupenda palabra perro pueda llegar a tener en el diccionario. Primas de riesgo como familiares cargados con un kalashnikov, preferentes cargadas de mentiras y estafas, deshaucios como bocados draculares a la yugular, misivas bancarias notificándote tus deudas en psicodramática letra roja de película gore, avisos de las diferentes instituciones de más y más dolorosos recortes en sus prestaciones, mientras sus responsables siguen conbrando íntegramente su sueldo, y algunos mucho más a través del choriceo más infame, nuevas medidas admonitorias para que no te aflojes ni un ojal del cinturón del que ya llevas dos o tres vueltas alrededor y todo un rosario más de reconvenciones, broncas y severas advertencias para que no te pases ni un euro del presupuesto que los de arriba tienen asignado para ti. (menos que cero para consumo).
2012 a la basura sin remisiones ni compasiones de última hora por aquello de ‘¡ay, pobrecito!, ¿qué culpa tendrá él?’. Hasta nunca, año viejo, sucio, maloliente y rancio. Que te den, que los demás ya hemos recibido gracias a ti y a quienes, infames e infaustos, han marcado tu destino. Has sido un ejercicio vital totalmente olvidable, odiable, mandable al cuerno, oxidado, echable ignominiosamente del calendario, calumniable, inconmensurable en su maldad y bochornoso para quienes hemos tenido la desgracia de vivirlo o de carecer del suficiente peculio para sobrevivirlo con la dignidad que ordena la Cosnstitución para todos los habitantes de este país.
No tengo ni una razón objetiva para defender la superiorirdad de 2013 sobre el año que acabamos de enterrar con cal viva para que nunca vuelva a resurgir, pero será que necesito creer en algo positivo y esperanzador para recuperar un poco de la fe casi definitivamente perdida. Sólo con que los distintos gobiernos e instituciones se den cuenta de a quién deben los esfuerzos y sacrificios de quienes deben realmente sus presuntos logros, y se los agradezcan convenientemente, será un buen motivo para creer en un año nuevo con posibilidades de salir bueno como un de esos melones frescos y jugosos del verano que no saben a pepino ni a calabaza. No sólo Angela Merkel, el Fondo Monetario Internacional y los bancos centrales europeos viven de nuestros apretones y de sus extorsiones. Hay todo un país, el nuestro, que reclama justamente un regreso ya a todos los derechos económicos y sociales que se han ido perdiendo en el transcurso de los últimos doce meses del horrendo 2012. Si alguien es capaz de recoger el mensaje, que envíe una respuesta esperanzadora a nuestro exhausto S. O. S.