Mi ascendencia británica me lleva a ironizar sobre casi todas las cosas si estoy triste y no puedo menos que refugiarme, hoy que la tristeza acude de nuevo, en el dibujo de un oscuro símil entre las abejas que desaparecen y los poetas que se nos van. Al parecer nadie sabe por qué se mueren las abejas, tan necesarias, y tampoco queda claro el motivo por el cual se nos mueren hoy los poetas, tan indispensables. En pocos días mis amigos en Facebook han anunciado y llorado la muerte del joven poeta mexicano Sergio Loo (1982-2014) y del también mexicano Marco Fonz (1965-2014). Qué decir de la muerte del maestro mexicano José Emilio Pacheco y de la pérdida de ese abuelo que todos hubiéramos querido para nosotros, Juan Gelman, que falleció también en México (México lindo y querido, ¿qué te han hecho los poetas?). Hoy –también hoy– se nos anuncia la muerte del poeta sevillano Fernando Ortiz. Qué abril ni qué niño muerto (¡ay!). January, dear Thomas, January.
Por si todo esto fuera poco, esta mañana el poeta Andrés Catalán me informa por WhatsApp de la muerte de Félix Grande, y el puto emoticono de la abeja me sonríe desde un rincón. No hay mucho que pueda decir de la figura de Félix Grande, salvo que fue amable, generoso y cercano todas las veces que tuve el honor de estar a su lado, en San Sebastián de los Reyes, en el pueblo salmantino de Juzbado, y en Málaga. No son muchas veces, lo sé, pero con Félix Grande tres son más que suficientes para admirarlo y quererlo. Por eso mis primeros pensamientos tras la noticia de su muerte son para Paca Aguirre, que compartió medio siglo con él. ¿Qué debe sentir esta mujer, esta gran poeta? No puedo imaginarlo. En Málaga Félix Grande habló del amor, un tema del que solía hablar, y habló del terrible precio que debían pagar Paca y él por este medio siglo de puro amor; la certeza de que uno de los dos debía morir primero. Cuando Félix Grande decía estas cosas en el patio del hotel de Málaga donde leía/hablaba no había abeja ni mosca que osara dejarse oír. Yo lloré, mi pareja de entonces también lloró, y al día siguiente recorrimos el paseo marítimo en motos eléctricas inoculados por el amor incombustible y perseguidos por la terrible advertencia de Félix Grande. Uno de los dos debe morir primero. Así eran las palabras de Félix, palabras que te llevaban a hacer cosas, a alquilar una moto eléctrica y a salir al sol y a la vida. Un poeta de la vida, no de la muerte que lo ha reclamado.
Parece que este enero maldito nos está entrenando en materia de obituarios de poetas. Por eso no voy a decir aquí que ahora queda su obra y tal y cual y lo demás. Claro que queda. Pero yo quería que me quedara Félix Grande, también, y poder volver a verlo en Salamanca y oírle hablar, de nuevo, del amor, siempre del amor, y volver a creer que todo es posible, que hay una esperanza, todavía, que las abejas volverán y con ellas la primavera.
Ben Clark
Poeta & proud VII Premio Nacional de Poesía Joven Félix Grande.