Hoy traigo, shaken, not stirred, dos poetas y dos buenos libros: Javier Cánaves y sus Momentos estelares (Ediciones de Baile del Sol, 2013) y Andrés Catalán, con Ahora solo bebo té (Pre-Textos, 2013). Dos poetas que tienen mucho en común pese a la década y al territorio que les separa (Cánaves nació en 1973, en Mallorca, una isla del Mediterráneo y Catalán en 1983, en Salamanca, una isla de la Meseta). No me extenderé con las biografías de ambos, tienen a su disposición sus respectivas Wikipedias que, como toda entrada de Wikipedia de poeta, se encontrará en un estado óptimo de actualización, habiendo sido revisada, con toda seguridad, esta misma mañana por la persona que más tiempo ha pasado con el poeta en cuestión. Basta decir que ambos constituyen dos nombres fundamentales de la poesía contemporánea en castellano y mejor sería que dejara de leer esta larga doble reseña ya, y se dedicara a zascandilear lunáticamente por Internet (eso sí, sin dejar de consultar Noudiari cuando la jefa se ausente) para leer sus poemas, ver sus bonitos rostros de poetas laureados y comprender unas cuantas verdades fundamentales de la vida.
Ahora sólo bebo té
Ya que ha decidido quedarse, hablemos un poco de Ahora solo bebo té. Este libro, merecedor del XIV Premio de Poesía Emilio Prados, contiene algunos de los poemas más maduros que Catalán ha escrito hasta la fecha. El poeta irlandés Paul Muldoon afirma que uno, como poeta, puede soñar con escribir uno o dos poemas buenos en su vida. No creo que lo crea realmente pero sí que opino que hay en lo que dice una verdad: es muy difícil escribir un buen poema porque los buenos poemas se escriben solos, cuando les apetece, sin que les importe mucho quién les escriba, y lo único que podemos hacer es garabatear/aporrear mucho para así tener más oportunidades de ser la pluma/pantalla escogida. ‘Anécdota de la taza (A la manera de W. S.)’ es uno de esos poemas (búsquenlo en su blog). Un texto difícil de olvidar (¡para bien!) donde Catalán recrea con maestría la capacidad de observación del poeta estadounidense Wallace Stevens: «En la mesa la puse, un fuselaje / de cerámica y bordes. Piel de nada». El pensador ante el tiempo, dentro y fuera de él, un hombre sentado en un bar como quien orbita la Tierra a 7,69 km/s en el interior del Mir: «Del objeto dependo como el día depende / de la noche, lo imaginado / de lo real». El poemario se divide en tres apartados, distintos entre sí pero unidos, digamos, por una idea general de contemplación/observación reflexiva y más o menos pasiva del mundo: ‘Ahora solo bebo té’, ‘La réplica infinita’ y ‘Cómo pintar en el infierno’. La segunda y tercera parte nos devuelven a uno de los ejes temáticos (de momento) de la producción poética de Catalán: la pintura. De la segunda parte destacaría ‘No por hacerlo mal se ha roto el campo (A propósito de los amarillos de Van Gogh)’ y de la última sección del libro, que el poeta dedica íntegramente a la obra de Antonio López, destacaría la coda, ‘Mirar una mirada que nos mira’: «mirar lo que otro mira es aprender que a salvo / no se encuentra el pintor que se sitúa fuera, / que nos sitúa enfrente del hábil artificio, / del infierno que es lienzo y lo que nos rodea.» Una delicia para los amantes de la poesía y también para los amantes de la pintura. Un regalo de paz y reflexión en estos días de velocidad promiscua.
Es muy difícil escribir un buen poema porque los buenos poemas se escriben solos, cuando les apetece, sin que les importe mucho quién les escriba.
Momentos estelares
En una breve nota introductoria Javier Cánaves nos ¿advierte? de que Momentos estelares se escribió antes del que fuera, hasta ahora, su poemario publicado más reciente: Limpieza y absorción (Editorial Delirio, 2011). Digo nos, porque somos muchos los que seguimos, desde hace años ya, al autor de la maravillosa –y por desgracia difícil de conseguir– Al fin has conseguido que odie el blues (Premio Hiperión 2003). Esta aclaración del autor responde, creo, a la conciencia de que sus poemarios representan una obra uniforme y constante, que uno podría leer (si tuviera la suerte de poder conseguir todos los libros, incluyendo el que publicó en la tristemente desaparecida DVD Ediciones) uno tras otro y vivir, así, la educación sentimental de uno de nuestros grandes poetas del amor. Pero estos cuarenta poemas, publicados en el año del cuadragésimo aniversario del poeta, no dependen de ningún otro libro. En ellos Cánaves desgrana el tedio del día a día y reflexiona sobre las pequeñas redenciones que proporciona, a veces, la cotidianidad, el amor, las lecturas o el cine: «Le di gracias al cielo por no haberla leído / con 18 años. De haberlo hecho, / probablemente me hallaría bajo tierra, / muerto por inanición artística, / como un aspirante maldito / sin otro mérito que su propia defunción». La idea que contienen estos versos parece sobrevolar todo el poemario. El poeta agradece la madurez que le han proporcionado los años, la capacidad para dejar, hasta cierto punto, atrás a aquel joven que odiaba el blues y que hoy puede mirar a la vida con desconfianza pero a los ojos. He disfrutado mucho de estos Momentos estelares, pero debo anotar que los he disfrutado, sobre todo, porque los he leído no sólo desde el privilegio de mi amistad con Javier, sino también desde la experiencia de la lectura de sus recientes novelas Piscinas iluminadas (Ediciones Baile del Sol, Tegueste, 2013) y Los artistas (Ediciones Baile del Sol, Tegueste, 2011). La poesía no es un complemento, pero puede complementar y, si quieren un buen consejo, háganse con estas dos novelas del mallorquín, e intercalen su lectura con unos cuantos Momentos estelares. Verán que sí, que como dijo el maestro la vida iba en serio pero que tampoco pasa nada.
El lunes que viene: Za Za, Emperador de Ibiza, de Ray Loriga.
Momentos estelares
Javier Cánaves
Baile del Sol, 2013
71 páginas
10, 40 euros
Ahora solo bebo té
Andrés Catalán
Pre-Textos, 2013
73 páginas
13 euros