@B.C./ Estuve muy cerca de ser un poeta que casi conoce a Leopoldo María Panero. Pero al final lo conocí, como muchos, cuando Leopoldo María ya era una caricatura de Leopoldo María Panero. Fue en Sevilla, en el homenaje que le hicieron en el Festival Perfopoesía. Durante esos dos días hablamos un poco, no recuerdo si de algo en particular. Nos despedimos en tierra llana pero luego coincidió que los dos volábamos a la misma hora (pero hacia islas distintas) y pasamos un rato agradable en el aeropuerto de Sevilla compartiendo una Coca-Cola, el único denominador común que le queda ya a la humanidad. Allí me dijo que la poesía era una bestia hermosa que nadie entendía. Yo tampoco lo entendí del todo, pero me acordé del niño prodigio que describe El contorno del abismo. Vida y leyenda de Leopoldo María Panero, un imprescindible libro de J. Benito Fernández en Tusquets Editores (como ya habrán visto algunos, he faltado esta semana a mi cita de Los Lunes Libro —sorry, sorry—, así que sirva esta divertida e interesantísima obra como recomendación para quien quiera acercarse al difunto poeta y a su tiempo), me acordé, decía, del niño prodigio que asombraba a Luis Rosales y a Dámaso Alonso recitando versos originales con apenas cuatro o cinco años y pensé en su famosa frase de la película ‘El desencanto’: «En la infancia vivimos, después sobrevivimos». Y hoy, que paso más días sobreviviendo que bebiendo, que pienso en la poesía como una bestia y en la Coca-Cola (sola) como otra bestia, estaba dispuesto a no escribir nada sobre Leopoldo María Panero —ya sospecho que existe algún dios mequetrefe, aficionado a los obituarios de poetas, que se regodea con nuestros pues yo lo conocí una vez en y nuestros post en Facebook y que procura, por lo tanto, mantenernos bien servidos de cadáveres exquisitos— hasta que abrí un enlace en Facebook que me ofrecía algo sorprendente, inaudito y awesome (como siempre). Y no sé si es que el enlace realmente cumplía con lo prometido o si es que en verdad me ha jodido mucho que se muera el poeta más poético de España, o si la combinación de ambas cosas ha sido funesta y providencial, pero la verdad es que llevo ya casi una hora escuchando a unos putos grillos, sí, unos putos grillos ralentizados (nunca sé si utilizo bien esa palabra) para que su canto esté a la misma velocidad que la voz humana (lo he explicado fatal: los grillos viven poco tiempo, relativamente, por lo que viven deprisa —como Alejandro Sanz pero sin ponerse pesados—, así que se comunican a una velocidad superior a la nuestra —sigues sin explicarte, Ben. ¡Shh!, tú déjame— por lo que hay que ralentizar —¿sí?— el canto de los grillos para que sea como si un grillo viviera los ochenta, noventa años que vive un ser humano —bastante menos, por lo general, en el caso de los poetas—). Total, que un hombre llamado Jim Wilson lo ha hecho, se ha tomado la molestia de grabar un grillo o unos grillos y de ponerlo muy slow. El resultado es acojonante, un coro hermoso —¿el más hermoso que he oído?—, algo mágico, alienígena, celestial; la naturaleza oculta e insondable. Poesía. El canto de una bestia hermosa que nadie entendía, hasta ahora, poesía verdadera que deserta la lógica, la razón y que simplemente es. Es pronto, creo, y grandes eruditos como Túa Blesa han hecho mucho por remediarlo, pero con todo es pronto —si es que llega a ocurrir— para apreciar como se merece el canto del grillo.
Aquí tienen la grabación. Lo que oirán serán dos pistas, normal y superslow. Visiten esta página para más info.