SEXO, DROGAS, TEBEOS, Y ROCK ‘N ROLL
@L.F./ Hace apenas unos días recibí la sorprendente propuesta de formar parte de un jurado que debía dilucidar quienes serían los ganadores de un concurso de cómic con la música rock como temática protagonista. Erróneamente incitadas por otro de los jurados titulares, el director de cine y licenciado en Bellas Artes con papeles Adrián Cardona, las autoridades competentes decidieron ponerse en contacto con alguna celebridad de reconocida solvencia y prestigiosa reputación, un experto altamente cualificado y conocedor del mundo del arte secuencial que aportara pedigree y caché al evento con sus sabias conclusiones lapidarias respecto a los trabajos presentados. Al no encontrar a nadie libre de semejantes características, los organizadores decidieron entonces ponerse en contacto conmigo. Debieron pensar para sus adentros (correctamente, añadiría yo): “Oye, podríamos llamar al chalado este que escribe sobre monigotes en noudiari, que con la pinta de muerto de hambre que tiene en las fotos con las que firma sus artículos seguro que se presta a venir si le decimos que el día de la entrega de premios habrá priva y papeo gratis.”
Dicho y hecho; sin comerlo ni beberlo (y nunca mejor dicho, porque al final resulta que no pude acudir al fallo del jurado y correspondiente entrega de premios porque tenía que redactar este mismo artículo para poder enviarlo con el margen de tiempo suficiente para ser publicado) me encontré en la sala municipal destinada a exhibir los trabajos de los aspirantes a los premios de mejor guión y dibujo de las diversas categorías establecidas, intentado dilucidar con mi ofuscado criterio mononeuronal cual de ellos sería digno merecedor de llevarse el gato al agua. Debo reconocer que la experiencia resultó ser de lo más agradable y gratificante. Me sorprendió el buen hacer de los autores y el buen promedio cualitativo de los comics presentados a concurso, algo que convirtió un comprometido encargo en una jornada de lo más entretenida en la que pude disfrutar de lo que más me gusta, saborear buenas historias redactadas en globos de texto y enmarcadas en viñetas repletas de dibujos.
Todo este trasiego de tebeos relacionados con la música rock me trajo a la memoria la miniserie de cuatro números titulada Vertigo Pop! London, con guión del británico Peter Milligan y dibujo de su compatriota Philip Bond (1966), publicada por D.C bajo el sello que engloba sus creaciones de carácter más adulto y alternativo, la línea Vertigo. De hecho, esta fue la segunda de las miniseries de características similares que también tuvo como ciudades protagonistas a Tokio y Bangkok en trabajos firmados por otros autores.
En la minisaga dedicada a Londres nos encontramos con Rocky Lamont, una vieja gloria del rock en claro declive que en su 60º cumpleaños descubre una cinta grabada tres décadas atrás en un viaje a la India en una suerte de capsula del tiempo enviada por él mismo desde el pasado. Rocky, un personaje con reminiscencias a George Harrison en estado salvaje, era el líder de los Idle Hands, grupo que alcanzó la gloria cuando les pasaron la manita por la cara a los mismísimo Rolling Stones barriéndolos del escenario en un concierto en el Marquee en 1965. Su decadencia física y artística es más que evidente, pero parece haber encontrado la solución en el alijo de marihuana rescatada de la cápsula que en su día compartiera con su gurú indú, dando como resultado una experiencia alucinante y perturbadora. Al fumar simultáneamente de ambos extremos de la cachimba, los personajes intercambian sus personalidades, pasando el plano astral de cada uno de ellos al recipiente físico del compañero que tienen enfrente (Aviso importante: si alguien tiene el número del camello que lo publique, por piedad). La duración del intercambio parece depender de la cantidad e intensidad del fumeteo en cuestión, con lo que Rick Lamont decide entonces enredar a Sean Cody, un joven rockero sin talento alguno, para invadir su cuerpo encasquetándole a él su físico decrépito de forma definitiva sin su conocimiento ni consentimiento previo a fuerza de ponerse morados de maría.
Una vez conseguido su objetivo todo parecen ser ventajas, juventud, resistencia a las drogas duras, no tener que levantarse a mear tres veces cada noche, erecciones matutinas de caballo…poco a poco comprueba en primera persona cuan cierto es aquello de que los jóvenes desperdician su divino tesoro…pero tampoco es oro todo lo que reluce. Su propósito de convertirse otra vez en una estrella del rock bajo su nuevo yo físico topa con el decepcionante inconveniente de que su antigua (y real) personalidad tiende a copiarse burdamente a si mismo y sus viejos éxitos sin generar nada original ni novedoso. Al fiasco cerativo debemos añadir una segunda y superdotada esposa, en todos los sentidos de la palabra, encantada con el nuevo aspecto de su marido y que es plenamente consciente de que en primer término se casó con Rick gracias a sus tetas, pero que será su cerebro quien la mantenga en el puesto, con lo que está dispuesta a hacer lo que sea necesario para mantener su acomodado status quo. A ello debemos añadir que el viejo-aparentemente-joven rockero parece seguir enamorado de su primera esposa, y todo ello mientras debe lidiar con su propia y acosadora hija, desconocedora de que su padre es quien en realidad se esconde ahora tras el cuerpo del maromo al que se estaba beneficiando antes del intercambio. También se las tendrá que ver con la novia oficial de Sean, aquella a la que presuntamente no abandonaría jamás como todos los cabrones que alcanzan el éxito en el rock, una pija yonki que la palma de jamacuco por sobredosis de caballo pocos días antes del lanzamiento mundial del que, arropado por el monumental escándalo previo, resultará ser exitoso primer single de la nueva estrella del rock británico. Lo que viene a ser un embolao de tres pares de narices oiga.
A pesar de lo fantasioso del intercambio, la historia desarrollada por Milligan es fresca y creíble, y no escatima esfuerzos en plasmar todos y cada uno de los clichés asociados a la máxima acuñada de sexo, drogas y rock ’n roll. Todos esos temas son tratados sin tapujos desde una perspectiva realista, resultando ser una obra divertida y dinámica a la que, por ponerle algún pero, le pesa un tanto el edulcorado desenlace final. El dibujo de Bond, Philip Bond (lo siento chicos, no he podido evitarlo) es el complemento ideal a la historia urdida por el guionista, adaptando su dinámico estilo rayano en la caricatura a las necesidades del contexto histórico según exija la trama a cada momento, ya sea recreando los estilismos de los inicios del pop, a los melenudos psicodélicos de viaje iniciático en la India o a la estética brit pop más reciente.
Los cuatro números de Vertigo Pop! London fueron recopilados (cómo no) en un único volumen publicado por Norma en 2004 que no debería ser muy difícil de conseguir en rastrillos, internet o librerías especializadas, todo es ponerse a ello.
En todo caso, larga vida al rock ‘n roll, y nosotros que lo veamos, majetes.
Lluís Ferrer Ferrer (Cala Mastella, 1971) Especialista en tebeos y demás vicios insalubres, es el escritor (i)responsable de la trilogía ibositana (2008-09-10) traducida al castellano y recopilada en El Hondero (2013), de los guiones de la webserie Salvador, un superhéroe low cost (2012-13), y colaborador del programa televisivo/radiofónico de TEF y Radio Èxit, Supercultura Freak Chow (2013-14) otro despropósito relacionado con el mundo del cómic…como si no hubiera cosas más importantes que hacer.