Pablo Sierra del Sol / De la Medicina le alucina poder adquirir “la capacidad para curar a alguien”. “El próximo año pasaré al hospital. Ahí veré si es lo que realmente me gusta”, afirma Marc Tur Picó, quien se ve algún día ejerciendo de galeno, aunque de momento sea apenas un grumete con matrícula de estudiante en la Complutense: segundo curso y con los exámenes de junio a la vista. Sin embargo, este santaeulaliense no es un universitario más entre las decenas de ibicencos que cursan grados universitarios en Madrid. A sus 19 años ya puede presumir de ser campeón de España absoluto de marcha atlética en la prueba de 35 kilómetros. Esa medalla de oro –el éxito más importante de su carrera deportiva junto a la mejor marca mundial júnior de 10 km que logró en 2013– la obtuvo el pasado febrero en Murcia. Llegó a meta delante de mitos vivientes como Jesús Ángel García Bragado o Mikel Odriozola (ambos ya han pasado los 40). Pisa fuerte el expupilo de Mariano Riera, pero explica con sosiego y buen humor los entresijos de su vida madrileña. En el módulo de velocidad de las instalaciones del Consejo Superior de Deportes reflexiona sobre los muchos kilómetros de entreno que dibujan sus semanas y de las crecientes ganas para disfrutar con su pasión, el atletismo. Su pasaporte tiene página en blanco para que le sellen dos visados: uno que le mande al Europeo de Zúrich (Suiza) el próximo verano y otra que le catapulte a Río de Janeiro (Brasil) en 2016. Los Juegos Olímpicos son, sin duda, “palabras mayores”, como reconoce Tur. Pero en su bien amueblada cabeza hay sitio para colocar ese desafío.
¿Los éxitos que has logrado en el último medio año han cambiado tu vida deportiva?
Han cambiado mi manera de mirar hacia el futuro. Tengo más ganas e ilusión para seguir hacia adelante. Lo hecho es una referencia para continuar así. Creo que voy por el camino correcto para conseguir buenos resultados a final de temporada.
¿Cómo se mide ese aumento de confianza?
Cuando en Getafe conseguí el récord nacional [en categoría júnior dentro de la prueba de 10 km: 40 minutos y 17 segundos] lo viví con una euforia increíble, pero tienes que bajar de la nube, seguir entrenando. No pararte. Al ganar el Campeonato de España absoluto de 35 kilómetros ocurrió exactamente lo mismo. Son éxitos que te dan mucha confianza, pero la temporada no acaba aquí. El día a día es lo más importante.
¿Quién te baja de la nube?
Yo mismo. La gente, la familia, los amigos… todos te seguirán felicitando durante días cuando lo hagas bien y destaques, pero eso no cuenta.
¿Cómo mantienes los pies en el suelo?
Entrenando aún con más ganas que antes. Después de una gran competición, me entran dudas sobre si conseguiré mantener el nivel. “¿Seguiré siendo yo mismo?”, me pregunto. A la semana ya soy capaz de entrenar con la misma fuerza.
En el grupo de entrenamiento de José Antonio Quintana alucinan con tu capacidad de sacrificio para ejercitarte solo durante varios días de la semana.
¡Es que es lo que he hecho toda la vida! Cuando llegué a Madrid no encontré ninguna facultad que ofreciera clases por la tarde, así que no tenía otro remedio que matricularme en la Complutense en horario de mañana si quería compaginar la carrera deportiva con la universitaria. El año pasado se me hizo extraño. Era todo nuevo. Marchaba por un lugar diferente al de siempre, la Casa de Campo. Las formas de entrenar también cambiaban, se hacían muchos más kilómetros… A los seis meses ya estaba adaptado, afortunadamente. Está claro que salir con el grupo es más agradable, pero me adapto bastante bien a entrenar solo.
En el grupo, gente como Diego García, Iván Pajuelo o el olímpico Álvaro Martín son rivales, pero también parecen colegas. ¿No es una pose? ¿Cuál es la clave del buen rollo?
Aparecí por aquí y todos me acogieron muy bien. Hay muy buen rollo: nos tomamos las sesiones seriamente, pero hablamos mucho, hay bromas y amistad. Fuera del trabajo la relación es muy agradable y eso lo aprecias un montón.
¿Os apetece veros las caras lejos de la Blume?
Sí. Una manera de hacerlo es con unas apuestas que nos hemos inventado. Cuando vamos a una competición, cada uno tiene que acabar en un tiempo determinado, según su marca. Quien lo hace peor que el objetivo que le ponemos los demás, paga el desayuno del día siguiente. Hasta hemos puesto ‘multas’ que se tienen que pagar en la última cena de Navidad. Eso crea buen rollo: semanas antes de la cena ya estábamos haciendo bromas y apostando sobre quién tendría que pagar más dinero. El verano pasado competimos en el Europeo júnior que se celebraba en Rieti [Italia]. Nos acercamos un día a Roma toda la selección española. Fue fantástico, un fin de semana perfecto: en lo deportivo quedé quinto, mi mejor resultado internacional. Solo me fastidió que un ruso me quitara la cuarta plaza por unas décimas. En Medicina me ha ocurrido algo así. Se parece mucho a la marcha, es una carrera que se hace en grupo. Estando aún en el instituto pensaba que este grado sería súper competitivo, que sería difícil hacer amigos. Todo lo contrario. Mis colegas de la facultad son los primeros en echarme un cable cuando tengo que faltar a clases porque estoy entrenando o compitiendo lejos de Madrid. No soy un estudiante autónomo y esa interacción con los compañeros es alucinante y necesaria.
¿Esos rituales dentro del grupo de entrenamiento restan la tensión de saber que te juegas la beca o una plaza en un evento internacional por un mínimo detalle?
¡No podría haber otra manera de dedicarse a la marcha! Si no tuviéramos estas historias, sería muy agobiante, pesadísimo, este trabajo. En cambio, puedo decir que ahora mismo entrenar es algo que se convierte en una tarea muy ligera.
Acabar sin cates segundo de Medicina o clasificarse para el Campeonato de Europa de atletismo. ¿Qué tendría más mérito?
El Campeonato de Europa… ¡sin duda! La Medicina me encanta y, de momento, me la voy sacando bien, pero el Europeo es otra historia. Es lo máximo que se puede conseguir este año en categoría absoluta. Es todo un sueño, algo que no puedo valorar igual que la universidad. Ahora mismo tiene prioridad el atletismo: si tengo que dejarme alguna asignatura pendiente para mejorar como marchador ya tendré tiempo de aprobarla cuando pueda.
¿Pagarás muchos desayunos si no te clasificas para el Europeo de Zúrich?
Podría ser. Los compañeros me han puesto como objetivo bajar de 1 hora y 26 minutos, mi plusmarca en 20 km. La mínima para ir a Zúrich es de 1 hora y 25 minutos. Todavía queda margen para mejorar, pero no me cierro puertas. Desde que estoy en Madrid ha cambiado mi personalidad. Soy menos tímido. La razón es que, cuando estudiaba segundo de Bachiller, el atletismo se me hizo un poco repetitivo, me cansé. Aquí tengo muchos alicientes con los viajes, la cantidad de gente que conoces… He cambiado en positivo, le presto mucha más atención a todo: miro más hacia el futuro.
Además de en lo personal, físicamente has crecido unos 20 centímetros en los últimos tres años.
He crecido mucho, es verdad. Ahora mido 1,91 metros.
¿Cómo afecta ese estirón a tu manera de marchar?
Lo malo de la altura es que los problemas técnicos están mucho más a la vista. Lo que interesa es que no se noten. Si yo estiro la rodilla, me ve todo el mundo. He tenido que fortalecer bastante el tono muscular para paliar los dolores que aparecieron en mi espalda. Poco a poco voy perfeccionando y acoplando la técnica al cuerpo que tengo.
Alguien que logra una mejor marca mundial, aunque sea en categoría júnior, empieza a ser visto como un referente. ¿Te ves así a nivel balear?
A nivel pitiuso, soy consciente de que empiezo a serlo, pero a nivel balear atletas como David Bustos o Caridad Jiménez van muchos pasos por delante de mí. Estoy en mi primera etapa como profesional. Lo que hice en categorías inferiores estuvo muy bien, pero ahora lo importante son los campeonatos de Europa, los Mundiales y las Olimpiadas. Eso sí, solo conseguí la mejor marca júnior del año 2013 en 10 kilómetros. ¡Algún amigo se pensó que había sido campeón del Mundo! Todos ellos quieren verme en Río 2016, pero para eso queda un largo camino.
Mariano Riera, su entrenador durante más de diez años, se alegró de esa marca como si de una medalla en un gran campeonato se tratase.
Le llamé y pregunté: “¿Te has enterado?”. No lo sabía. Cuando se lo expliqué empezó a decirme que no se lo creía. Se puso contentísimo, más que yo incluso. “He estado 24 años trabajando para que un atleta mío haya sido campeón de España absoluto”, suele comentar. Estas historias son las recompensas que le damos por su gran trabajo. El grupo de chicos que empezó conmigo a practicar atletismo en Santa Eulària era muy amplio, participábamos muchísimos en los crosses. Ahora seguimos en esto tres o cuatro porque es normal que la gente se vaya dedicando a otras cosas. Eso refleja lo difícil que es hacer crecer a un deportista desde la base, de benjamines hasta categoría absoluta.
¿Tú te ves entrenando?
No, me llama más la Medicina. Ser entrenador, uno de los buenos, es algo complejo. Para dedicarse a la marcha debes tener unos conocimientos brutales de técnica y pasarte el día corrigiendo vicios. Además, es fundamental que sepas cómo tratar a tus atletas, mezclar cariño y exigencia. Todos los entrenadores de alto nivel trabajan con atletas buenos, pero deben contar también con una característica que se ve mucho en los entrenadores de pueblo: han de conseguir que los chicos que dirigen se enganchen cada día más al atletismo, que lo disfruten. Eso es lo que más esfuerzo requiere.