@David Ventura/ Harry Nilsson (1941-1994) es uno de los grandes olvidados de la música popular del siglo XX. Cuando en el año 2010 se estrenó el documental sobre su vida, su título fue, inevitablemente, ‘Who’s Harry Nilsson?’. ¿Quien demonios es este tipo? Que supongo que es la pregunta que os estaréis haciendo vosotros y que este artículo intentará resolver.
Empecemos por el principio. Nilsson es el intérprete de dos canciones que seguramente habréis escuchado un buen puñado de veces. Una de ellas es ‘Everybody’s talkin’, el maravilloso tema que aparecía en la banda sonora de ‘Midnight cowboy’; la otra es ‘Without you’, un tema un poco empalagoso que tiene esa típica cursilería de 1971 pero que gracias a la voz de Nilsson se convirtió en la gran canción del San Valentín de ese año, catapultándolo al éxito masivo.
¿Más canciones suyas? Bueno, si sois cinéfilos os acordareis de ‘Coconut’, el tema que aparece en las títulos de crédito finales de ‘Reservoir Dogs’ de Tarantino, mientras la salvaje ‘Jump into the fire’ acompaña a un desquiciado Ray Liotta en la parte final de ‘Uno de los nuestros’ de Scorsese. Pero, al margen de esto… ¿algo más?
Y aquí es necesario hablar de un aspecto determinante en Nilsson: su incapacidad de aceptar el éxito y el continuo afán de boicotear su propia carrera. Como si tuviera que estar abonado perpetuamente a la desgracia, cada vez que a Nilsson las cosas le funcionaban, hacía lo posible para que se torcieran. Después del éxito de ‘Everybody’s talkin’ se empeñó en desaprovechar su momento dulce y publicó tres discos invendibles: dos bandas sonoras de películas de dibujos animados y un disco de versiones de Randy Newman.
En 1972 fue peor. En la cresta de la ola, tras el Grammy a mejor disco y mejor artista del año, abrumado, se negó a hacer gira de conciertos bajo el pretexto de una insalvable timidez, luego grabó un single que no se podía emitir por la radio porque el estribillo contenía la palabra ‘fuck’, despidió a su productor, realizó un disco con versiones de standards clásicos acompañados de orquestra -veneno para la ventas- y se autoprodujo tres discos que fueron catastróficos y que provocaron su despido de la discográfica. Abonado a la farra y la ordalía de vicio y drogaína que en el Los Ángeles de los años 70 eran el pan nuestro de cada día, tuvo una lesión en las cuerdas vocales, perdió su maravillosa voz y en 1978, después de grabar un disco melancólico y extraordinario llamado ‘Knniillssonn’, tiró la toalla y se convirtió en ex-cantante. Lo había logrado. Había arruinado su carrera y había convertido su vida en una auténtica mierda.
Ahora que ya sabemos un poco más de la vida de Nilsson, pasemos a su música y, especialmente, a los que creo que son sus dos mejores discos, dos joyas olvidadas y llenas de canciones eternas, maravillosas. Son ‘Pandemonium Shadow Show’ (1967) y ‘Aerial ballet’ (1968), que posteriormente se publicaron como un disco doble: ‘Aerial Pandemonium Ballet’. Dos discos grabados en plena era psicodélica y que están contaminados del espíritu lisérgico de la era de las flores, pero a diferencia de la mayoría de grupos de rock californiano la música de Nilsson es más deudora de la canciones de cabaret, del Tin Pan Alley y el music-hall. Ese mundo vintage que evoca los Beatles en ‘When I’m sixty-four’, lo que podría haber sido la música pop de mediados del siglo XX si no hubiera aparecido el rock, y que Nilsson recrea gracias a los fastuosos músicos de sesión que puso a su disposición la RCA. En su primer trabajo encontramos joyas de chamber-pop tenues grabadas con cuarteto de cuerda como ‘Sleep late, my lady friend’ (bellísima!) o la delicadísima ‘Without her’, fanfarrias como ‘Ten little indians’ o ‘1941’, y canciones que suenan atemporales, viejas y nuevas, irresistibles siempre, como ‘Cuddly toy’.
Nos encontramos ante un compositor en estado de gracia que cincela canciones de amor perfectas sin ser cursis, o que relata con sarcasmo la historia de su desgraciada infancia y su padre ausente en ‘1941’. Los primeros versos de esta canción (in 1941 a happy father had a son/ And by 1944, father walks right out the door/ And in ’45 the mom and son were still alive) hablan de él mismo, convirtiendo el dolor del abandono y una infancia desestructurada en música pop.
Todo lo bueno de este primer disco aparece de nuevo y ampliado en el siguiente, el ‘Aerial ballet’. Nilsson se atreve con todo: canciones perfectas de pop atemporal como ‘Together’, farsas con vientos y fanfarrias como ‘Daddy’s song’ o ‘Mr. Richland’s favourite song’, o una canción dedicada a una mesa de despacho: ‘Good old desk’.
Dentro de este nivel superlativo, destacan dos canciones mágicas, extraordinarias: ‘Everybody’s talking’, -”todo el mundo me habla, no puedo entender lo que me dicen, sólo los ecos en mi cabeza”-, una canción melancólica y luminosa, de esas que te inflaman el pecho y te hacen respirar profundamente; y ‘One’, probablemente una de las canciones más tristes que se hayan compuesto nunca, suspendida mágicamente por la tecla de ese órgano que presenta la melodía y que da paso a Nilsson cantando una de las mejores letras de la historia del pop: “One is the loneliest number that you’ll ever do”. ‘One’ es una canción que encierra un universo de dos minutos y medio. Una canción pop perfecta con la que puedes explicar tu alma en menos de tres minutos. ‘One’ es una canción eterna y que seguramente conoceréis en la versión que realizó Aimee Mann en 1995 y que se incluyó en la banda sonora de ‘Magnolia’.
Es sólo una muestra del talento de Nilsson. Escuchadle y así él no se sentirá solo. Esté donde esté.