Empezó reciclando pantalones tejanos en Eivissa en 1983. Ahora tiene un imperio que factura cerca de 700 millones de euros anuales, 275 tiendas propias, presencia en más de 7.000 boutiques multimarca y 1.800 puntos de venta repartidos en todo el mundo. Se trata de Thomas Meyer, un atípico hombre de negocios suizo que fundó en la isla la marca Desigual, símbolo de la victoria de un empresario hippy.
Meyer comenzó desde abajo del todo, con retales. En 1983 se hizo con una partida de 3.000 pantalones vaqueros que usó para confeccionar cazadoras con la técnica del patchwork (aplicaciones de telas y retales). Se las quitaron de las manos en el mercadillo del puerto de Vila, y ese fue el origen de su primera empresa, que, como otras muchas, no tuvo un camino fácil cuando se topó con la crisis económica de finales de los años 80.
Meyer vive en Barcelona pero no se olvida de sus tiempos en Eivissa y sigue siendo un enamorado del mar. De hecho, la nueva sede de su empresa, al lado del hotel Vela de la capital catalana, se extiende en 11.000 metros cuadrados de oficinas abiertas, sin despachos, donde todos trabajan desde cualquier sitio conectados por wi-fi y con la entrada desde la playa. Las vistas almediterráneo que hechizaron al jefe cuando llegó a España siguen presentes en su sello.
Tras el batacazó sufrido con su empresa, Meyer se fue a vivir a Barcelona. En 1992, en uno de sus viajes, conoció a Manel Adell, un empresario sin experiencia en el mundo de la moda que había trabajado en grupos como Agrolimen. Durante el viaje, ambos urdieron el plan estratégico de la futura Desigual.
Adell comenzó como consultor externo y en 2002 se incorporó a la empresa como diredtor general. Las cosas les empezaron a ir bien desde muy pronto. Compraron una pequeña empresa de prendas multimarca que facturaba seis millones de euros y la convirtieron en el Grupo Desigual. Ambos formaron la pareja perfecta, el suizo, un obseso del producto y su compañero, de la gestión. Adell se hizo con el 30 por ciento de la empresa.
El modelo está claro. Meyer no quiere vender muchas prendas, pero las vende caras. Su lema es que cualquier mujer tenga un vestido de Desigual en su armario. Sólo uno y para ocasiones especiales. Pero pagará más por él. Y lo mismo con su diversificación a bolsos y zapatos. Desigual vende menos prendas que sus competidores pero con un margen mayor.
En su evolución, el empresario textil va soltando lastre. Su hermano Christian Meyer, que llevaba el desarrollo de la red de distribución, dejó la empresa hace dos años. Ahora le ha tocado el turno a Manel Adell, que le ha vendido a Meyer el 30% de la empresa que idearon juntos por cerca de 200 millones de euros.
Meyer no tiene hijos en la dirección de la empresa. Desigual no es Mango, no es Inditex. No hay un heredero claro y a Meyer no le importa. En las promociones del grupo todavía se mantiene el espíritu hippy ibicenco: en rebajas, si acudes a una tienda desnudo sales vestido. Eso sí, con un total look Desigual.
Con el regreso de Meyer como propietario del 100% del capital, los rumores se han desatado. Que si va a dar entrada a un fondo de capital riesgo, que si va a sacar el grupo a bolsa… Pero fuentes empresariales cercanas al empresario aseguran que nada de eso tiene ninguna base, al contrario: dicen que Meyer disfrutará ahora de tener el control absoluto sobre su compañía por primera vez en una década.
Ahora, aquel hombre que vestía sus propias cazadoras vaqueras parcheadas estará especialmente centrado en la parte creativa, en el producto. Su punto débil es la gestión financiera. Pero tiene algo de lo que ahora pocos pueden presumir. En palabras de un banquero catalán, “Thomas Meyer cuenta con algo que tiene poco gente en este momento: crédito”.
Tras la venta de Adell, Desigual dejará de funcionar de manera autofinanciada. Pero el alto nivel de su EBITDA (beneficio bruto operativo) hace que sea perfectamente sostenible. El siguiente paso: acelerar la expansión por Asia.