José Manuel Piña Vives / Me pongo a sumar todos los servicios que no tendrá el nuevo hospital de Can Misses y en lugar de una suma me sale una resta. Es lo que toca en estos tiempos de cortes y recortes de motosierra gubernamental. Ni hemodinámica ni cirugía cardiovascular ni de traumatismos craneoencefálicos ni cirugía infantil ni radioterapia (?) van a estar en funcionamiento, según mis torpes cálculos, al menos en los primeros tiempos del centro. Y ya se sabe qué ocurre con las cosas provisionales que siempre, siempre, acaban siendo definitivas. O sea que, según estas primeras valoraciones, vamos a tener un hospital ni ni ni, como esta reciente generación de jóvenes que ni estudian ni trabajan. Para este viaje parece cierto que no hacían falta tantas alforjas porque a ver en qué funciones se ocupará todo el enorme espacio construido, que por dimensiones parece un hospital de Houston. A no ser, claro, que quieran montar allí un karaoke.
Ya ve0 que finalmente van a convertirse en realidad algunas de mis predicciones más funestas. A quien quiera anestesia para su operación le ofrecerán un porro, a quien pida un vaso de agua para hacer más llevadero el postoperatorio le servirán un chupito de cloroformo para que deje de sufrir a causa de la sed y a quien necesite vendas para sus heridas le acabarán de desgarrar la camisa que lleva puesta a modo de torniquete. Total, un desgarrón más… El caso es que sanitariamente vamos andando los mismos senderos que en la época del doctor Villangómez, cuando a los recién operados les sacaban a la calle en camilla para llevarles de una escalera a otra del mismo edificio. O del doctor Alcántara, cuya clínica parecía la mansión de Psicosis.
Hoy en sanidad privada en Eivissa la cosa va razonablemente bien, según me cuentan, pero en cuanto a la pública acabaremos viendo cómo se instala en la recepción una hucha para pagar a los excelentes profesionales que trabajan allí. Nada que objetar a su calidad como médicos y demás personal sanitario. Muy al contrario. Su profesionalidad, humanidad y eficacia se demuestra cada día a toda horas por un sueldo que, en general, tampoco les permite muchos estiramientos. Algo más que los mileuristas, pero ninguna maravilla tras sus siete años de carrera, sus MIR, sus residencias, sus especializaciones y sus incontables horas de dedicación y amor por sus pacientes.
En los colegios de nuestra infancia había unas huchas que la chavalería paseaba por las calles para pedir ayudas para los chinitos de África y los ecuatorianos de Nueva Zelanda. A partir de ahora va a haber que cambiar las caras de esos pedazos de cerámica y ponerles caras de médicos y enfermeras para contribuir a su bienestar. Es extraño, me planteo, que los chinos a los que tanto ‘ayudamos’ años ha, no hayan extendido su imparable expansión económica por Occidente con la creación de clínicas y centros de salud de la Seguridad Social. Acabaremos viéndolo. En lugar de entrar en una de sus tiendas a comprar un sacacorchos o en uno de sus restaurantes para tomarnos un chop suey, entraremos en sus hospitales, siempre más económicos, para operarnos de apendicitis o de cálculos en la vesícula biliar. Bueno, bonito y barato.