Sentada en el porxet, mirando a mis tres perros dormidos al sol, empecé a recordar el día en que llegaron a mi vida. Cada uno de ellos llegó en circunstancias diferentes, en momentos diferentes y por diferentes motivos. A los tres los he criado desde cachorros, desde bien pequeños. A los tres los he cuidado y educado con todo mi cariño. Sé perfectamente cómo es cada uno de ellos. Se puede decir que los conozco como si los hubiera parido.
Al rato apareció por el porxet, Maixa, la gata. Venía andando despacio y relajada, como siempre anda cuando se acaba de despertar de una buena siesta. Se tumbó cerca de mí, a la sombra. La miré y recordé el día en que la trajimos a casa. Era una minibebé blanca de ojos azules. No era más grande que un paquete de tabaco de liar. Con menos de un año dio a luz, a cinco gatitos, en el cesto de los calcetines. No olvidaré nunca aquel único maullido seco, diferente a todos los maullidos, con el que nos avisó de que estaba de parto. Tampoco olvidaré su mirada de niña asustada, ni su otra mirada, al cabo de las horas, de madre feliz y agotada.
De sus cinco hijos nos quedamos a dos. Los otros tres fueron adoptados por gente allegada y maravillosa. El caso es que en casa, de nuevo, había dos vidas más. Dos nuevos bebés a los que educar, cuidar y querer. Dos motivos más por los que sonreír a diario. Dos más que criar. Tanto a Maixa como a sus hijos con sólo mirarlos sé qué les pasa. A ellos también los conozco como si los hubiera parido.
Y allí, sentada en el porxet, fui mirando mis plantas y empecé a darme cuenta de que sé la vida de cada una de ellas. Sé cuándo las planté, sé si fueron sembradas de semilla o por esqueje, sé si necesitan agua o sol o sombra. Las he criado a todas. De nuevo puedo decir que las conozco como si las hubiera parido.
Entonces pensé en mi hijo. Recordé el embarazo, el parto, lo feliz que me sentí al verlo por primera vez. Pensé en cómo me sé al dedillo cada uno de sus gestos, sus miradas, sus estados de ánimo. A él si que le suelo decir en broma “¡Te conozco como si te hubiera parido!”
Una penita que siempre me ronda es no haber tenido más hijos, pero la vida, a veces, decide más que uno mismo. El caso es que de pronto, allí sentada en el porxet, caí en la cuenta de que sólo he dado a luz una vez, pero en realidad tengo una familia muy numerosa. Me siento también madre de todas esas vidas que he ido nombrando antes y que no he parido. Cosa que me alegra, porque no sé cómo sería eso de escuchar en una sala de partos “¡Señora, ha tenido usted una preciosa… tomatera!”
Hoy, tres días después del famoso día de la madre, quiero felicitar a todas las madres que nunca han dado a luz. A todas esas madres de niños de otros, a madres de animales, de plantas, de cualquier ser vivo. En el mundo hay muchas más madres de las que creemos, sólo hay que echar un vistazo con una mirada más amplia.
thanks
Gracias a ti, Bob.
Tienes.mucha razón, me encanta como te explicas. Un besazo.
Un beso Puri. Como siempre, gracias!