José Manuel Piña Vives/ Dalt Vila y sus alrededores urbanos reviven hasta el domingo su pasado medieval en la ya tradicional feria, que este año alcanza su décimocuarta edición. Un gran número de personas acudió al acto inaugural, en el que una banda de cornetas y tambores recorrieron con sus sones el perímetro completo del recinto ferial. Unos gigantescos rey y reina presidían el desfile, que contemplaron desde el Mercat Vell las primeras autoridades insulares.
La plaza del Parque incluye entre sus atractivos una serie de entretenimientos para los más pequeños. Entre ellos destaca un rudimentario tiovivo fabricado a base de toneles de vino partidos por la mitad y una serie de punching balls para que los niños ejerciten su fuerza.
Los colores, los aromas y los sabores de un sinfín de productos más o menos medievales atraen un año más la atención de los visitantes, que se reparten entre los puestos de jabones, aceites y esencias y los de productos alimenticios, congregados casi por completo en una msma zona. Estos tenderetes ofrecen una gran variedad de productos procedentes de diversas zonas de España, como Catalunya, Castilla-León y Castilla-la Mancha y otros.
Los menores tienen también su paraíso en los puestos de dulces, con una gran cantidad de golosinas que van desde los caramelos de sabores añejos como el gengibre, el arándano y el eucaliptus. Pero también hay gustos más tradicionales como la piña, el coco y el melón. Los chocolates ofrecen asimismo una enorme variedad de especialidades. Mezclados con regaliz, con fresa, cacahuetes y otros muchos frutos secos. Todo ello a precios que muchos concurrentes calificaron de «muy caros».
En la feria de este año pueden adquirirse también buñuelos y chuches modernas mezcladas con productos tan atávicos como el regaliz de palo, una novedad para las últimas generaciones. Múltiple es asimismo la oferta de velas aromáticas, con olores poco frecuentes en la actualidad como la mirra, la caléndula, el mojito y el café. «Son velas especiales para las casas en las que hay fumadores», explica el encargado. Para otras zonas de la casa también hay ambientadores de aroma muy fresco y penetrante.
Todos los responsables de los puestos se afanaban el día de la inauguración en explicar detalladamente las cualidades de sus productos. El vendedor de un tenderete dedicado a la magia exhibía sus habilidades ante un grupo de niños acompañados de sus padres. La visita terminó con un ruego muy habitual en esta clase de convocatorias: «¡Mamá, yo quiero uno!», exclamó casi al unísono la grey infantil ante la cara de satisfacción del artífice de estos juegos.
Muchas caras de satisfacción pudieron apreciarse también durante el pasacalles que ofreció la banda de cornetas y tambores con sus aires festivos como si fuese a celebrarse un duelo entre escuderos. Los admiradores de este tipo de lances caballerescos disponen en la Plaça de Vila de un puesto dedicado a la venta de armaduras y escudos.
Junto al Museo de Arte Contemporáneo (MAC) se agrupaban en distintas paradas los animales típicos de esta cita: los halcones, borricos, toros y pavos reales, que atraían todas las miradas que pasaban por allí. Las mismas que se sorprendían ante las peonzas que vende el artesano Yaaron, en sa Carrossa. Un entretenimiento completamente novedoso para los menores, que hacía relucir las pupilas de los mayores, muchos de los cuales disfrutaron en su infancia de este artesanal juguete.
Junto a estas antigüedades destaca por moderno un tenderete en el que se venden bolsos fabricados con tela vaquera, material completamente desconocido en los siglos del Medievo. Pero los que prefieren los artículos de mayor solera pueden encontrar bolsos y cinturones fabricados de forma artesanal en piel y toda clase de bisutería para las que quieren parecerse a las doñas Berenguela, Brígida, Urraca y Juana.
La artesanía de raíz ibicenca puede admirarse en la calle de las Farmacias. Allí reunidas un grupo de señoras vestidas de payesa fabrican espardenyes, cestos y demás artículos tradicionales, elaborados tal como se hacía en aquella época, cuando los habitantes de las Pitiüses se preocupaban casi exclusivamente por defender sus cultivos y sus islas de las invasiones de los ‘moros’.
Galería de imágenes del fotógrafo Joan Costa