Ayer fui al taller a recoger mi coche. Allí, sentada en el pequeño despachito construido con paneles prefabricados, esperé pacientemente a que el mecánico hiciera la factura en el ordenador. Salvo por aquel aparato con pantalla y teclado, que hacía que me situara en el tiempo, todo lo demás me llevaba a muchos años atrás. La mesa, las sillas de escay verde aceituna, el bote de bolígrafos usados, el pisapapeles de propaganda, los calendarios de la pared, la luz de neón, todo me arrastraba al pasado.
Mientras él escribía muy concentrado en su trabajo, mi cabeza, acompasada por el tac-tac lento de las teclas, se fue a aquella época. A la época de la ropa de entretiempo, del vino con sifón, de las señoras con bigudíes, de los señores de bigotillo fino. Me vino el olor del algodón planchado de los pañuelos con iniciales bordadas, de los polvos Mirurgia, de los ultramarinos con mostrador de madera encerada. Vi imágenes en una tele en blanco y negro; vi niños con pantalón corto y raya al lado; niñas con incómodas braguitas de perlé e incómodos calcetines a juego. Llegué a escuchar el griterío de esos niños jugando al potro en la calle, la charla de madres merendando con las visitas, los diálogos sobreactuados de una radionovela, la música del Nodo, la de la armónica del afilador, e incluso el timbre intenso de una llamada en un teléfono de baquelita.
¿De qué me habla este señor?, ¿Qué es un ordenador? Cuando me dijo el precio total en euros estuve a punto de preguntar “¿Euros? ¿Qué son euros? ¿Dónde están las pesetas?»
“¡Bueno! ¡Ya está lista la factura! Los ordenadores ayudan, pero necesitan su rato de atención…” No entendí nada de lo que me decía y contesté un muy poco convincente “Claro… Claro…” Me sentía como alguien recién despertado de un sueño profundo ¿De qué me habla este señor?, ¿Qué es un ordenador? Cuando me dijo el precio total en euros estuve a punto de preguntar “¿Euros? ¿Qué son euros? ¿Dónde están las pesetas? ¿Qué ha sido de esos billetes con la imagen de Benito Pérez Galdós, Rosalía de Castro, Gustavo Adolfo Bécquer…?”
Me pasó la factura impresa mientras me miraba extrañado. En la cara se me debía notar el desconcierto. Imagino que él lo achacaba a que quizás no estaba conforme con el precio de la reparación, por lo que empezó a darme explicaciones “Mire: la correa de distribución, más la bomba del agua…” Iba señalando con el dedo indice cada cosa que nombraba a la vez que no me quitaba ojo, como esperando a que en algún momento le fuera a recriminar algo. “Perdone, pero no traigo las gafas de cerca y no veo nada”, fue lo único que acerté a decir. Le alivió bastante que por fin dijera algo y, en un afán de agradar, me dio las suyas para que probara suerte a ver si su graduación coincidía con la mía.
Y allí me vi, ridícula; con el jet lag de mi vuelta del siglo XX, con las gafas del mecánico puestas, con el cambio de moneda, con la larga factura que no acertaba a enfocar con aquellas lentes prestadas, y siguiendo el rastro del dedo, engrasado en negro, de aquel amable mecánico, que como el profesor de Crónicas de un pueblo, me iba leyendo lentamente en voz alta, como al dictado.
Al irme alejando llegué a sospechar que ese taller realmente no existe. Es verdad que el coche va mejor y que mi saldo en el banco ha bajado, pero tengo que volver. Tengo que verificarlo.
Pagué sin rechistar y el hombre me acompañó al coche. “Si quiere se lo saco yo a la calle”, me decía con cara de preocupación. “Gracias, ya lo hago yo. Creo que puedo…” Y allí siguió mirándome, sin entender nada, mientras me indicaba cómo maniobrar en aquel pequeño espacio.
Al salir le vi por el retrovisor diciéndome adiós con la mano. No sé qué pensará de mí. Igual piensa que siempre estoy así de ensimismada. Al irme alejando llegué a sospechar que ese taller realmente no existe. Es verdad que el coche va mejor y que mi saldo en el banco ha bajado, pero tengo que volver. Tengo que verificarlo. Espero no encontrar allí un negocio de esos globalizados. Espero que todavía esté ese despachito que teletransporta al pasado. Y bueno, ya de paso cambiaré el aceite.
Haztelo mirar…ja,ja,ja. Que se empieza así, y acabas en Can Blai. Y cambia de coche. A no ser que sea un clásico, claro.
Si voy a acabar en Can Blai, ya me quedo con este coche… Eso sí le cambiaré el aceite 🙂
Lo describes muy bien el despachito yo tengo uno igual, sólo que el jefe te dirá que vengas mañana a recoger la factura, las hace al final del día , me encanta que todo siga igual como hace 38 años. Sigue escribiendo así de simple y de bien.Besos
Gracias Puri y no cambiéis ese despachito por nada del mundo! Tengo que ir un día a verlo 🙂