@Miguel Vidal / Colombia ha evitado el cruce. Ha evitado la posibilidad de que Brasil y Uruguay pudieran reeditar el que está considerado el partido más dramático de la historia: la final del anterior Mundial organizado por Brasil en 1950 y que en la edición actual se ha quedado sin posibilidad ni de revancha ni de venganza. Sigue vivo solamente en las hemerotecas.
Por eso quiero hablar hoy de aquella lejana efeméride porque uno de los episodios que más recuerdo de mi larga carrera profesional me ocurrió en diciembre de 1980, en que recorrí Brasil y Uruguay en busca de los protagonistas del “Maracanazo”, eso es, de los que vivieron en el terreno de juego la gloria o el drama aquél 16 de julio de 1950 en el Estadio de Maracaná, que registró la mayor entrada jamás habida en un partido de fútbol: 203.849 espectadores. Hinchas tan ruidosos y amenazantes que cuentan que los jugadores celestes no querían salir a calentar para no excitar más los ánimos y subido en el último peldaño de la escalera que daba acceso al terreno de juego, su capitán, Obdulio Varela, les gritó: “¡Aquí, para cojones, los nuestros!”.
El mismo Obdulio Varela que aquél verano austral de 1980, aunque fuera Navidad, no quiso recibirme en su vieja casa en las afueras de Montevideo. A su fuerte carácter de siempre había añadido una repentina afición por encerrarse en sí mismo. Sin embargo sus otros compañeros de equipo que entrevisté –Màspoli, Gambetta, Schiaffino y Ghiggia- se portaron de manera amable conmigo, en especial el defensa Gambetta, al que su padre, muy aficionado a la música clásica, puso de nombre Schubert en homenaje al compositor austriaco.
De aquél histórico once uruguayo, protagonista hace sesenta y cuatro años de una de las mayores hazañas en la historia de los Mundiales, ya sólo queda con vida Alcides Ghiggia, precisamente el autor del gol de la victoria, que cuenta actualmente 87 años de edad. Apodado “El Perrito” por su espíritu infatigable y mordedor (mordedor de mordiente, de lucha, nada que ver con Luis Suárez en la definición), afable y parlanchín, me confesó que sintió tanta emoción cuando vió que el balón entraba en la portería defendida por Moacir Barbosa que llegó a temer por sufrir un infarto. “El corazón parecía que me iba a salir del pecho”, contaba.
Todos los demás han muerto. El meta Roque Gastón Máspoli falleció en 2004 a los 87 años; Schubert Gambetta lo hizo en 1991 con 71; Matías González “El Negro Pototo” murió en 1985 con 61 años; Obdulio Varela, al que llamaban “El Negro Jefe”, desapareció en 1996 cumplidos los 78 años; Andrade en 1985 con 58 años de edad; Tejera fallecería en 2002 a los 80 años, mismo año en que también pasó a mejor vida Julio Pérez con 76, así como Juan Alberto Schiaffino, con 77 años; en 2006 murió Míguez con 79 años y por último en 1978 y con tan sólo 48 años de edad, desapareció el también delantero Rubén Morán.
Del once perdedor, de aquél Brasil de la gran decepción de 1950, sus integrantes son ya historia. Moacir Barbosa, el portero que estuvo 25 años sin poder salir de casa por temor a los insultos y agresiones, y al que la Confederación Brasileña acabó dando un trabajo de cuidador del césped de Maracaná para que recordara siempre la portería donde encajó el gol maldito de la derrota, falleció en el 2000 a los 79 años de edad; y Joao Ferreira “Bigode”, el marcador de Ghiggia, murió en 2003 con 81 años. Nadie en Brasil venera su recuerdo. Fueron “malditos” desde el mismo momento en que el balón cruzó fatídicamente la línea de meta. Por eso ambos murieron pobres y olvidados.
Sesenta y cuatro años después, Colombia ha impedido el reencuentro y el morbo de una confrontación canarinha-celeste en territorio brasileño y en un Mundial.